Alfonso
Alfonso Guerra siempre ha sido un laberinto del que jamás se sale. Una expectativa vana, un discurso interrumpido, un presente sin futuro que se mira en las aguas quietas del pasado. Guerra siempre decepciona a los suyos, a quienes le han seguido como discípulos y a quienes han vuelto la cara al oírlo hablar. Alfonso Guerra está preñado de su propia contradicción, todo y nada, fachada de una mansión deshabitada. Le cantaremos versos de Pessoa. «Cuanto más crezco, menos soy./ Cuando más me encuentro, más me pierdo».
La decepción de ahora, oh veterano diputado por Sevilla, acaso será ya definitiva, y nadie más se volverá a mirarte como aquel mes de julio del año pasado, en los cursos de El Escorial. «Hay dos tipos de propuestas para la reforma de la Constitución, una declarada y otra no, pero clarísima». Lo decía Alfonso Guerra, presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, y muchos pensamos que su historia y su fortaleza era la esperanza. Ha pasado el Estatuto de Cataluña por la Comisión y ha Guerra no ha abierto la boca.
«Algunos gobiernos autonómicos quieren adjetivar sus respectivas comunidades autónomas. No se conforman con el nombre que tienen. Unos lo quieren llamar región, otros nacionalidad y otros nación. Mi juicio es que tal diseminación sólo aporta una confusión que siempre acarrea problemas, además de una insolvencia de nuestro país más allá de nuestras fronteras». ¿Cómo es posible que un hombre diga algo así y, unos meses después, vote a favor de un preámbulo en el que Cataluña se define como nación? Votar y callar. A tus años. Ay, Alfonso Guerra.
En el fondo, será que Alfonso Guerra siempre ha rehuido la responsabilidad. Estar de oyente, como en aquellos consejos de ministros en los que era vicepresidente. Peter Pan de la política que no supo crecer, que se quedó en la representación teatral, en la pose. Que sólo estuvo a gusto en la oscuridad de las conspiraciones de partido. Más allá, sólo palabras. «Se intenta trasladar la distribución de la renta del ámbito individual de la persona a un ámbito territorial. Pero ésta es una concepción predemocrática. En democracia, los sujetos de derecho son las personas, no los territorios. Es como decir que los más pobres roban a los más ricos (...) No hay Estado que puede resistir la residenciación fragmentada de la soberanía». ¿Se puede pensar todo esto, presidir la comisión constitucional, y después guardar silencio?
Alfonso Guerra ha claudicado siempre ante los suyos y se ha arrodillado, vencido, ante sus principios cuando mantenerlos podía costarle el confortable chozo de tranquilidad en el que mora. Quizá ya sólo le importa el guiness de los récords, el diputado que más tiempo conservó su acta. Otra vez decepción. Pero ésta era la última batalla. Saliva agria y versos de Pessoa. «Todos los días descubro/ la espantosa realidad de las cosas:/ cada cosa es lo que es». Ay, Alfonso.
1 Comments:
Cuando no había puente sobre el Guadiana entre España y Portugal, el Sr. Guerra no le dejaron colarse para ir a ver los toros se volvió y pidió un avion privado pagado por todos.
Y que decir del hermanísimo haciendo y deshaciendo en un despacho oficial sin tener nombramiento oficial.
Sea coherente como hizo Nicolás Redondo en 1985 y vote no al estatuto.
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