Amina
Recorremos el tiempo a la velocidad del olvido. Disponemos de parámetros físicos para medir la velocidad de la luz y la del sonido, pero ningún científico ha sido capaz de resolver aún la ecuación de nuestros días: la terrible paradoja de disponer de más información que en toda la historia de la humanidad y menos memoria que nunca. Las noticias se suceden con un vértigo atropellado, se solapan y se difuminan. Surgen y desaparecen casi al instante por la fuerza de esta nueva gravedad, la sociedad de la información. Por ejemplo, ¿quién se acuerda de Amina Lawal?
En septiembre de 2003, Amina Lawal se salvó de morir lapidada por adulterio. Tras una enorme movilización mundial promovida inicialmente por Amnistía Internacional, Amina fue absuelta por un tribunal musulmán de Katsina, uno de los 12 estados de Nigeria donde rige la ley islámica o sharia. Durante un año y medio, Amina fue portada de todos los grandes periódicos del mundo, noticia de cabecera de todos los informativos de radio, de todas las cadenas de televisión. Su foto aparecía en las paradas del bus junto a un número de cuenta corriente. Nada moviliza como el reality show.
En otoño pasado, se publicó un reportaje por la efemérides de aquel juicio. Supimos entonces que, cuando se apagaron las luces de los focos, Amina volvió a su pueblo, Kurami, una aldea de casas de adobe donde las mujeres tienen prohibido salir de casa sin el permiso de sus maridos. Va vestida de pies a cabeza con un velo verde que sólo deja al descubierto los pies desnudos y la cara.
Se acabó el proceso y «le buscaron otro marido» que, a los seis meses, la abandonó preñada. Desde los 14 años, que la casaron por primera vez, la vida de Amina Lawal ha sido siempre así. ¿De qué le sirvió la enorme movilización del mundo desarrollado? ¿Han seguido presionando los grupos feministas? Amina calla, dice que es «la voluntad de Alá». «Todos han ganado mucho con Amina –reprocha un familiar–. Los que la defendieron en el proceso han recibido premios y viajan por el mundo dando conferencias, pero Amina no ha visto dinero alguno, y es la que está sufriendo». Extraordinario retrato.
El esperpento en el que ha degenerado la visita de la vicepresidenta del Gobierno trajo ayer, como tibias olas de agua estancada, la memoria de Amina. Todo es artificial ahí. Superficialidad progre. Una empresa que se llama Macondo, una empresaria agrícola metida a concejal socialista y un viaje solidario a Mozambique. Apariencia y realidad. Que nada tienen que ver.
Pero no ocurrirá nada. Porque recorremos la vida a la velocidad del olvido. Como en El país de las últimas cosas, de Paul Auster, «ocurre todo tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo». «Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos en tu interior».
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