El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 octubre 2010

Entierros



Antes de lo suyo con la ‘señorita Trini’, antes de que se levantara aquella polvareda feminista que no entendió que el mensaje corrosivo no iba en la adscripción de género sino en la vena aristocrática, Alfonso Guerra contempló desde la lejanía la nueva hornada de dirigentes del PSOE y, ante alguno de los suyos, sentenció el panorama: “Esos no saben lo que es ir a un entierro sin ganas. O a una boda sin ganas… No, no, no lo saben”. Sí, es verdad, ésa es la diferencia entre los dirigentes socialistas como Alfonso Guerra y la nueva generación de jóvenes dirigentes del Partido Socialista que, en vez de clandestinidad, encontraron despachos; en vez de lucha en las agrupaciones, aprendieron de traiciones; en vez de ideales memorizaron consignas. Aquellos que hicieron del PSOE, pueblo a pueblo, el partido que arrasó hace veinte años con un mensaje nuevo, de cambio, de ilusiones, no pueden tener esperanza alguna en el futuro de ese mismo partido, hecho en las tabernas y en las universidades, en manos de esos jóvenes que, en Andalucía, se les llama ‘griñaninis’. Aún desde el barro en el que se emponzoñaron al final del felipismo, esos dirigentes que construyeron el PSOE de la democracia son capaces de atisbar el abismo que les separa de esta nueva generación de Leires, Bibianas y Velascos. Esos tipos no se han roto en kilómetros por los pueblos para abrazar a la viuda de un concejal muerto, ni se han estropeado un domingo para asistir a la boda de carne en salsa y tarta de merengue de la hija de un alcalde. En la ciénaga de la corrupción de los años negros del felipismo llegaron, como ya se contó, a planificar el envío de un maletín para la viuda de un diputado muerto, envuelto en trampas. Pero hasta en ese detalle miserable se podrían encontrar diferencias en la forma de entender un partido, una militancia.

Es verdad que la concepción del partido obrero, esa estampa de Novecento, se la han tragado los tiempos; que las estructuras políticas de los partidos, después de treinta años de democracia, no tienen nada que ver con las del final del franquismo, cuando ‘Isidoro’ llenaba las plazas de toros con Triana tocando al fondo. Es verdad, sí, pero la evolución tendría que haber sido de otra forma, con dirigentes nuevos, jóvenes, formados. Idealistas en lo que cabe. Esta generación asusta a los propios veteranos del PSOE cuando los oyen hablar, cuando los ven actuar, y comprueban que han adquirido todos sus vicios de supervivencia, todos los rencores del sectarismo y ninguna de las virtudes de la política. Soberbia de poder y ausencia de ideales.


Dicen que ayer, el joven Rafael Velasco, ascendido por Griñán al ‘número dos’ del PSOE de Andalucía presentó su dimisión como diputado tras el escándalo de su mujer, los 730.00 euros en comisiones que le había apañado la Junta de Andalucía. Dicen que alegó “motivos personales”, pero, en política, todo el mundo sabe que esa expresión significa, en realidad, “motivos inconfesables”. Ese tipo, Rafael Velasco, por cómo viste, por cómo habla, por cómo asciende como la espuma, debe ser de esos dirigentes a los que Guerra retrató con su sentencia. Con una diferencia: Velasco ya ha aprendido lo que es a un entierro sin ganas. Ayer mismo, por la tarde, tuvo que asistir al suyo como diputado socialista. Igual tiene que presenciar otros en adelante.

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