Colapso
Dices que estás harta, que pasas las páginas del periódico con desesperación cuando, al abrirlo cada mañana, compruebas que siempre es igual, que los unos y los otros siempre dicen lo mismo; todos se escudan en los vicios del adversario y repiten todos los días la misma ceremonia de acusaciones y réplicas de la semana anterior, del mes anterior, del año anterior. Un caso de corrupción de Madrid se contrapone siempre a un caso de corrupción en Andalucía, o al revés, dependiendo de quién sea el que acuse antes, el de Madrid o el de Andalucía. Pero siempre habrá un escándalo de corrupción en el contrario para esparcirlo. Y si no se encuentra nada a mano, se busca en el pasado, de modo que la espiral es inagotable. ¿Tiene que ser así? Y te contestas, tú sola, cuando ya has cerrado el periódico, y te bebes los últimos sorbos del café sin despegar los labios del vaso, pensativa; te contestas entonces que lo peor sería asumir que no hay salida, porque no es verdad; porque nadie se imagina que en los Estados Unidos utilizaran como reproche político los ascendentes familiares de su guerra civil o que el escándalo del Watergate apareciera aún en las ruedas de prensa. No, no es así; no, este sopor es nuestro.
Dices que hasta te cuesta trabajo oír la radio, cuando vas en el coche camino del trabajo, porque entrevistan a un político y antes de que se acabe de formular la pregunta, que es la misma pregunta que esperabas, ya sabes cómo va a responder el entrevistado. Palabra por palabra, adivinas lo que va a decir porque es exactamente lo mismo, con las mismas palabras, que ya has oído decir a otro político de ese mismo partido. Y porque las respuestas siempre son las mismas, en un partido o en el otro, y que hasta los tertulianos se hacen previsibles cuando se meten en el papel de los políticos y también ellos repiten los mismos argumentos, las mismas consignas, todo igual. Que no sabemos la sensación que eso provoca en el oyente, porque entonces la política, esa política preconcebida, prefijada, esa política amañada, se comienza a percibir como una mancha que se extiende, que lo contamina todo. Has cambiado el dial para refugiarte en una emisora de música sin palabras, como cuando en la universidad te fugabas de la clase con la mirada perdida a través de la ventaba abierta, y te sobresaltas con esa idea: la visión de la política como un problema. Piensas entonces que la democracia debería poder defenderse de este hartazgo, de esta peligrosa saturación de la política.
Dices que, al final, quizá lo que nos faltan a todos son ideales, que será la propia crisis de las ideologías la que nos lleva a este modelo de política banal, repetido, insustancial. La crisis de las ideologías que es común a todos pero que en el caso de España, al ausentarse los principios, sólo permanece a flote el cainismo que nos ha acompañado en toda la historia. Ideales, porque como dice Giovanni Sartori, sin ideales, sencillamente, no existiría una democracia. ¿Y dónde están hoy los ideales? Donde han estado siempre, al otro lado de la realidad. «Un ideal, obviamente, es una reacción a lo real». Lo real es lo que tenemos, el ideal es a lo que aspiramos. Se trata, entonces, de la sociedad, de los ideales de la sociedad.
Dices que estás cansada, y en la radio ha comenzado a sonar una canción que te responde: «Nunca una ley fue tan simple y clara: acción, reacción, repercusión». La cosa es que falta moving, que a la sociedad le falta saber que en su mano está la repercusión.
Etiquetas: Corrupción, España, Política
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home