El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

10 diciembre 2011

Europa nunca



Como nos hemos acostumbrado a caminar al borde del precipicio, quizá ya hemos olvidado quiénes somos, dónde estamos, qué nos amenaza. Mirad a Europa, miraos todos, antes de que comience a caminar el desaliento, antes de que los discursos populistas, autárquicos, corran por las aceras y se ahuequen en los micrófonos; antes de que nos quieran bendecir con el terruño y agiten el agravio de las imposiciones extranjeras. Antes, detened la mirada en el pasado para aprender de los errores y comprended entonces que no hay futuro si Europa desiste de ser Europa. Nada hay en el horizonte si Europa no se reivindica a sí misma, si no entiende que tiene que conquistar de nuevo la historia, si no se despereza, si no se busca, si no se alza sobre la nostalgia de su pasado.

Esta tierra, que es el continente más viejo, el más pequeño, el más fraccionado, la cuna de la civilización y del mayor progreso que ha sabido alcanzar el ser humano; pues esta tierra es probable haya acabado traicionándose a sí misma por la propia profundidad de su historia. Quizá han sido las raíces históricas las que han maniatado, las que han impedido reinventarse para construir un proyecto nuevo. Son las conquistas del pasado, las glorias del pasado, las que dificultan luego el acercamiento, las que han fomentado las disputas y han socavado las alianzas. Y generación tras generación, esos vicios históricos han ido conformando una sociedad lastrada por las mayores lepras del presente, el relativismo, el conformismo, el desinterés... El egoísmo histórico de los europeos que se ha expresado en momentos cruciales de su historia, como ante la amenaza nazi en la Segunda Guerra mundial. Aquello que dijo el presidente Roosevelt sobre los europeos, incapaces de sacrificarse ni por ellos mismos, ni por su propio bienestar. O la pendiente suicida por la que lleva meses despeñándose el corazón de Europa, Bélgica, el espejo roto en el que podemos mirarnos todos porque es allí donde el desinterés ciudadano, la ceguera nacionalista y la inoperancia política son capaces de aliarse hasta la destrucción del mismo Estado.

Europa nunca se ha visto a sí misma como un continente, como una unión. Aquellos que más historia tienen en común, aquellos que más méritos reúnen, que más orgullo pueden blandir, son quienes tienen más dificultades para entender que los nuevos tiempos ya sólo pueden afrontarse con unión. Esa es la paradoja que, como ocurre estos días en una nueva cumbre europea, se extiende ante nosotros como una sombra.

Somos brotes verdes de razas viejas, como cantó el poeta: «Anoche, brotes verdes de raza vieja, he visto,/ dentro de mí, la mano de plata del invierno./ Iba el álamo mágico desnudando su copa,/ hoja a hoja de fuego». Después de tanto tiempo, nos hemos acostumbrado a dormir en el alambre y acaso hemos olvidado el vértigo y el precipicio.

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