El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

09 junio 2006

Vacío

Se han agotado las palabras y acaso los sentimientos. Porque no provoca ya en nosotros ninguna convulsión social ni política la muerte de inmigrantes, como ese joven senegalés que se prendió fuego en Málaga. Y luego se tiró a un contenedor. Cuánto simbolismo hay en esa muerte, qué insulto más cruel, qué bofetada. Cogió su vida de negro y la arrojó a un contenedor de basura. De nuestra basura.

“El vecino que nunca existió”, se titulaba el doloroso reportaje que se publicaba el otro día en estas páginas. Por que en aquel piso de la calle Las Biznagas, en Mijas, viven tantos negros, y son todos tan iguales, que nadie del barrio es capaz de recordar ahora quién de ellos fue el que se prendió fuego y se tiró a la basura. Oigan la voz en off de esta realidad, detallen cada una de las sílabas de esta barbaridad que nos hemos acostumbrado a digerir sin mover un músculo. “A pesar de tener nombre y apellidos, sus propios vecinos desconocían la identidad de aquel muchacho de color que en la mañana del domingo, y sin motivos aparentes, se quemó vivo. Aquel barrio, como tantos otros de la costa del sol, está plagado de nativos del África subsahariana. Conviven silenciosamente con sus vecinos. Con total civismo. Aunque sin nombre y sin rostro”. Repasen ese párrafo. Por favor. Y reparen en la atrocidad inconsciente de ese relato. “Barrios plagados de nativos”. Plagas.

Pero es verdad, porque llegan en oleadas, como plagas; los tratan como plagas en bodegas inmundas de barcos robados; y quizá nosotros también los miramos como plagas. Como esa empresa de Estados Unidos que ha propuesto que a los inmigrantes se les introduzca un chip en la piel para tenerlos siempre identificados. Y que piten en las entradas, como la mercancía robada. Y un vigilante con porra se arrojará sobre ellos.

Quizá por eso, aquellos senegaleses de Málaga han elegido el anonimato. Vivir sin nombre y sin rostro, pero pacíficamente y en silencio. Que no se note la presencia. Como un negro en la noche negra, del que sólo vemos sus ojos grandes, blancos y tristes.

“Un cadáver sin dueño/ transita por los años/ hacia el país tranquilo/ de la tierra de nadie”, escribió Gil de Biedma. Esta semana se han muerto en Andalucía dos inmigrantes más. El uno se quemó a lo bonzo en Málaga. El otro murió ahogado en el mar, cuando intentaba alcanzar la orilla y se arrojó al agua desde la patera. El primero se arrojó a la basura, el segundo se tiró al Mediterráneo, que es como un inmenso contenedor al que van a parar las ilusiones, las esperanzas, la vida.

Siguen muriendo inmigrantes. Ya no tiene interés siquiera hablar de nuevo del cinismo insoportable del Gobierno y del absurdo de la oposición. Porque se han agotado las palabras y acaso los sentimientos. Se han ido y nos han dejado solos. Este vacío. Este horror.

1 Comments:

At 09 junio, 2006 17:11, Anonymous Anónimo said...

¿Es consciente de la que ha liado con su artículo sobre el flamenco? Viva Extremadura...

 

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