El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

06 junio 2006

Armiño


Le decían el armiño. El apodo se lo pusieron, en cualquier noche de tabernas y callejones, antes de que llegara a Marbella para convertirse en uno de los magnates indiscutibles del lugar. Le decían el armiño. Pero no porque se pareciera a ese animalito de resonancias aristocráticas que vemos en los cuadros en brazos de las damas medievales, como un peluche. El armiño, inocente con su pelaje de nieve. No le pusieron el mote por su virginidad ni por su inocencia.

Venía de un pasado turbulento y lo poco que se pudo saber de él, por algunos recortes de periódicos empapados en whisky, es que lo conocían como ‘el armiño’ por una peculiaridad de este animal: antes de devorar a sus víctimas, se queda mirándolas fijamente hasta casi hipnotizarlas. El armiño, estampa medieval, con el secreto en los ojos pequeños y negros, como gotas de cianuro servidas a un amante en una copa dorada.

En Marbella, su estancia con el gilismo fue apacible y fructífera, grandes fiestas y prestigio social. Ahora dicen que aquel tipo hace tiempo que se encuentra fuera de la ciudad, aquejado por alguna dolencia. Está, dicen, el algún hospital de fuera de España. Como otros empresarios del gilismo, ni tantos como dicen ni tan pocos como cuentan, pero que también se largaron de vacaciones cuando lo de la ‘operación malaya’ y uno se los imagina tumbados en la arena del Caribe, pendientes del móvil.

Nunca habíamos pensado cómo sería la transición de la Marbella corrupta y descarada del gilismo, pero debe ser así, en hamacas pintadas de verde, entre cocoteros del Caribe, a salvo de la Justicia. O en lujosas residencias de ancianos, en alguna playa europea que recuerde con la rutina de las olas el paraíso perdido.

Dicen que el armiño se ha ido de Marbella y su lugar, como un nido abandonado, comienzan a ocuparlo los discursos políticos. Llegan y no reparan que fueron los peores vicios de la política los que trajeron el gilismo a esta ciudad; que fue la corrupción sin eficacia la que llenó las urnas de votos en favor de la corrupción populista de Gil. Porque el personal, como en estas elecciones de ahora en Perú, daba por sentado que quien fuera alcalde, iba a robar. «Lo que esperamos es que roben lo menos posible», decía ayer una peruana, tras votar a Alan García.

En Marbella, vamos a ver, hace falta una democracia de puertas abiertas, de aire limpio, de tiempo nuevo. ¿Qué imagen, qué ejemplo le está ofreciendo el PSOE a la ciudadanía? ¿A qué vienen los abrazos del presidente de la gestora, en vez de ofrecer neutralidad? ¿Qué es eso de que el consejero-candidato anuncie planes de inversión? ¿Qué es eso de admitir, sin más, que va ‘a palos’, como Chaves en su día? ¿Cómo que si «aquí nadie dimite, tampoco yo»?

Aquellos tipos leerán los periódicos con los pies haciendo agujeros en la arena. Y en las siestas de sol, acaso sueñen con el final de esta hibernación. Como un armiño.