Averías
El diputado de IU, Antonio Romero, inauguró ayer un discurso peligroso en Andalucía. Cogió el proyecto de los presupuestos de la Junta, que hoy se van a aprobar en el Parlamento, calculó los impuestos que se van a recaudar en Málaga durante este año, y los comparó con el total de Andalucía. «Málaga –reparó Romero– es la provincia líder prácticamente en todos los impuestos (...) Pero aunque Málaga hace una gran aportación fiscal, el 30 por ciento del total, recibe pocas inversiones. Es necesario que las inversiones en esta provincia se aproximen al importante esfuerzo fiscal que hace Málaga hacia la Hacienda andaluza».
La política le hace homenajes permanentes a Groucho Marx, a algunas de sus sentencias más severas. Podríamos parafrasear uno de sus asertos más pesimistas para concluir, después de lo anterior, que «la clase política, partiendo de la nada y con su sólo esfuerzo, ha llegado a alcanzar las más altas cotas de absurdo». Ya es bastante grave que Izquierda Unida, con su sólida base comunista, de manos obreras y puño en alto cantando La Internacional, haya llegado a la conclusión de que el progresismo en este nuevo siglo, y el interés de los trabajadores a los que se debe por ideología y por decencia, está en los gobiernos nacionalistas, como en el País Vasco o en Cataluña. Pero lo peor es que, a partir de ese desvarío, comience a aplicar la lógica nacionalista allí donde se encuentre. Como acaba de ocurrir.
Esto que sugiere mi apreciado Antonio Romero surge del planteamiento egoísta y displicente de los nacionalistas catalanes, que también hablaban del «mayor esfuerzo fiscal» de Cataluña con respecto a otras comunidades como Andalucía, Extremadura o Galicia. Y al desnivel entre las inversiones y la aportación fiscal conjunta le llamaron «déficit fiscal». En definitiva, un conjunto de barbaridades insolidarias, porque, primero, los impuestos no lo pagan los territorios, ni provincias ni comunidades, sino las personas; segundo, porque nadie hace «un esfuerzo fiscal» mayor que otro ya que los impuestos son iguales para todos; y, tercero y fundamental, porque el pago de impuestos persigue un fin irrenunciable, sobre todo para la izquierda, la redistribución de la riqueza.
¿Qué tendríamos que hacer, si las provincias comienzan ahora a exigir inversiones de acuerdo a los impuestos que pagan? ¿Y cómo se mantiene esa lógica con las exigencias de ayudas y subsidios como el cuestionado PER? Y con respecto a España o a Europa, ¿debe asumir, por tanto, las regiones más pobres como Andalucía que se realicen mayores inversiones en los territorios más ricos?
Antonio Romero es un tipo de sólidas creencias, de ética intachable y gran sentido del humor. Por eso es más preocupante este trastorno nacionalista, porque como diría él mismo, gran cazador de titulares de prensa, una propuesta así lo único que demuestra es que la avería es gorda. La avería ideológica, se entiende.
5 Comments:
Nos ha jodido el progresista. Esfuerzo fiscal el que hay que hacer cuando ves como se gastan los impuestos. (En el sueldo de Antonio Romero, por ejemplo.)
No creo que Antonio Romero sufra ninguna avería ideológica. Al menos ninguna nueva, la ideología en cuestión ya venía averiada de fábrica. Más bien apunta a tu artículo de ayer sobre el régimen.
Aquí cada uno se está buscando ya su régimen de taifa para instalarse: Chaves, Arenas, Romero...
El problema es que el estado, por definición, no puede practicar el cálculo económico y por eso no puede saber cuáles son las inversiones correctas. Cuando gasta lo hace mal. Peor de lo que lo haríamos la gente interactuando. Y luego tienen que apesebrar más burócratas para que intenten contarnos justo lo contrario de lo que vemos y tomar más medidas que aún lo lían todo más.
Hombre, aumentar el gasto en educación está muy bien. Pero seguir empeñándote en echar ese dinero a un sistema educativo burocratizado y esclerotizante, que impide la innovación y que gasta a mansalva para que luego los niños estén en caracolas y acaben aprendiendo a dar palizas en vez de lengua y matemáticas, eso no lo haría nadie que se jugara los cuartos. Es decir, nadie que para prosperar dependiera de tener que conquistarse el favor de los padres.
Los políticos no actúan como los empresarios siguiendo la guía orientadora y de coordinación social que son los precios –que te dice qué es lo que quiere la gente y si estás utilizando los recursos lo suficientemente bien como para que ellos prefieran tu producto a los otros fines que podrían perseguir con el dinero que te dan por él, de forma que puedas obtener beneficio- . Los políticos, en cambio, los incentivos que tienen para decidir son otros, incentivos propios de políticos: los votos, sus clientelas, los grupos de presión, intereses de partido, los pesebres ... Y así es casi imposible acertar.
Y en cuanto a los impuestos, hemos de acudir una vez más a Bastiat y hacer un esfuerzo intelectual por ver no sólo lo que se ve sino también lo que no se ve. Lo que se ve son las cintas que cortan los políticos. Lo que no se ve es todo aquello que la propia sociedad podría hacer con ese mismo dinero y con más libertad. Más dinero para el estado es menos riqueza para la gente, con todas las evidentes consecuencias lógicas que esto provoca en la estructura económica y en la capacidad productiva.
Desde la izquierda siempre se ha defendido la necesidad de redistribuir la renta para que los más necesitados prosperen a costa de los más emprendedores. Los fondos así obtenidos no sólo no sirven realmente para el fin previsto (porque si paras a los emprendedores paras el motor de cuyo funcionamiento podrían beneficiarse los más pobres) sino que tampoco se suelen destinar íntegramente a la asistencia social, ya que para los políticos el rédito de dedicarlos a comprar votos es mucho mayor.
Decía Rothbard que la doctrina de la redistribución se resume en que unos pobres terminan pagando la factura de otros pobres. Y yo creo que es verdad. Son las sufridas clases medias las que no tienen forma de escaparse del fisco, mientras los marios condes y compañía, los Leonardos Chaves, siempre encuenrtran la forma de burlarlo. Y luego lo de la gente de abajo, la que se cree que no paga impuestos, eso es todavía peor. Ni siquiera llegan a percatarse de que todo lo que compran, desde una lechuga hasta los medicamentos, desde una camiseta hasta los zapatos, está encarecido artificialmente por el estado a base de impuestos y de regulaciones, de ivas y venías, de cargas fiscales a los carburantes, a la energía y a todo; a base de trabas burocráticas y de barreras proteccionistas que obstaculizan un uso más eficiente de los recursos.
El problema es que el estado, por definición, no puede practicar el cálculo económico y por eso no puede saber cuáles son las inversiones correctas. Cuando gasta lo hace mal. Peor de lo que lo haríamos la gente interactuando. Y luego tienen que apesebrar más burócratas para que intenten contarnos justo lo contrario de lo que vemos y tomar más medidas que aún lo lían todo más.
Hombre, aumentar el gasto en educación está muy bien. Pero seguir empeñándote en echar ese dinero a un sistema educativo burocratizado y esclerotizante, que impide la innovación y que gasta a mansalva para que luego los niños estén en caracolas y acaben aprendiendo a dar palizas en vez de lengua y matemáticas, eso no lo haría nadie que se jugara los cuartos. Es decir, nadie que para prosperar dependiera de tener que conquistarse el favor de los padres.
Los políticos no actúan como los empresarios siguiendo la guía orientadora y de coordinación social que son los precios –que te dice qué es lo que quiere la gente y si estás utilizando los recursos lo suficientemente bien como para que ellos prefieran tu producto a los otros fines que podrían perseguir con el dinero que te dan por él, de forma que puedas obtener beneficio- . Los políticos, en cambio, los incentivos que tienen para decidir son otros, incentivos propios de políticos: los votos, sus clientelas, los grupos de presión, intereses de partido, los pesebres ... Y así es casi imposible acertar.
Y en cuanto a los impuestos, hemos de acudir una vez más a Bastiat y hacer un esfuerzo intelectual por ver no sólo lo que se ve sino también lo que no se ve. Lo que se ve son las cintas que cortan los políticos. Lo que no se ve es todo aquello que la propia sociedad podría hacer con ese mismo dinero y con más libertad. Más dinero para el estado es menos riqueza para la gente, con todas las evidentes consecuencias lógicas que esto provoca en la estructura económica y en la capacidad productiva.
Desde la izquierda siempre se ha defendido la necesidad de redistribuir la renta para que los más necesitados prosperen a costa de los más emprendedores. Los fondos así obtenidos no sólo no sirven realmente para el fin previsto (porque si paras a los emprendedores paras el motor de cuyo funcionamiento podrían beneficiarse los más pobres) sino que tampoco se suelen destinar íntegramente a la asistencia social, ya que para los políticos el rédito de dedicarlos a comprar votos es mucho mayor.
Decía Rothbard que la doctrina de la redistribución se resume en que unos pobres terminan pagando la factura de otros pobres. Y yo creo que es verdad. Son las sufridas clases medias las que no tienen forma de escaparse del fisco, mientras los marios condes y compañía, los Leonardos Chaves, siempre encuenrtran la forma de burlarlo. Y luego lo de la gente de abajo, la que se cree que no paga impuestos, eso es todavía peor. Ni siquiera llegan a percatarse de que todo lo que compran, desde una lechuga hasta los medicamentos, desde una camiseta hasta los zapatos, está encarecido artificialmente por el estado a base de impuestos y de regulaciones, de ivas y venías, de cargas fiscales a los carburantes, a la energía y a todo; a base de trabas burocráticas y de barreras proteccionistas que obstaculizan un uso más eficiente de los recursos.
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