Leopoldo
Hay tipos a los que solo les llega el calor de la gente cuando están muertos y ante su cadáver se derraman las lágrimas de quienes descubren ese día un afecto inesperado. Como Leopoldo Calvo Sotelo, un político inusual de la Transición española, por eficaz, por riguroso y porque lo único que le estaba negado era la sonrisa. Calvo Sotelo tuvo tan poco carisma político, era tan opuesto al líder que levanta pasiones, que es de esos nombres que hasta se olvidan al repasar la historia. Y porque él mismo conocía sus limitaciones, feo, calvo y con gafas de culo de botella, desarrolló un fino sentido del humor, un discurso político inteligente e ingenioso, y un manejo sublime de las anécdotas en cada historia que contaba.
Hablaba, es verdad, hilvanando anécdotas, unas tras otra, y las utilizaba como fotografías que describían mucho mejor que las palabras las situaciones extremas que le tocó vivir. Sólo un tipo como él, por ejemplo, se detiene, al recordar el intento de golpe de Estado del 23 de febrero, en la estampa de una de las butacas del Congreso, rasgada por la bayoneta de un guardia civil. Pararse en esa imagen, el relleno antiguo de aquel cojín desparramándose a través del raso roto, y convertirla en metáfora de la España de entonces es fruto de ese mecanismo de autodefensa, su forma de compensar una aversión alérgica a la popularidad. Y, a partir de ahí, el sentido del humor con la certeza de convertir cada frase en lapidario para la historia. “Avísame del próximo Golpe de Estado con tres o cuatro días”, que no hay frase que plasme mejor el desastre de la inteligencia española más chapucera.
O la desmitificación de lo secretos de Estado, esa argucia tan utilizada desde el Poder para negar la transparencia en una democracia o para ocultar abusos. El delirante episodio de la caja fuerte que se encontró en La Moncloa, vacía de todo, sólo podría relatarla un presidente tan ajeno a la pompa y a la impostura como Calvo Sotelo. “No hay secretos de Estado”, decía. Sólo falta pensar en esta forma de actuar, en esa sencillez de gobernante, y contraponerla con el boato ridículo del que se rodean tantos en política.
Nombró a Soledad Becerril ministra de Cultura, la primera ministra de la democracia; aprobó la Ley del Divorcio aún a costa de que se rompiera definitivamente su partido; inició la entrada de España en la Comunidad Europea y en la OTAN; aprobó el modelo autonómico actual y firmó el Estatuto de Andalucía; y solicitó en París la organización en Sevilla de la Exposición Universal de 1992. Y todo eso, después de un golpe de Estado y con la oposición implacable del PSOE. Con ese bagaje político, en dos años, Calvo Sotelo tendría que estar considerado como uno de los presidentes más eficaces de la democracia española. Pero nunca levantó pasiones y muy pocos se hubieran molestado en votarle. Porque hay tipos como él, con la mala suerte de que sólo se saben populares cuando su ataúd desfila a hombros camino del cementerio.
Hablaba, es verdad, hilvanando anécdotas, unas tras otra, y las utilizaba como fotografías que describían mucho mejor que las palabras las situaciones extremas que le tocó vivir. Sólo un tipo como él, por ejemplo, se detiene, al recordar el intento de golpe de Estado del 23 de febrero, en la estampa de una de las butacas del Congreso, rasgada por la bayoneta de un guardia civil. Pararse en esa imagen, el relleno antiguo de aquel cojín desparramándose a través del raso roto, y convertirla en metáfora de la España de entonces es fruto de ese mecanismo de autodefensa, su forma de compensar una aversión alérgica a la popularidad. Y, a partir de ahí, el sentido del humor con la certeza de convertir cada frase en lapidario para la historia. “Avísame del próximo Golpe de Estado con tres o cuatro días”, que no hay frase que plasme mejor el desastre de la inteligencia española más chapucera.
O la desmitificación de lo secretos de Estado, esa argucia tan utilizada desde el Poder para negar la transparencia en una democracia o para ocultar abusos. El delirante episodio de la caja fuerte que se encontró en La Moncloa, vacía de todo, sólo podría relatarla un presidente tan ajeno a la pompa y a la impostura como Calvo Sotelo. “No hay secretos de Estado”, decía. Sólo falta pensar en esta forma de actuar, en esa sencillez de gobernante, y contraponerla con el boato ridículo del que se rodean tantos en política.
Nombró a Soledad Becerril ministra de Cultura, la primera ministra de la democracia; aprobó la Ley del Divorcio aún a costa de que se rompiera definitivamente su partido; inició la entrada de España en la Comunidad Europea y en la OTAN; aprobó el modelo autonómico actual y firmó el Estatuto de Andalucía; y solicitó en París la organización en Sevilla de la Exposición Universal de 1992. Y todo eso, después de un golpe de Estado y con la oposición implacable del PSOE. Con ese bagaje político, en dos años, Calvo Sotelo tendría que estar considerado como uno de los presidentes más eficaces de la democracia española. Pero nunca levantó pasiones y muy pocos se hubieran molestado en votarle. Porque hay tipos como él, con la mala suerte de que sólo se saben populares cuando su ataúd desfila a hombros camino del cementerio.
2 Comments:
Es que éra un hombre fisicamente muy feo. ¿Cómo iba la sociedad a votarlo?.
Es preciso vitalizar la Democracia. El espíritu concialidor de aquella modélica vía que vino a triunfar en la Transición.
A mí y creo que a la mayoría, nos preocupa el rumbo inclinante y la evolución de nuestro acontecer político.
Se han roto ya algunos valiosos vidrios. Ahora tenemos todavía tiempo para recuperar la sensatez, para recordad aquella sabia recomendación cervantina de Maese Pedro (No Almodóvar, por favor), el muchacho tirititero: "Llaneza muchacho y no te encubres", para reemprender el buen camino del consenso y de la Transición, con la unidad de los dos grandes partidos, hoy temerariamente enfrentados. Los dos Partidos deben tomar el camino del diálogo y la unidad de España.
Descanse en Paz este Gran Señor, aunque "éra fisicamente muy feo".
Mi abuelo me enseñó a leer las primeras letras con 3 años en 1980 y 1981, en el ABC, y me llamaba mucho la atención que alguien pudiera llamarse Calvo.Mi abuelo me decía "es su apellido,no le llaman "Calvo" por ser calvo",jejeje...
Descanse en paz este buen hombre.
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