El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

11 diciembre 2011

Lealtad



Nada se construye sin la lealtad porque, en las relaciones de los seres humanos, la lealtad es la argamasa que nos une; tan iguales, tan distintos, tan unidos, tan separados. La lealtad que se transparenta en la mirada del otro, cuando los ojos transmiten la serenidad de saber que estamos delante de alguien en quien podemos confiar. La lealtad, aunque sólo sea por un principio elemental de supervivencia, un instinto animal, de ahuyentarnos de los depredadores que se acercan con sigilo a tu entorno. La lealtad, sí, porque como dijo el sacerdote napolitano Antonio Genovesi, «hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca». La lealtad de los vecinos, de los amigos, de los amantes, de los compañeros de trabajo, de los familiares, de los hermanos, de los pueblos. La lealtad como fundamento de cualquier empresas colectiva. Esta semana, cuando hemos celebrado el día de la Constitución, muchos han hablado de reformas y de revisiones, pero lo que quizá ha faltado es que alguien dijera que lo que está fallando aquí es la lealtad.

Un pacto de lealtad que nos haga avanzar sin mirar nunca más hacia atrás, como en una fábula griega que nos atrapa en un laberinto de pesadillas que se recrean a cada instante. Un pacto de lealtad que nos devuelva la estabilidad de una nación sin dudas, sin recelos, sin agravios. Tres mil años de historia tiene esta tierra y, después de tantas idas y venidas, conquistas y reconquistas, esplendor y miseria, la deuda pendiente que tiene España consigo misma es la de aceptarse como es, distinta y común, diferente y unida; única. Y ahora que atravesamos esta crisis que nos devuelve al suelo, ahora que caminamos junto al abismo, en esta etapa crítica se abre el momento de pararnos a considerar que no podemos seguir adelante sin la confianza básica de sabernos leales. Diferentes y solidarios; distintos y semejantes, pero iguales en lo fundamental: leales. La historia lo reclama y ésta es la generación que tiene que pasar esa página.

Un pacto de lealtad es lo que reclama la España moderna que en esta década ha vivido el último zarandeo del egoísmo nacionalista con la oleada de reformas de los estatutos de autonomía que, en muchos casos, acabó despeñándose por el absurdo. Porque, a pesar de que todo eso está tan cerca, ya están otra vez los nacionalismos catalán y vasco reclamando una nueva revisión de «la relación con España». Al Partido Popular y al PSOE se le exigen para la nueva etapa que se abre ahora el entendimiento en las reformas que son necesarias para normalizar los mercados financieros y devolver la economía a balances de crecimiento, pero nada de eso será posible si, de forma paralela, en España nadie es capaz de encontrar un modelo de Estado definitivo, estable. Para ello, sólo dos condiciones previas son necesarias. La primera, que hay que perderle el miedo a las palabras, como el estado federal, y a las reivindicaciones, como la autonomía fiscal y financiera para que cada región, cada autonomía, pueda avanzar por sí sola, con menos dependencia centralista. La segunda condición, se engarza a la primera: cualquier modelo que se establezca debe garantizar la solidaridad entre territorios, la unidad de España y la renuncia expresa de los nacionalismos a seguir planteando la amenaza de la desafección. Antes de que, de nuevo, nos arrollen los acontecimientos, desde estas regiones viejas, Castilla o Andalucía, Asturias o Valencia, tendría que surgir la voz. Un pacto de lealtad.

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