Si entrem en això...
«Si entrem en això, tots ens farem molt de mal. Si entrem en això, tots olorar malament». Lo ha dicho Pujol sin carraspear, lo ha dicho del tirón y con el dedo índice de la mano derecha, ligeramente encogido, agitándose al compás, con la experiencia de quien oyó silbar las balas de Banca Catalana en sus oídos («vamos a meter en la cárcel a Jordi Pujol», que dijo aquel delegado del Gobierno andaluz). Lo ha dicho con la contundencia de quien se ve desprendido de ataduras y compromisos, con la libertad incómoda de quien ha comenzado a descodificar los secretos de su memoria. «Si entramos en eso, todos nos haremos mucho daño. Si entramos en eso, todos oleremos mal». Lo ha dicho y el hedor reconocible nos desvela que, en efecto, los sumarios que se van abriendo estos días no son sino muestras fehacientes de un mal generalizado: la corrupción política.
Pero es esa advertencia que nos señala que la corrupción política en España afecta a todos los partidos, corrupción transversal, que decíamos hace unos días, la que debería provocar en la clase política una catarsis de limpieza; es esa amenaza la que debería impulsar a la sociedad a exigir a los partidos políticos, no un pacto de silencio, sino un acuerdo general para desmantelar las estructuras que hacen posible esta corrupción extensa. El error está en pensar que la corrupción afecta sólo a los procesados y no a los partidos políticos en los que han convivido cómodamente hasta que una investigación judicial destapa un entramado de recalificaciones y de enriquecimiento. Cuando el listado de delitos es siempre el mismo, una retahíla que se repite idéntica tras cada redada (prevaricación, tráfico de influencias, falsedad documental y blanqueo de capitales) y afecta por igual a todos los partidos políticos, es la democracia española la que tiene un problema de primer orden. No son los partidos políticos los que tienen el problema, es la sociedad la que tiene el problema con sus representantes.
Lo cual, que lo que habría que hacer es, precisamente, lo contrario de lo que dice Pujol; lo que hay que hacer, de una vez por todas, es entrar en eso. Que no es tan complejo de desentrañar, o sea. La corrupción política tiene su origen primero en las estructuras cerradas de los partidos políticos. Es entonces cuando la política degenera hasta convertir un servicio público en una clase privilegiada, enrocada en el poder. A partir de ahí, de esa concepción de casta, la lucha por el poder no conoce límites y se muestra siempre dispuesta a sisar en las contrataciones públicas unos porcentajes con los que fortalecer las estructuras, la maquinaria que les ayuda a vencer. Como una concatenación fatal se une la desproporcionada burocracia política, la abultada estructura de los partidos (contagiada luego a sindicatos, patronales y todo cuanto se alimenta de ese esquema poder) y los desmesurados gastos en las campañas electorales, que son ya permanentes. Lo de menos, contemplado el problema desde esa perspectiva general, son aquellos que, a su vez, agrandan sus bolsillos y se aprovechan de la corrupción admitida por el sistema, el hedor generalizado del que habla el honorable. Lo de menos son los pijos valencianos o los aprovechados del Poniente almeriense.
Que no, que no es lo que dice Pujol, que es lo contrario: Si no entramos en eso, entonces será cuando acabemos mal.
Etiquetas: Corrupción, Política
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