Carne de cañón
Siete de enero de 2008: «El mar va escupiendo muertos con el ritmo de los días del año, como uvas de sangre. Seis días, seis muertos. Dos mil ocho se ha despertado con esa cadencia de cadáveres en Trafalgar. Seis días, seis muertos. Las olas han ido enredando los cadáveres en las rocas del cabo de Trafalgar, a los pies del faro de aquel promontorio que la historia ha dejado para siempre con el sello de la derrota».
Miren los titulares de hoy. Qué terrible abatimiento es esta reiteración de las noticias hasta convertir la muerte en rutina, la tragedia en pasado, el sufrimiento y la agonía en un martilleo lejano, cansino, repetido. Año y medio después, aquellas olas siguen escupiendo cadáveres, de otra patera, de otro drama, que se unirán a los muertos de otras pateras en un cementerio de lápidas sin nombre. Lápidas blancas de cal, que no dicen nada, que no transmiten nada, que jamás tendrán a alguien delante llorando por un recuerdo; lapidas ciegas de cal, que no expresan nada, a las que nunca nadie irá a depositar un ramo de flores.
Año y medio después, el mar sigue dejando en al arena los cadáveres de inmigrantes, uno, dos, tres, cuatro… El portavoz de una de las asociaciones de ayuda a los inmigrantes se lamentaba ayer de la indiferencia con la que todos acogemos estas tragedias y la terrible paradoja de que si, en ese mismo lugar, hubiera encallado un crucero de vacaciones, incluso sin muertos, la noticia tendría mucha más repercusión que el naufragio de una patera como al de estos días. Claro, y si es un veraneante quien naufraga junto a su familia, en un bote neumático de alquiler, hoy la playa estaría llena de flores en la arena. No lo decimos, nadie lo admitirá jamás, pero en nuestro código interno de valores existen muertos de primera y de segunda. Incluso se puede ir más allá, porque podemos tener claro que si en la playa de Trafalgar hubieran aparecido los cadáveres de ocho delfines, la noticia estaría en todos los telediarios y la imagen sería uno de los vídeos más consultados de you tube. Es así, un delfín muerto en la arena zarandea más la conciencia occidental, golpea más el remordimiento, que el cadáver de un inmigrante subsahariano en esa misma playa. Lo uno está relacionado con el cambio climático, lo otro con la miseria de Africa. O sea.
Pérez Galdós, en sus Episodios Nacionales, utilizó la primera persona de un gaditano, Gabriel, para pintar de negro la batalla de Trafalgar, para dibujar la crónica de una infamia, de una cruel derrota, de una masacre, de una humillación. «La idea de un orgullo abatido, de un ánimo esforzado que sucumbe ante fuerzas superiores, no puede encontrar imagen más perfecta para representarse a los ojos humanos», dice el protagonista. Trafalgar, ahora, también ahora, es la imagen más perfecta para representar esta tragedia, el orgullo abatido ante la reiteración imparable del mar llorando cadáveres, el ánimo quebrado de un fracaso que la humanidad, que sucumbe ante fuerzas superiores, no ha sabido resolver, que no hemos sabido resolver. En Trafalgar, hoy como ayer, naufragan las esperanzas de quienes han sido y serán carne de cañón.
Etiquetas: España, Inmigración, Sociedad
2 Comments:
Lo escucho en la radio y ahora lo leo en la bitácora. Todo me agrada. Salud, siempre.
Ayer Paco Robles, hoy tú e Ignacio Camacho . Menos mal que estáis ahí para que no olvidemos esta tragedia.
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