Estupidez
El periódico sensacionalista Bild publicó hace unos días una noticia de auténtico impacto. Por lo visto, un científico alemán ha estado probando en su laboratorio, con resultados excelentes hasta el momento, con una pastilla «anti-estupidez». ¿Se imaginan? Si se llega a comercializar la pastilla, seguro que tiene más éxito que el viagra. Es que no cabe la menor duda. Máscaras fuera, o sea. Será el momento de poder decirle a alguien abiertamente, «vamos a ver, que a usted lo que le hace falta es un tratamiento intensivo de pastillas contra la estupidez».
Imaginen, por ejemplo, el impacto de unas pastillas así en su ámbito profesional o familiar. Uno, que lleva años abominando de esas fiestas cursis del ‘amigo invisible’; uno que lleva años proponiendo sin éxito alguno que se transformen en fiestas del ‘enemigo invisible’, más productivas, eficaces y divertidas, encontraría en esas pastillas el regalo ideal, desde luego.
De todas formas, el mercado mayor que se le abriría al comercio de estas pastillas sería el político. Y no porque en la política el porcentaje de estupidez por metro cuadrado sea mayor que en el resto de la sociedad, que este sería otro debate interesante, sino por los efectos inmediatos del tratamiento. El científico Hans-Hilger Ropers, director del instituto Max-Planck de Genética Molecular de Berlín e inventor de la revolucionaria píldora, sostiene que ya está comprobado que «en ratones y moscas de la fruta somos capaces de eliminar la pérdida de memoria a corto plazo».
Si en los ratones y en las moscas de la fruta, que deben andar más o menos igual de genes que los humanos, ha funcionado el invento, por qué no iba a ser eficaz en este personal tan desmemoriado. ¿Acaso el mayor mal de la política no es el olvido sistemático de las promesas electorales? Pues ya está, solucionado. Pero, ¿qué decir de esa cantinela asfixiante que lleva a los partidos políticos a exigir cuando están en la oposición aquello que nunca aplicaron cuando estaban en el Gobierno? ¿Cómo afectaría a los nacionalistas, a los fundamentalistas, a los imbéciles sin más? Pero es que, sin ir tan lejos, ¿cuántas estupideces se oyen a diario en el circo político?
Ya hay dos cosas que deberían figurar en la puerta de entrada de todos los parlamentos. En mármol, la frase aquella de Ortega y Gasset, en su primera intervención como diputado en el Congreso: «Señorías, es de plena evidencia que hay sobre todo tres cosas que no podemos venir a hacer aquí, ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí». Y junto a la cita sublime de Ortega, un ujier con una mesilla repleta de cajas de esas pastillas.
Hans-Hilger Ropers puede revolucionarlo todo con su imprescindible invento, sí señor. En el diario Bild se ha bautizado el descubrimiento como «la primera pastilla del mundo contra la estupidez», y por aquí la estamos esperando ya ansiosos.
2 Comments:
¿Quien se anima a hacer una lista de estúpidos oficiales? Yo voy a sugerir a uno de cada partido. Del PP se lleva la palma Martinez Pujalte, que va de gracioso sin tener ni puta gracia. De Izquierda Unida voy a destacar al jefe Llamazares, que ya ha superado en tonterías hasta a Gerardo Iglesias, el minero. De Esquerra, al presidente del Parlament, porque éste no hace falta ni que abra la boca para saber que es un gilipollas con cara de haberle tocado la lotería. y sobre todos ellos, el maestro Pepiño Blanco.
Antonio G.
En todo caso, las pastillas se toman voluntariamente y, salvo que sean de éstas que se disuelven en el wiski, para que que el medicamento tenga aplicación sobre los políticos habrá que esperar a que lo fabriquen en spray.
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