Cultura política (y 2)
«Otra democracia es posible» fue el nombre de la coalición o amalgama que se presentó en las últimas elecciones municipales y generales con un logotipo que difícilmente se podía confundir con otros: una mano introducía una papeleta de voto en el váter. Durante la campaña electoral, siempre se les podía encontrar en los reportajes pintorescos de la jornada, como aquella vez que presentaron un lema referido a la sexualidad del votante: «Hacerlo cada cuatro años provoca impotencia». Como era previsible, llegaron las elecciones y nada más, cero. Ni siquiera podría considerarse un fracaso porque, ciertamente, tampoco existía expectativa alguna de éxito.
Es normal, sí. Porque el estado de cabreo raras veces se convierte en estado electoral si no hay nadie que sepa liderarlo. Volvamos a la duda original de la nueva cultura política: ¿Por qué la sociedad está cada vez más harta de los escándalos de corrupción y de privilegios de la clase política y, sin embargo, cualquier aventura al margen de los grandes partidos está condenada al fracaso? La realidad es que en la democracia actual triunfan quienes manejan la política con técnicas de mercado. La ‘democracia marketing’ en la que, como confesaba Alfonso Guerra, lo esencial en los partidos no son los ideólogos, los pensadores, sino los especialistas en sondeos y los consejeros de imagen capaces de crear «el nuevo modelo de representante político que obedece más a las leyes del mercado que a sus propias ideas».
A raíz de lo que acabamos de ver, podemos concluir, como parece obvio, que en el mercado político, como en cualquier otro, no se puede triunfar con la anti-oferta; puedo estar harto de una marca, me puede haber decepcionado un producto, pero si no aparece otro mejor, con más calidad, no dejaré de adquirirlo cuando me haga falta. Y entre la propuesta de tirar el voto al váter o introducirlo en la urna, siempre es más atractiva esta última aun cuando pensemos que no sirve de nada. El mercado es, sobre todo, pragmático.
En esta misma tesis abunda Vicente Verdú en El capitalismo funeral. Dice: «Lo característico de estas movilizaciones es su desafección de lo político. Rechaza ser calificado de derechas o de izquierdas y (…) carece de jefatura y de jerarquía. (…) Procede sin duda de la misma cultura de demanda de equidad, transparencia y verdad, pero ¿qué ideario? ¿qué otra democracia? ¿cómo será posible?».
Antes de contestar, vamos a un ejemplo práctico, reciente. Denuncias en la Cámara de Cuentas andaluza por sobresueldos injustificables y la reacción inmediata de todos los partidos, todos, es la de justificar esos extras abusivos. «Es legal», dicen. ¿Y qué? Sólo bastaba, claro, que los sobresueldos no fueran legales... Y añaden: «No hay diferencia con lo que ocurre en otros organismos similares». En eso, o sea, nada que objetar. Es verdad: Lo de la Cámara de Cuentas andaluza, multiplicado por miles, nos daría la cifra del cabreo ciudadano.
¿Otra democracia es posible? En el triángulo que se establece entre la sociedad, la política y el poder todo está inventado desde hace mucho. «El genio político –decía Hegel– consiste en identificarse con un principio». Si lo consideramos así, acabaremos de nuevo en un círculo vicioso: si el movimiento antisistema o el hartazgo social no contiene ningún principio, no puede aspirar a cambiar el mercado político, con lo cual la única posibilidad de modificar el sistema es a través de uno de los partidos clásicos, que son los únicos capaces de concitar el genio político
Etiquetas: Corrupción, Política, Sociedad
1 Comments:
Javier perfecto planteamiento:
¿Cuales son las razones que hacen cambiar el voto a un porcentaje de la población significativo que permite que un Goberno conserve la mayoría o la pierda?.
Hay en mi opinión tres ejemplos que aclaran esto.
El primero se dio en Lemania en Alemania en 2002 cuando Schroeder ganó por su actuación durante las inundaciones del rio Elba en el Este de Alemania. Stoiber lo aventajaba en más de siete puntos y esa actuación le sirvió para ganar las elecciones ya que apareció ante mucha gente como el que no le importaba el precio para resolver un problema.
El segundo es cuando Bill Clinton decidió forzar a la banca privada a dar préstamos a gente que no tenía garantías , eso le sirvió a mucha gente ver al jefe de la Levinsky como un personaje que quitaba a los ricos y se los daba a los pobres.
El tercero está relacionado con el 11-M, pero ya hemos discutido demasiado sobre ese tema.
En resumen hay gobernantes que no tienen los mínimos escrúpulos para aparecer ante la opinión pública en momentos puntuales como salvadores aunque eso signifique destruir todos los principios que deberían ser inamovibles. Sí, esos como la honestidad, la decencia y la honorabilidad.
Bueno también hay un matiz importante, la cantidad de gente que está deseando ser engañada.
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