El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

04 enero 2006

Atardecer



Tendría que ser la muerte como estos atardeceres del invierno. El anochecer prematuro que contemplamos callados desde el coche, avanzando por una carretera que se pierde en la inmensidad de un horizonte de olivos y alcornoques y un cielo rosa y negro. Se pone el sol serenamente porque un frío malva le va ganando la partida. Es temprano, sí, pero el sol desaparece inexorable entonando un adagio de silencios.

Pilar Pacheco Valverde caminaba por un olivar de Granada, en el atardecer del primer día del año, cuando su ex marido le pegó dos tiros en la espalda. Tenía 39 años y dos hijos. Y en Marbella, unas horas después, una mujer marroquí de 40 años, «prudente y educada», como la recuerdan sus vecinos, murió estrangulada por el tipo que vivía con ella. Dos tiros, dos manos, dos mujeres muertas que han hecho tambalear en el primer día del año toda la política de protección de las víctimas de la violencia doméstica. Dos tiros, dos manos asesinas, dos mujeres muertas que deberían hacer reflexionar a quienes convirtieron el debate sobre la Ley de Violencia de Género en un elemento más de confrontación política antes que un arma eficaz para luchar contra esa lacra asesina.

Quiere decirse que el debate, en vez de empantanarse en si la protección legal para las víctimas de violencia doméstica debía afectar sólo a las mujeres, tendría que haberse parado en si el Estado disponía de medios eficaces para garantizar aquello que estaba aprobando. ¿Puede el Gobierno garantizar que un individuo al que su mujer denuncia por malos tratos y amenazas no se va a volver a acercar a ella? ¿Tienen derecho las víctimas a conocer las limitaciones de una Ley, que se les ha anunciado como un hito histórico?

La culpa del crimen, ya sé, es sólo de los autores, pero resulta que la mujer asesinada por su marido en un olivar de Granada había interpuesto dos denuncias contra su presunto asesino, una en 2003, por amenazas, y otra en 2004, por maltrato psicológico. Incluso, tras esta última denuncia, la Policía Local le confiscó al asesino la escopeta de caza con la que, probablemente, el lunes le pegó dos tiros por la espalda a su ex mujer. ¿Qué ocurrió? Pues que el arma le fue devuelta al asesino por orden del juez. Y en Marbella, el tipo que estranguló a su mujer tenía una orden de alejamiento desde junio, que lo denunció por malos tratos.

¿Qué ha fallado? ¿Qué está pasando? ¿Qué está faltando? Esa es la reflexión que se espera hoy de las organizaciones feministas y de las decenas de institutos de la mujer locales, provinciales, autonómicos y nacionales, sin problema alguno de presupuesto. Sencillamente, que no se pueden aprobar leyes sin medios.
A esas mujeres de Granada y de Marbella dos asesinos le han robado el horizonte, la vida y la paz. El derecho de morir serenamente, como estos atardeceres de invierno. Rosas y negros, serenos y callados. Dos asesinos acostumbrados a colarse como ratas por las grietas de la hipocresía política.

2 Comments:

At 05 enero, 2006 21:23, Anonymous Anónimo said...

Que foto tan romántica...que continente tan "poético", lo mejor el contenido...
Lucrecia

 
At 08 enero, 2006 18:59, Anonymous Anónimo said...

En tiempos tuve un novio –muy progre él- que era amante de las artes marciales. En el curso de una discusión tuvo la ocurrencia de hacerme una llave, y me cayó al suelo. Mi reacción fue decirle que me mirara bien porque era la última vez que me veía. Y hasta hoy. Mira que tenía unos ojos verdes que quitaban el hipo. Mira que llamó y que suplicó. Bueno, pues no consiguió ablandarme y hoy no me arrepiento en absoluto de mi decisión.

Muchas mujeres (y hombres, porque esa es otra) siguen adelante con novios maltratadores. Incluso se casan con ellos y traen hijos al mundo en esa situación. Hasta que no comprendan que las primeras responsables de su destino son ellas mismas –y no el estado ni la sociedad-, no habremos hecho nada.

Por otra parte, yo no creo que esta ley vaya a servir para mucho. Ni con más medios ni sin ellos, porque es absurdo pensar que se puede poner un policía detrás de cada maltratador. Definir delitos específicos según el sexo –lo de género, lo dejo para la gramática y para aquello de masculino, femenino, neutro y epiceno- del delincuente constituye una vulneración de la igualdad ante la ley, además de una estupidez. Independientemente de su sexo, quien utilice reiteradamente la violencia con sus semejantes debe ir a la cárcel, y quedarse allí durante un laaaaargo periodo de tiempo. Si aun así sigue en sus trece, lo mejor es que nunca más vuelva a salir.

El problema es que la mentalidad estatalista que nos inculcan los socialistas de todos los partidos desde la cuna a la sepultura tiende a hacer que nos olvidemos de nuestra responsabilidad individual. La responsabilidad del delincuente, al que el sistema judicial trata como si fuera una víctima, con olvido de cuál es la víctima real. La responsabilidad a la hora de cerciorarnos bien de con quién compartimos nuestra vida. Yo espero que, después de lo que le pasó conmigo, mi ex aquel de los ojos verdes aprendiera bien la lección. No obstante, tengo claro que hice bien al no correr el riesgo de comprobar si la había aprendido o no.

 

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