Aislados
Se ha aliado la rutina de los días con la velocidad de los tiempos para que, sin percatarnos, asistamos impasibles a situaciones groseras que deberían provocarnos un sarpullido inmediato. Imaginemos la escena surrealista. Un pasillo de universidad abarrotado, con alumnos caminando deprisa, sonriendo y charlando, cruzándose miradas y citas. Nadie parece reparar en un catedrático cincuentón, con una pesada mochila biográfica a sus espaldas, que resiste los roces y empujones de aquellos estudiantes acelerados. El catedrático hace tiempo que levantó el dedo, esperando inútilmente que alguien lo atienda. «Oiga, mírenme, que yo no existo». Y nadie se vuelve para mirarlo. Ni se detienen a oírlo, claro.
Ese tipo se coloca todos los días antes nuestras narices y no lo vemos. Y pasamos deprisa a su lado, atropellados, «oiga, sin empujar», pero nadie oye a nadie. A la última persona que hemos visto con el dedo levantado ha sido al catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, Antonio Nadal. Y pasa inadvertido en el trajín de todos los días.
De lo mucho que Nadal decía ayer en estas páginas, sólo había una frase que no se puede pasar por alto: «Es probable que el destino inevitable de un intelectual crítico sea no existir», dijo. Nadal hablaba de Andalucía, de intelectuales adocenados, de periodistas plebeyos. Hablaba de la imposibilidad metafísica de ser crítico con el poder y, además, existir. Lejos de Chaves está el frío.
Quiere decirse, en definitiva, que esa condena a la no existencia es la única situación que un demócrata no puede admitir. Con este hombre, Antonio Nadal, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo en sus tajantes afirmaciones; y muchos lo verán como un valiente y otros lo tacharán de eterno resentido. Pero, como se afirmaba en la entrevista, un señor que comienza diciendo «probablemente el equivocado soy yo», se merece, al menos, el derecho a que se le oiga. Que es el derecho a existir. Si tenemos asumido que la libertad de cada uno acaba donde empieza la de los demás, maticemos ahora que nuestra libertad termina donde comienza el silencio impuesto a los demás.
Las mayorías absolutas, por sólidas que sean las hegemonías políticas, por abrumadoras que sean las urnas llenas de votos, jamás autorizan a un dirigente a condenar a quien disiente a la no existencia. ¿Cuántos se sienten en Andalucía como este catedrático de Málaga, que edita sus libros en Bulgaria para que se los ignoren en Andalucía? ¿Cuántos condenados al aislamiento?
En fin, que por mucho que la velocidad se haya aliado con la rutina, hoy sus compañeros de universidad, los que lo tomen por un loco rencoroso y los que alaben en silencio sus denuncias agrias, deberían reivindicar públicamente esa voz. Para que vuelva a existir. Porque, si no es así, deberían reparar en que, a lo mejor, quienes en realidad no existen son ellos.
1 Comments:
No parece razonable que algunos se empeñen en querer demostrar lo que no existe y lo que no es cierto. Les va la mentira, y los han calado, pero siguen erre que erre. Todos los gobiernos, todos, se rodean de intelectuales y periodistas que le son mas afines y eso ocurre ademas en todos los paises del mundo. Son corrientes normales de afinidad ideológica. A Antonio Nadal, se ve que solo le gustaba el partido cuando él ganaba y gobernaba en la agrupacion del PSOE de Malaga. Ahora creo que trabaja para el PP, aunque eso no se dice en la entrevista. Nadal no ha acabado de entender que lo mismo que se llega a un cargo dirigente por el voto democratico se sale del mismo. Empeñarse en ese discurso de que en Andalucia todos son conspiraciones, corrupciones, atrasos y dictadura es alejarse de la realidad. Al PSOE le va bien con una oposición tan catastrofistas, pero uno teme que hasta se acaben creyendo sus negros augurios de derecha cavernícola.
Atentamente,
Honorato.
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