Faldas
El feminismo de partido, el feminismo institucional, está siempre a un paso de convertirse en mera caricatura. Como esta insistencia por el lenguaje no sexista en los textos legales. Cuando se le consultó, la Real Academia de la Lengua lo descartó por improcedente, inútil y farragoso. Pero nada, sigue adelante la moda de citar en cada frase, en cada discurso, a los dos géneros, prescindiendo de los términos neutros. Aunque el resultado sea textos legales casi ilegibles. Que les den.
De hecho, ya ni siquiera se cuestiona. No hay debate. Avanza la estupidez y el delirio feminista se traslada ya hasta la denuncia del machismo de los semáforos, por esos muñecotes que indican el paso de peatones. Lo suyo, dicen, es que los muñecos se vistan con faldas para «advertir sobre la ausencia de representación femenina en las calles y en la práctica urbana». Por lo visto, las ciudades son machistas «porque no se han diseñado pensando en las necesidades de la mujer». En fin, que eso.
Ocurre, sin embargo, que no todo es feminismo superficial, porque se están introduciendo reformas que sí atentan contra valores universales, irrenunciables, desde que la Revolución Francesa consagró la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por ejemplo, la imposición por ley de la paridad en todos los órdenes de la vida, desde las listas electorales hasta las empresas, pasando por los todos altos cargos de la administración. Es tal el afán intervencionista que, en estos meses atrás de reforma del Estatuto andaluz, la portavoz del PSOE llegó a decir que la paridad «no se puede dejar al albur de una mayoría política, sino que tiene que ser obligatoria». Digan lo que digan los ciudadanos, paridad a la fuerza.
Un ejemplo es estos días. La Consejería de Educación ya obliga a todos los colegios a que exista paridad de profesores y profesoras si quieren acogerse a las ayudas de las materias más diversas, como los programas bilingües, los planes de compensación educativa o la implantación de sistemas de gestión de calidad. Para todo eso, la obligación inexcusable es la paridad.
Todo esto, ya digo, se conocía. Lo nuevo es que ahora para poder acogerse a las ayudas que se conceden para la mejora de las instalaciones tecnológicas en los colegios (lo que se conoce como centros TIC), se establece como prioridad que esos proyectos estén coordinados por una mujer. Si es mujer, diez puntos más. Ya puede haber un tipo con un currículo impresionante en nuevas tecnologías, que si quien se compromete a coordinar el proyecto es la profesora de música o de gimnasia, tiene garantizada la prioridad en la subvención pública.
Piensen en las consecuencias de lo anterior y de tantas políticas similares. El feminismo institucional, el feminismo de partido, nos está conduciendo por un alambre peligroso. Del disparate a la intervención, de la tontería a la imposición. Las feministas de buena fe lo ponen difícil. Hay poco donde elegir.
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