El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

04 julio 2009

El marqués



Le está ocurriendo a Chaves lo que al marqués de Contadero en Sevilla, en su famosa anécdota de cuando Franco lo nombró alcalde. Y lo mismo que en el selecto club del Aero de Sevilla, los compañeros del marqués de Contadero acogieron la noticia del nombramiento con la guasa corrosiva del andaluz, ahora con Chaves de vicepresidente tercero, se puede repetir la escena en cualquier agrupación socialista de la capital. Como entonces, sin apartar la mirada de las fichas de dominó, alguien repetirá aquello de que «antes, en Andalucía, todos sabíamos cómo era Chaves, pero es que ahora se va a enterar toda España».

De Chaves tenían en Madrid una imagen prefabricada que se parecía mucho a la que siempre ha cultivado el PSOE en Andalucía como fórmula electoral. El ‘bueno de Manolo’, ese hombre honesto, discreto y abnegado en la gestión pública. Sacrificado y fiel en el partido. Ni el maletín de billetes contante y sonante del ‘caso Ollero’, ni los cheques de Jesús Gil a sus consejeros, ni los trapicheos indecentes de su cadena de periódicos, ni el vídeo del ‘espía’ con la tarjeta de su jefe de escoltas. Ni las puñaladas en el partido a Alfonso Guerra y a Carlos Sanjuán, que lo pusieron en la Junta de Andalucía. Ni el ‘pucherazo’ de Jaén contra Borrel ni el juego sucio contra Zapatero en el congreso en el que su portavoz cambiaba votos a favor de Bono por inversiones de la Junta de Andalucía. Nada de eso lograba que en Madrid se resquebrajara la figura honorable de Chaves, su aureola de poder de barón regional eterno. En Madrid, como en Andalucía, sencillamente era imposible que el ‘bueno de Manolo’ tuviera algo que ver con cualquier asunto turbio. Invirtiendo los términos, Chaves es inocente aunque se demuestre lo contrario.

En esas, con ese estado de gracia cubriéndole los hombros, como un purpurado, llegó Chaves a Madrid. En menos de tres días, ya tuvo el primer tropezón. Tomaron posesión del cargo y Zapatero les pidió que trabajaran a destajo en Semana Santa, que no estaba la cosas para vacaciones por la crisis… y Chaves se fue a la playa. ¿Éste era el Chaves trabajador, sacrificado, abnegado? Luego, cuando se publicaron los nombramientos en el BOE, rascaron en papel para ver si le encontraban alguna competencia y nada, la vicepresidencia estaba vacía, como la caja fuerte que Suárez le dejó a Calvo Sotelo en La Moncloa. ¿Este era el Chaves poderoso, influyente? Aún así, como el brillo de la aureola persistía, pensaron que el prestigio y la solidez de Chaves era bagaje suficiente, que su peso político estaba en su trayectoria impoluta… y se conocieron las subvenciones a la empresa en la que trabaja su hija. Y acudió demudado al Congreso y al Senado, como poseído por la ira. ‘Montajes, mentiras, falsedades, rencores…’ Bramaba, pero nadie le creía. ¿Éste era el Chaves honesto, transparente, humilde y sencillo? Al final, sólo le quedaba la experiencia, la gestión. Y lo colocaron al frente del enorme enredo del nuevo sistema de financiación autonómica. El otro día, en el Senado, hasta los más proclives se quedaron boquiabiertos cuando oyeron sus argumentos: «Todos los días salen sudokus en los periódicos y miles de ciudadanos los resuelven».

Madrid, rompeolas de las Españas y rompe-rodillas de los presumidos, nido de serpientes y covacha de forajidos; Madrid, ensimismado y universal, ya conoce a Chaves.

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