El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

17 agosto 2006

Inquisidor



Lo mejor que le puede pasar a un narcotraficante, si algún día lo detiene la poli y lo manda al trullo, es que le toque en suerte un juez inquisidor. Y a los políticos trincones, lo mismo. En contra de lo que pueda parecer, la máxima garantía de inmunidad para los delincuentes es un juez que exprima la ley hasta convertir el proceso en una instrucción asfixiante. Un agobio continuo. Si le ocurre esto, es que al tipo le ha tocado la lotería: Con toda probabilidad, al final quedará libre, absuelto de toda culpa. Y el sumario de miles de folios, con todas sus pruebas y escuchas acumuladas, será anulado de la cruz a la raya. Se esfumará, pluff, como cenizas puestas al viento.

Es más, en varias ocasiones, cuando se contempla con cara de bobo la liberación de un tipejo de esos, que siempre van vestidos casi igual (acaso usan la misma marca de gomina y de sonrisa), se llega a pensar que la mejor forma de corromper a un juez sería pagarle para que le haga todas las putadas posibles durante la instrucción de su caso. En vez de un trato de favor, lo mejor es una instrucción inquisitorial. Esa sí que es garantía total de absolución. Y, después de una instrucción en la que el juez ha mostrado todo su odio contra el delincuente, ¿quién iba a culparlo de haber recibido un soborno, a pesar de que el delincuente quede en libertad sin cargos?

Todo esto, vamos a ver, no es más que ciencia ficción, y no daría más que para un relatito apañado de intrigas políticas, de esos que se publican en verano. No tiene ni nombre ni apellidos, no vayan a pensar. Lo único que ocurre es que son tantos, y tan significados, los procesos penales en España que acaban en nada por defectos en la instrucción, que esto acaba pareciendo un señuelo para maleantes y trincones.

En esto, además, la responsabilidad no está sólo en los tribunales, sino en la propia presión social de la que se rodea un proceso. Asuntos tan diversos como el ‘caso Arny’, los cafelitos de Juan Guerra, el maletín de los Ollero o la red de Filesa se vieron envueltos en su día en una espiral de indignación y en una presión mediática de tal magnitud, que, muy a su pesar, influyeron en que el proceso no se desarrollara con normalidad. Y ya ven cómo todos esos casos, por evidentes que nos parecieran las pruebas, al final se desinflaron y de ellos no queda ni el recuerdo.

Quiere decirse con todo esto, que, como la presión social y mediática es inevitable, lo que nos aconseja la experiencia acumulada en España es que debemos alejarnos de los jueces con vocación de ‘estrellas’ y de los procesos penales de apariencia inquisitorial, por mucho que el cuerpo pida marcha y la ira contra el delincuente se acumule en la saliva como un ataque de bilis. Mejor jueces tranquilos y fríos. Anónimos y rutinarios. Anotémoslo bien claro, que con el ‘caso Malaya’ y la ‘operación Karlos’ en marcha, todo es susceptible de empeorar. Ya lo dijo Murphy, el único autor de una ley incontestable.

3 Comments:

At 17 agosto, 2006 21:29, Blogger canalsu said...

Un amigo me dijo que, con los desgraciados, la Justicia funciona relativamente bien, pero a ciertos niveles se fuman un puro.

Yo diría incluso que se pasan con las rayas.

 
At 18 agosto, 2006 09:56, Anonymous Anónimo said...

¿Y qué decir del Melenitas guaperas que pone en libertad a los etarritas asesinos para nunca sentir en el cogote el vajío de una parabellum?

Ahora que está de moda el asunto, yo lo propondría como pareja metrosexual de Barbie.

 
At 18 agosto, 2006 14:30, Anonymous Anónimo said...

De hecho, no sé si sabes, perfidia, que al juez Pedraz se le conoce en la Audiencia Nacional como "el Kent de la Judicatura". El mote, y esto es lo bueno,se lo han puesto sus propios compañeros y desde que se publicó ya lo conoce todo el mundo por el apodo.

 

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