La burra
La corrupción tiene su propio dialecto. El lenguaje ordinario, vulgar, adquiere aquí una dimensión específica, diferenciada, de forma que acaba retratando cada caso. Se convierten en claves codificadas para la memoria colectiva. Como los cafelitos de Juan Guerra, los calzoncillos de Roldán o el maletín de los Ollero. Los corruptos tienen una tendencia normal al lenguaje soez, a la procacidad, que es como sacársela y mearse en todo. Demostraciones atávicas del poder.
En esto, como en todo, la gran aportación al conocimiento del mundo de la delincuencia política se produce gracias al inmenso caudal de información sociológica que aportan los ‘pinchazos’ telefónicos. La consigna en el mundo del hampa ha sido siempre la de no dejar rastro contable o documental. Ninguna huella de tinta. Esa frase que se suelta al final de un trato, con tono de asunto sobreentendido: «Por supuesto, nada por escrito».
Por fortuna, la precaución de los mangantes con la cosa escrita se diluye cuando hablan por teléfono, y eso les da una sensación de impunidad que les acaba perdiendo. «A ver si de aquí a junio nos quitamos las legañas», le decía Jorge Ollero al comisionista Pedro Llach, ya difunto, en las grabaciones de aquel caso que, al final, fueron anuladas por los tribunales y dieron al traste con toda la investigación. «Tú haz tus cuentas porque con ese dinero tú haces encaje de bolillos», le replicaba Llach.
En el fondo, si lo miran bien, esa chabacanería es la que reviste la soberbia, la prepotencia, la chulería de una trama de corrupción. «El Ayuntamiento soy yo», se ha publicado estos días como frase de Juan Antonio Roca ante los empresarios de Marbella, para zanjar de un tajo cualquier duda sobre la autoridad. Es la misma frase que esgrimía en las grabaciones policiales, hace unos meses, el empresario implicado en el soborno del Ayuntamiento de Camas. Versión Luis XIV del urbanismo municipal. El absolutismo de la corrupción política, digamos.
En las grabaciones que se van conociendo de esta nueva entrega del saqueo del Ayuntamiento de Marbella, se ha pronunciado una frase lapidaria. «La burra no da para tanta leche», advierte el empresario del servicio de grúa a la teniente de alcalde García Marcos cuando ésta le exigía más dinero para modificar las ordenanzas municipales.
«La burra no da para tanta leche». Después de tres saqueos, ésa es la mejor imagen de un ayuntamiento esquilmado, exhausto de comisiones. Arruinado. Consumido. Una burra canija, con los huesos marcados. Hemos tenido que llegar a este fondo exánime para que el Gobierno se reúna hoy con carácter extraordinario y ordene la disolución del Ayuntamiento de Marbella, no para convocar elecciones sino para que se nombre una gestora. ¿Una gestora? Igual es que se han hecho otras cuentas, otros cálculos. Con una gestora, que nombrará la Diputación de Málaga, el PSOE se garantiza el control del Ayuntamiento hasta las elecciones municipales. La burra, ay.
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