Desperdicio
Vivimos sobre un enorme vertedero de desechos nuevos. Una montaña de detritos intactos, trastos que están por estrenar y residuos impecables. Vivimos sobre una montaña de excesos a la que hoy arrojaremos unas cuantas espuertas de cadáveres recién comprados. Es nuestra cultura del desperdicio. Y hoy, Día de los Reyes Magos, es el Día Mundial del Desperdicio.
Por lo general, este concepto de ‘cultura del desperdicio’ es patrimonio habitual de empresarios y de ecologistas. Los primeros, cuando hablan de esa cultura, se refieren sólo a balances y gastos injustificados. Despilfarros contables. Los segundos lo utilizan para sus cosas del reciclaje y tal. Pero el concepto mejor es el sociológico, el filosófico si quieren, el que habla de nosotros mismos, del estrés autodestructivo del que estamos hechos. ¿Cuántas cosas desechamos sin haberlas utilizado siquiera? Lo que no nos damos cuenta es que, al actuar así, le imprimimos a la sociedad un peligroso rasgo de frivolidad del que después se buscan los motivos por todos los rincones.
Por ejemplo, esta sociedad virtual que detestamos en episodios circunstanciales, violentos y descarnados, en los que ni la muerte parece importar, en los que nada tiene valor, se cimenta también en estos días de derroches múltiples y colectivos. Se diría, incluso, que esta ‘cultura del desperdicio’ se encadena a esa otra lógica educativa que también desecha el esfuerzo, que desprecia el inmenso valor de obtener algo mediante el trabajo y la dedicación.
Cultura del desperdicio, en fin. El concepto lo ha rescatado estos días en su blog de internet el fiscal general de Andalucía, Jesús García Calderón, («ese tipo lee y hasta escribe», dijeron de él en cierto corrillo de altos cargos cuando llegó al Tribunal Superior de Justicia de Andalucía) después de una larga caminata invernal con el poeta granadino Antonio Carvajal. Y recuerda el fiscal Calderón que Fernando Pessoa «establecía límites máximos para sus ingresos semanales». Y añade: «Es curiosa esta percepción de la limitación espacial, económica o estética como una intensa forma de libertad. En cierto modo, la limitación es una forma de rebeldía».
Dos conceptos sublimes para, por ejemplo, arrojarlos estos días, buscando el contraste, contra el enorme dinero público que se despilfarra en inutilidades varias y chucherías inservibles, o contra esos debates recurrentes sobre el sueldo y la dignidad de los diputados.
Día de Reyes. Y lo peor es que, incluso hoy, esa misma cultura del desperdicio hace olvidar lo elemental. La exclusiva ilusión de un niño, que se ahoga sin querer en un océano indescifrable de regalos. Olvidamos lo esencial. «Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida/ que esta maravillosa libertad de quererte», dice uno de los poemas de Carvajal. Libertad en el amor, libertad en la limitación. Lo otro, eso; desperdicio.
2 Comments:
Bonito comentario para la noche de Reyes. Un buen regalo.
El protocolario
Definición del amor según Francisco Brines.
"Un ser que en orden crecía junto a mí, y mi desorden serenaba. Amé su limitada perfección".
¡Vivan los límites! A ver si nos vamos enterando...
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