Perdón
No va a ocurrir, ya sé, pero deberíamos hacer el ejercicio de pensar qué pasaría si a alguien se le ocurriera distribuir camisetas con la leyenda de «Todos somos Benedicto XVI». ¿Un reaccionario? ¿Un insensato? ¿Un provocador irresponsable? Pues eso es lo curioso, que cualquier imbecilidad nacionalista, como las del actor Rubianes, suscita una inmediata cadena de solidaridad, pero nadie se da por aludido cuando se trata de defender otros valores. Aunque sean los valores de occidente, la libertad que nos amamanta. Parece que hubiésemos llegado a la conclusión de que el entendimiento entre civilizaciones consiste en acotar un espacio de silencio en nuestras sociedades libres para todo lo referente al Islam.
De nuevo, además, la equivocación estriba en creer que la cuestión es si defendemos o censuramos lo dicho por el Papa. Y no es eso. Se trata de defendernos a nosotros mismos. Podemos diferir o coincidir con el discurso del Papa sobre el Islam, pero una opinión nunca justifica la «yihad» que se ha iniciado contra él. Y es verdad que ‘Yihad’ no significa «guerra santa», como ha recordado el andaluz converso Mansur Escudero, presidente de la Junta Islámica de España, que exige respeto pero aprovecha para descalificar la «ignorancia profunda» del Papa con la certeza de que ningún cristiano lo amenazará por ello. La Yihad se inscribe en la obligación que tienen todos los musulmanes de defender el Islam. Y de esa obligación surge la deformación fundamentalista del terrorismo islamista. De ahí que todos caigan en tromba ahora contra el Papa, unos matando monjas y quemando iglesias y otros aprobando pacíficos comunicados de condena.
Yihad contra el Papa, como hace unos meses contra las viñetas de Mahoma. Yihad, como la realizada contra la prohibición del velo islámico (y cualquier otro signo religioso) en las escuelas francesas. Yihad, como cuando el asesinato del cineasta holandés Theo Van Gogh, al que dejaron tirado en una acera con un puñal en el pecho y una nota de venganza por su documental contra la situación de las mujeres islámicas.
En todos esos casos, la reacción aquí ha sido siempre la misma. En vez de defender la libertad de expresión, se insta de forma inmediata al que critica, opina o disiente a que rectifique sus opiniones y pida perdón. Como el presidente Chaves, que ayer se congratuló de que, a su entender, el Papa «haya pedido perdón por su error político».
¿Camisetas? La salida de occidente a la Yihad ya la marcó hace poco Holanda. Tras el asesinato del cineasta, expulsó del país a la diputada Hirsi Alí, la joven somalí que se refugio en Holanda cuando su padre decidió casarla con un primo suyo, en Canadá. Hirsi Ali era política, amiga de Van Gogh, y también denunciaba los excesos del Islam contra las mujeres. Cuando la echaron, la comunidad islámica respiró: «Al fin -dijeron- podrá comenzar el diálogo con el Gobierno». Esa es, pues, la receta. Es tan fácil como callar y pedir perdón.
6 Comments:
25 millones de musulmanes en Europa. Asisten a mezquitas, clandestinas o no, donde imanes formados en Irán o Arabia Saudí, no tienen ni zorra idea de qué sea Europa. Desconocen la palabra libertad, ignoran los derechos humanos, ni se les ocurre pensar qué sea la tolerancia...No hace falta que siga.
Lo malo es que la segunda, incluso la tercera generación de musulmanes, los que han nacido ya en Europa y se han educado en sus colegios, terminan arrastrados por un amigo o un pariente a esas mezquitas. Yo he visto personalmente como una chica nacida en España, en una zona de máxima libertad para todo, ha evolucionado a ponerse su túnica y su hiyab, cuando antes usaba vaqueros, tops o camisetas de gente joven.
Tenemos un enorme gusano dentro, un troyano maléfico empozoñando al viejo continente, que tal vez un poco gagá, no se apercibe de ello. No sé si es el camino adecuado pero hay que tener el valor cívico de denunciar cuando una niña es retirada de la escuela, cuando sufre amputación genital, cuando es casada-vendida a un pariente de su país de origen Que no hay que callarse, en suma. Nada de respeto todas las opiniones, porque las hay imposiblemente respetables, porque atentan a los derechos humanos, porque son injustas y agresivas. De callar, nada. Sólo hay que perder un poco el miedo.
Decia Arturo Perez Reverte,"que una civilización que no tiene cojones de defender sus origenes y sus principios morales y éticos,no merece existir".
Quizás sea eso lo que nos merezcamos,ante tanto cobarde,baboso,defensor de esa estupidez de lo politicamente correcto,para acabar con el trasero en dirección a la mezquita más próxima..
Precisamente ahora,que ha fallecido la gran Oriana Fallacci,seria el momento de decir basta,de poner freno a esta estulticia de arrastrase pidiendo conmiseración a los fanáticos que pretenden destruir nuestro modo de vida.
La "Eurabia" que anunciaba Oriana,desgraciadamene,cada vez esta más cerca.
Que se meten la "fatwas" en el orto.
Eso si;mirando a la Meca.
Javier, no hay nada que hacer, nada que discutir, es demasiada grande la distancia entre unos y otros, el diálogo llega a ser imposible.
Un ejemplo, en la civilización occidental existe gente como John Stuart Mill (1806-1873) que discute brillantemente sobre la libertad. Los musulmanes son incapaces de plantearse algo que en Occidente era fundamental para su convivencia. Perdieron el Renacimiento, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, el desarrollo científico y tecnológico de los siglos XIX y XX. Se quedaron en la Edad Media. ¿Tenemos que pedir disculpas por ello los occidentales?.
Creo que Lopera in the nest da en la clave y acierta de pleno sobre el problema. Es tan sencillo como lo que afirma: "El Islam se ha quedado en la Edad Media".
¿Tan serios y respetuosos son los musulmanes que no se permiten una simple broma sobre los infieles? ¿El marido que está harto de aguantar a los niños que no le dejan ver el Barça-Madrid en el piso de Teheran no se caga en Alá veinte veces y si pudiera les daría con el Coran en la cabeza?
¡Venga ya, que hasta ellos viven en el siglo XXI y bien que lo saben cuando tienen que reclamar en los ambulatorios o en los comedores de las escuelas!. Es miedo, es temor a la represión inmisericorde de los suyos y es ¡Ay! el terror que ven en nuestra mirada.
Todos somos Benedicto XVI, yo no me averguenzo de decirlo.
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