Antágona
Inventemos una diosa para este drama. Adoremos a Antágona, diosa de los círculos cuadrados, de los gatos de tres pies, de las excepciones sin regla. Y construyamos un templo grande, con enormes piedras de ruedas de molino. El templo de las contradicciones. El templo de Antágona, la diosa de nuestros días.
Detengámonos un momento y contemplemos el camino recorrido en la construcción del Estado autonómico. Como quien se sienta en una piedra, y contempla, secándose el sudor, el camino recorrido y el que tiene por delante. Veamos. Cuando se diseñó en la Transición el sistema autonómico, el Estado se garantizó su propia pervivencia con dos normas elementales: El recurso previo de inconstitucionalidad y la ley de los referendos.
El primero garantizaba que cualquier estatuto o ley autonómica no se pudiera aprobar si previamente el Tribunal Constitucional no garantizaba que se atenía a la Constitución. Prevalece la esa norma básica antes que la decisión de una mayoría de diputados del Congreso en una legislatura cualquiera y antes, desde luego, que la voluntad de un parlamento autonómico. La Constitución es el suelo y el recurso de inconstitucionalidad era su red de seguridad.
Lo segundo, la ley de referendos, aprobada por UCD y el PSOE, establecía un listón casi imposible para las regiones que buscaban una autonomía similar a la que, por el pacto de la Transición, se le concedía al País Vasco y a Cataluña. Cualquier región que quisiera una autonomía tan elevada como aquellas tendría que superar un referéndum leonino, con más del cincuenta por ciento de síes sobre el censo electoral, no sobre los votos emitidos.
Cuando pasó el periodo autonómico, las dos medidas se eliminaron. Ya no eran necesarias. Se eliminaron, quizá, pensando que la etapa histórica para la que se crearon ya había pasado y que en España ya existía un modelo territorial asentado, inalterable y satisfactorio para todos.
No ha sido así, ya se ve. Tanta fue la equivocación que Andalucía, que tuvo que superar aquel referéndum leonino para conseguir una autonomía “de primera” se encuentra ahora ante la paradoja de poder aprobar un estatuto que la define como “realidad nacional” con tan sólo el sesenta por ciento de su Parlamento. Y Cataluña puede sacar adelante un estatuto de competencias exclusivas, de exclusiones lingüísticas y bilateralidad en un referendum que ya se vaticina con una abstención por encima del cincuenta por ciento.
¿Ven la absurdo? Para el primer paso, todas las garantías; para el segundo paso, casi ninguna. ¿Acaso aquellas dos medidas no tienen ahora, al menos, tanto sentido como antes? ¿Saldría adelante la ‘realidad nacional’ andaluza en un referéndum como el que aprobó el PSOE para el 28 de Febrero? ¿Pasaría el Estatuto de Cataluña el filtro del recurso previo de inconstitucionalidad? He buscado respuestas imposibles. Pero no recordaba que aquí, donde estamos, todo son contradicciones. Es el templo de Antágona.
3 Comments:
De hecho, el referéndum de Andalucía no se ganó.
No es cierto que el 28-F fracasara, como dice Ignacio, Seamos rigurosos. En el referendum de Andalucía el si ganó por más del cincuenta por ciento de los votos en todas las provincias, y se quedó a poco de con seguirlo en Almería. Si se mira desde ese punto de vista, pues vale, fracasó, pero desde luego en menor medida de lo que hubiera ocurrrido en Tarragona o en Alava, con seguridad. De hecho, el gobierno de la UCD, que se vio desbordado por la presion, no tuvo mas remedio que dar por bueno el resultado de Almeria. De todas formas, coincido con el planteamiento general de qué pasaría ahora si para sacar adelabte "la realidad nacional" andaluza o "la nacion" del preambulo de Cataluña se volviese a imponer la norma que estaba en vigor entonces.
Con arreglo a la ley entonces vigente, el Sí no ganó el referéndum. Lo demás es política, lo cual no es en sí bueno ni malo.
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