Viento platanero
Si la esperanza es el último asidero de un hombre, también lo es de un pueblo. Y a partir de la esperanza, se abren las puertas de la creación, se respira el aire de un nuevo impulso, se encienden las luces de la imaginación. Por esa razón, por ejemplo, porque nos agarramos a esa ilusión, un dictador, comunista o fascista, jamás logrará la aniquilación moral de un pueblo, por mucho que extienda el terror, el miedo, por la epidermis de un país como una grasa. En eso, los cubanos son envidiables, y lo demuestran a diario en el lenguaje, en la riqueza de sus expresiones. Ahora, cuando el régimen castrista ha comenzado a apilar nuevos recortes económicos a la asfixiante situación del pueblo cubano, una sola frase de esa gente se convierte en la muestra más evidente de la esperanza que sigue viva allí, la del ingenio, la de la imaginación. Le han preguntado a Alina en un reportaje de prensa por la tiesura económica y ella, que es funcionaria pública, que a lo mejor pierde su trabajo por las regulaciones de empleo público que ha comenzado a aplicar el dictador; ella, que sabe, como sus compañeros, que después de una vida «echada en el funcionariado» le quedan pocas salidas, ha contestado que lo del aumento del precio en el combustible es sólo «un viento platanero», que lo peor está por llegar. Y lo ha definido con una frase imborrable: «lo que se nos viene encima es mucho con demasiado, se lo digo yo».
«Mucho con demasiado». No hay expresión mejor, más precisa, más rica, para definir los temores apocalípticos de esta gente. El uso de la preposición, de esa preposición que suma la fuerza de dos adjetivos expansivos, constituye, dentro de la penuria, una muestra de que ese pueblo cubano sigue vivo en lo esencial, su carácter, su ingenio. ¿Qué puede ser más que «mucho con demasiado»? Nada, claro. Y el «viento platanero» debe ser el soplo débil que, cuando se cuela en la plantación, agita las hojas enormes de las palmeras, verdes y secas, con el estruendo de un huracán. Pero es sólo eso, el ruido pasajero de un viento débil.
Ayer, mientras en España se agitaban los piquetes para salvar la huelga general, pensaba que el mismo diagnóstico se le podría aplicar a la situación española. Lo de la huelga de ayer, es verdad, no ha sido nada, un «viento platanero», no más. De todas las huelgas habidas en España, ésta ha sido la primera en la que nadie ha creído jamás, ni los convocantes ni los convocados. Tampoco los que la han provocado, el Gobierno con sus medidas. Los sindicatos, porque las huelgas generales siempre tienen un trasfondo de huelgas políticas; se piden cambiar reforma, pero lo que se pretende de verdad es tumbar a un Gobierno. No ha sido el caso; nunca se ha pretendido dañar al Gobierno sino a su etéreo avatar. El Gobierno, de la misma forma, ha extendido el mensaje de que éste era un enfrentamiento tolerable, una pelea sin importancia entre «fuerzas hermanas», como se ha oído decir. Y los convocados, los trabajadores, porque, como se vio ayer, recelan de los sindicatos tanto como del Gobierno. Parece lógico que, si el personal no se fía ni del Gobierno ni de los sindicatos, para qué va a secundar una huelga que persigue que los dos se sienten a negociar. No, nadie confía en una negociación entre dos agentes que ni reformaron la economía ni convocaron huelgas en el mayor momento de crecimiento del paro. En ésas, la gente mira a su alrededor, le echa un vistazo al frente y concluye que, como no cambie la cosa, lo peor es que lo que nos queda por delante es «mucho con demasiado». Lo demás, para qué molestarse, «viento platanero».
Etiquetas: Crisis, Sindicatos
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