El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

26 mayo 2006

Clase Club


“Ey, Aurora, qué alegría verte. ¡Viva España! Je, je, je…” Si los murciélagos emiten un sonido que les marca la distancia exacta que los separa de una pared, debe ser que nuestra mirada delimita, con la misma precisión, la distancia a la que debe permanecer el prójimo. Quién se acerca y quién no. La mirada de Aurora debió ser fulminante, porque Mario se detuvo al instante. A casi un metro de ella, en el andén del Ave de la estación de Atocha. Faltaban quince minutos para la salida del tren y Aurora apuraba un cigarrillo junto a las vías. “Eh, eh… qué te pasa, mujer, sólo te he dicho ¡Viva España! Nada más… ¿Es que no piensas saludar?”

La peor sensación de nuestro pasado, lo más grave que nos puede ocurrir cuando miramos atrás, no es que nos invada la nostalgia. Lo peor es que no nos reconozcamos en nuestra propia vida. Eso es exactamente lo que le ocurría en aquel momento a Aurora, que era incapaz de reconocerse en aquel tipo. Incapaz de explicarse cómo pudo compartir con él tantas ilusiones, tantas certezas, tantos días, tantas horas. Tanta vida. Se conocieron en la Facultad de Derecho, en los setenta, y se hicieron inseparables. Nunca fueron amantes, pero eran inseparables.

“Te ví ayer en la tribuna del Congreso, y casi no te reconocía”, continuó diciendo Mario. “Sí, yo también te ví en el escaño. Oye, por cierto, a qué viene eso de “viva España”, replicó Aurora. “No sé, chica, hablamos poco, pero te veo muy pepera, je, je, la derechona. Don Pelayo y Guzmán el Bueno, je, je”. “Me gustaría que me explicaras –le interrumpió Aurora, visiblemente enojada- en qué momento de aquellas interminables e incontables reuniones del partido a las que asistimos juntos se dijo que el objetivo de la izquierda era convertirse en nacionalista. ¿La Internacional, la recuerdas? No sé, a lo mejor me he perdido algo…”

A menudo confundimos diálogo con acuerdo, acaso porque pensamos que la confrontación de ideas, el choque de criterios, no pertenecen a ese género. Pero qué ocurre cuando el interlocutor convierte una conversación en un laberinto imposible, en un absurdo. Y Aurora se sentía impotente para replicar aquella ráfaga de consignas que le espetaba Mario. “¿Por qué le dais la espalda a Andalucía? Tu luchaste por el 28 de Febrero, Aurora, y ahora estás con la derecha. No lo entiendo. ¿Por qué te envuelves en el “Viva España”?… Os vais a quedar solos en la oposición al nuevo Estatuto, Aurora...”

“¿Ah sí? ¿Y qué debe ilusionarme? ¿Que el Guadalquivir lo gestione un antiguo guerrista en vez de un técnico del Ministerio? ¿O que nos llamemos ahora realidad nacional? ¿Acaso debo saltar de alegría porque el presidente de la Junta pueda ejercer más presión sobre los jueces? Además, ¿te importaría dejar de contestar a todo diciendo que soy de derechas? Lo de España, verás, es más complejo. Pero deberías reflexionar sobre los complejos absurdos que siempe hemos tenido con la bandera de España. Primero, acomplejados por el franquismo y ahora, acomplejados por los nacionalismos.”

Mario estiró la mano y dio unos golpecitos sobre su reloj. “Es la hora. En fin, que lo que quiero decirte es que la derecha se va a equivocar otra vez, como hace veinte años. Pero tú veras. Que me ha encantado verte. ¿Te quedas?”, preguntó. “Sí, yo tengo asiento en turista”, contestó. “Ah, vale, me doy prisa entonces que voy Clase Club”. Al alejarse, junto a las paredes del Ave que ya comenzaba a rugir, Aurora creyó ver en aquel momento alguna explicación razonable al absurdo anterior. “Clase Club, claro”. Y estrelló el cigarrillo contra el andén.

2 Comments:

At 26 mayo, 2006 23:20, Anonymous Anónimo said...

Clase Club, la Visa Oro, el coche oficial...

Cuando te encuentras con alguno de estos instalados, que conociste en la universidad y tal; primero es soportar la condescendencia con que te tratan. Después, y a poco que profundices, viene lo que suelen entender por ironía: la frivolidad de los tontos y el cinismo de los más espabilados.

Ciertamente que al final no te invade la nostalgia, sino la desgana.

 
At 15 junio, 2006 05:53, Blogger El Cerrajero said...

(APLAUSOS)

Real como la vida misma.

A mí no me invade la nostalgia ni la desgana, sino el cabreo y las ganas de combatir contra los demagogos.

Ya lo dijo Viriato:

"El mérito no está en ser parte de la mayoría que desiste sino en ser parte de la minoría que resiste".

 

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