O rei Gaspar
Si Gaspar Zarrías hubiera sido ministro de Trabajo, tan sólo por una hora, como lo fue ayer, habría tenido tiempo suficiente para convertir los cuatro millones de parados en un proyecto de modernización de España. Con una hora, Zarrías habría transformado la tiesura española en un símbolo de la vanguardia europea. Y el Fondo Monetario Internacional aparecería en los telediarios envuelto en una oscura trama de intereses del ‘trío de las Azores’ conspirando contra España. Con una hora sólo, Zarrías habría instruido a los ministros en el difícil arte de la ubicuidad política y en la maestría de atravesar los charcos sin mancharse. El secreto mismo de la eternidad en política lo guarda Zarrías junto a sus pócimas venenosas de elaboración casera. Una hora de rumores bastó para que La Moncloa se viera tan desbordada que, por primera vez, tuvo que salir a desmentir las quinielas periodísticas sobre los cambios de Gobierno. Eso nunca había sucedido, será por el vértigo de pensar que Zarrías podía sentarse en un Consejo de Ministros.
Por eso, lo ocurrido, antes que una metedura de pata de Canal Sur –que tratándose de Zarrías ya será otra cosa distinta a un error–, es un atentado a la biografía de ese gran superviviente: Gaspar se merecía ese final de ministro porque, en su caso, sería una vuelta a empezar. Desde Escuredo a Chaves, treinta años lo contemplan ocupándose de todo, desde el puente de mando a las alcantarillas. Sí, merecía ese final. Zapatero no ha sabido verlo, o no se ha atrevido, y ha estropeado, otra vez, la secuencia lógica de los acontecimientos. Si lo que busca es un «cambio profundo» en el Gobierno, si lo que ansía el presidente es un ministro de Trabajo con un «fuerte perfil político», Zarrías era el hombre. Con Zarrías, ni Tomás Gómez hubiera ganado las primarias de Madrid ni los barones regionales se le hubieran rebelado. Zarrías hubiera enterrado la baraka y hubiera sacado la badana.
Que sólo Zarrías conoce las entretelas de los grandes escándalos del régimen andaluz; que sólo Zarrías ha sido capaz de salir ileso como político de una fotografía en la que los senadores votaban con las manos y con los pies; que sólo Zarrías ha logrado organizar un pucherazo con unas primarias –en contra, además, del candidato que salió ganador– y convertir la evidencia en una conspiración. Sólo Zarrías es capaz de organizar en una democracia la compra clandestina de una red de medios de comunicación y luego venderlos sin que, ni siquiera el propio PSOE, que era el teórico propietario, haya logrado desentrañar la operación millonaria.
En el Mauthausen de la política, Zarrías será siempre el preso que sobrevive a todos, el único que supera el exterminio de los focos, el desgaste diario del poder. Zarrías, o rei Gaspar. Qué pena que sólo haya dudado una hora. Sólo con eso, seguro que Griñán ya se ha puesto a cavilar.
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