La puta calle
La calle, sí, la puta calle. Mucho ojo con la calle que a la calle se le respeta porque se le teme, porque es la expresión más cruda de una sociedad, de un pueblo. Nadie resiste el estruendo de sus gritos y nadie es capaz de soportar es zumbido agudo de sus silencios. Puedes arder en la calle y puedes helarte. Nadie es dueño de la calle; de sus rumores, de sus clamores, todos son víctimas, todos son protagonistas porque todos son nadie y todos son alguien en el universo infinito y cambiante de la calle.
La calle, sí, por eso todos quieren comprar sus favores; a cualquier precio, la puta calle. Lo pretende sobre todo el poder, la política, porque qué son ellos sin la calle, sin el asentimiento de la calle. La calle, es verdad, siempre ha sido más de la izquierda que de la derecha, que se ha mantenido distante, displicente, alejada de ese tumulto que quizá en tiempos le parecía chabacano o vulgar. Por eso el Partido Socialista, canijos como están por el ayuno total de ideas, se ha echado ahora a la calle para alimentarse de esos fetiches viejos, para cubrir con la tela de la pancartas el desnudo de la identidad perdida, para encontrarse en el camino, para reconfortarse con el aliento de la calle y para comprarle sus caricias, las caricias de la calle, de la puta calle.
Ahí están otra vez, ahí se les ve de nuevo. Han pasado ocho años sin manifestaciones y ahora quieren cerrar el círculo de las ausencias con una gran convulsión callejera. El once de marzo es la fecha, y la sola mención de las siglas, el 11-M, nos revela que esa coincidencia sólo tiene una explicación, una miserable e insensata justificación: Coordinar aquella convulsión que cambió la historia de España con esta otra que pretende lo mismo, modificar la tendencia electoral de unas elecciones, las andaluzas, que llevaría al PSOE al primer eclipse total de la democracia. Lo dicen sin complejos, que el 11-M es «la nueva fecha para todo tipo de acciones». Es tan evidente la coincidencia, tan palpable, que si se han convocado las manifestaciones en ese día ha sido sólo porque se busca esa identificación; es tan evidente, que nunca puede pensarse en el lapsus o en el error. No cabe mayor insensatez.
Por eso, cuidado con la calle, que es muy puta y puede volverse contra quien la desconsidera y escupe en su dignidad. Que pongan el oído en la acera para comprenderlo. Que sepan que, hasta que las protestas contra la Reforma Laboral se han comenzado a despeñar por el despropósito y el cinismo, lo que estaba creciendo lentamente entre la ciudadanía era un sentimiento de desencanto contra el Partido Popular. Era la dinámica habitual de desgaste de un partido de gobierno que se erosiona con el viento racheado de la crisis económica, que se embarra con las contradicciones y los incumplimientos. Esa corrosión ya estaba en marcha y puede truncarse ahora por la ridícula politización de las protestas (¿quién se puede creer a un dirigente del PSOE detrás de una pancarta, ahora que acaban dejar el Gobierno?) y por la utilización detestable que pretenden los sindicatos de la memoria colectiva del 11-M, el peor atentado que ha habido en España, para buscar subliminalmente la agitación de entonces.
Al final, de todas formas, será la calle, la ciudadanía, quien decida sobre este espectáculo impúdico en el que están convirtiendo las protestas razonables contra los excesos de los recortes del Gobierno. Será la calle, sí, la puta calle, y ojalá se les vuelva en contra en la primera esquina.
Etiquetas: Crisis, Política, PSOE, Sindicatos
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