Luis Portero
Ocurre igual en cada tragedia, cada uno de nosotros puede detallar y recrear lo que hacía en el momento preciso en el que todo se vino abajo, dónde estaba cuando recibió la noticia, en qué pensaba cuando, de repente, todo cambió. Sí, cada vez que miramos atrás y tropezamos con una desgracia, tragamos saliva y comenzamos el relato por los minutos anteriores al desastre, al pie del precipicio. Quizá por el vértigo que nos produce ese estado de inocencia en el que vivimos, sin reparar jamás en que la vida puede cambiar en el instante siguiente. O porque nos agarramos inconscientemente a la felicidad previa; volvemos a ese instante previo en el que nada había ocurrido en un intento, desesperado e inútil, de detener el tiempo en ese punto. Hace diez años, los hijos de Luis Portero, Daniel y Luis, se fueron a la piscina de un club de Málaga. No se les va a olvidar jamás porque, cuando se salieron del agua, el teléfono móvil ardía de llamadas: acababan de dispararle a su padre en Granada, en el portal del bloque de pisos en el que viven. La persona que les contó la noticia, el viaje de vuelta a Granada, la entrada en el hospital, la imagen de su padre entubado en una camilla, las lágrimas de su madre, la cara del médico cuando certifica el fallecimiento… Es tan brutal la caída, el abismo por el que se despeña el corazón, que es normal que al recordar cada tragedia nos remontemos al instante previo de felicidad; quizá, el último instante de felicidad completa que nos reservaba la vida. Aquella piscina en la que nadaban...
Con los muertos de ETA ocurre, además, que este ejercicio inconsciente de recrear los momentos previos a un atentado no se limita sólo a la familia, a los amigos o a los compañeros de trabajo, sino que se traslada a toda la sociedad porque todos padecimos, en mayor o menor medida, el sobresalto de aquella noticia. Alberto y Ascen, Martín Carpena, Luis Portero, Muñoz Cariñanos… Sabemos dónde estábamos aquel día, sabemos lo que sentimos y no queremos olvidarlo. Fue tan grande el dolor que, para siempre, el aniversario de esas muertes estará arropado de un manto inmenso de ternura, de respeto, de consideración a las familias de los muertos de ETA. Yo no concibo otra forma de recordar a las víctimas del terrorismo etarra. Ni lo concibo ni lo admito. Por eso me rebela lo ocurrido con Luis Portero hace unos días, en el acto de recuerdo de su asesinato.
Luis Portero fue un fiscal incómodo para la Junta de Andalucía, varias veces puso el dedo en la llaga de la corrupción, muchas otras censuró la falta de medios de la Fiscalía y siempre reivindicó la independencia profesional, de los fiscales, en particular, y de la Justicia, en general. Sí, Luis Portero fue un fiscal incómodo para el Gobierno andaluz; un profesional molesto para aquellos que han transformado la hegemonía electoral del PSOE en Andalucía en una suerte de régimen que castiga la disidencia y premia el servilismo. Pero incluso asumiendo que las cosas son así, que fueron así, lo que nadie puede explicarse es que, diez años después, Luis Portero siga estando en la ‘lista negra’ del régimen andaluz. Le hacen el vacío en el aniversario de su asesinato y lo tachan de todas las condecoraciones. ¿Puede entenderse que no haya recibido ninguna distinción de la Junta de Andalucía a título póstumo, siquiera por el hecho de haber sido el primer fiscal jefe de Andalucía, siquiera porque lo mataron? Los muertos de ETA no tienen filiación política; los muertos de ETA son muertos de todos. No entenderlo así es llevar el sectarismo a un límite insoportable de miseria política.
Etiquetas: Democracia, Junta de Andalucía, Sociedad, Terrorismo
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