Yesman
La disciplina de partido es una parálisis transversal que recorre, como engarzándola, toda la clase política. Una virtud que ha mutado en defecto, una necesidad que ha degenerado en atadura. Lealtad que acaba en servilismo. Una autoexigencia moral que termina como una imposición indecente.
Verán, la inviolabilidad y la inmunidad de los diputados está en la raíz misma del sistema democrático. Un potente blindaje político y jurídico convierte a los diputados en seres independientes. En el terreno puramente político, los partidos, organizaciones omnipresentes y acaparadoras, sólo tienen un territorio en el que tienen vetada la entrada, el escaño. El acta de diputado o de concejal sólo pertenece a quien la ostenta, y nada ni nadie puede arrebatársela. Y jurídicamente, la Constitución los protege para que puedan decir lo que piensan sin ninguna interferencia, amenaza o presión. «Gozarán de inviolabilidad por las opiniones manifestadas. No podrán ser inculpados ni procesados», dice la Constitución.
El diputado es un ser libre, sí. Con todas las garantías. Nada le ata. ¿Nada? Bueno, nada salvo la continuidad en el cargo. Ese es, pues el problema. Cuando el objetivo de un diputado no es el desarrollo de su libertad sino la continuidad en el cargo, la subsistencia, entonces deja de tener sentido la función misma para la que fueron elegidos. Y esa es la realidad que tenemos asumida; por eso la disciplina de partido se acaba imponiendo.
Una vez más, sin embargo, lo peligroso será confundir lo habitual con lo normal. ¿Cómo aceptar, sin más, que decenas de diputados socialistas vayan a votar a favor del Estatuto de Andalucía, a pesar de que consideran que es «muy peligroso» para el futuro de España, como acaba de manifestar Joaquín Leguina? ¿Cuántos piensan así y actuarán igual? La prevaricación que se contempla en el Código Penal condena al funcionario que dicta una resolución injusta a sabiendas. La prevaricación política, si existiera, debería condenar ese comportamiento de Leguina. Votar una ley a sabiendas de que es injusta. Uff.
Insisto. No demos por bueno lo habitual sólo porque sea común y reiterado. Que tras la resignación se esconde el olvido. Y el ‘qué más da’. Este espectáculo de diputados obligados a votar lo contrario de lo que piensan es más propio de la dictadura que de la de democracia.
Alférez, una revista de universitarios falangistas, publicó en febrero de 1948 un interesante artículo al respecto. «Los ingleses, con un idioma privilegiado para hacerlo, lo han perfilado con sólo una palabra: el yesman; el hombre del ‘sí’ a todo evento, del indefectible ‘sí, señor’ ante el requerimiento del que manda. El hombre que, en las tareas de trascendencia colectiva, elimina su propio juicio, calla su opinión –que siempre cabe expresar sin herir– y borra, en suma, su personalidad por una falsa idea de la disciplina». ¿Yesman? No, la libertad tiene que ser otra cosa.
11 Comments:
When everybody think like the boss, none think very much.
Tal y como funciona nuestro sistema, con que hubiese un solo parlamentario por cada partido, votando en atención a su porcentaje de representación, sería suficiente. Y nos ahorrariamos pagar el sueldo de tanto parlamentario/funcionario.
Los partidos no parecen darse cuenta (o sea, se dan cuenta, pero se hacen el tonto) de que así se desvirtua la democracía y al final la gente acaba hastiada y desinteresándose de la política.
Sería interesante que alguien comprobase la cantidad de esfuerzo y tiempo que dedican nuestros parlamentarios a preparar enmiendas a una ley que saben, desde el principio, que no van a ser aceptadas, por muy razonables que sean.
No podemos estar cada día queriendo inventar la rueda. Y eso es a lo que parece aspirar más de uno. La democracia, y dentro de ella la disciplina del partido, es el sistema menos malo que conocemos. Lo mejor que se ha inventado el hombre para gobernarse. Que no es perfecto ya lo sabemos, no se descubre nada, pero si frente a la disciplina de partido, al criterio homogeneo y unificado, lo que se encuentra es la anarquia y el caos, entonces piensen ustedes en que las ventajas son mayores. Eso, claro esta, si solo nos referimos a la anarquia porque el otro sistema, la dictadura, no se va a mencionar aqui. Señores, que la rueda ya se invento y la democracia parlamentaria tiene sus defectos pero siguen siendo mayores las virtudes.
Atentamente,
Honorato.
Efectivamente la rueda ya se inventó, y fue un invento muy bueno para el progreso de la humanidad, pero desde entonces, y afortunadamente, se ha seguido progresando científica y tecnológicamente. Al invento de la rueda no se propuso como alternativa abandonar este descubrimiento, se siguió progresando, y se han inventado (descubierto) tantas cosas!. Lo que seguro que NO se ha hecho es renunciar al pensamiento libre, al respeto a la inteligencia, a la consideración del esfuerzo personal. Sin todo ello quizás todavía estaríamos montados en el carro de los babilónicos.
Atentamente
Cabal
Perdonenme la alteración, pero siguen ustedes dándoles vueltas a la misma rueda. ¿Acaso los diputados de la derecha tienen menos disciplina de voto que los del Partido Socialista? ¿Es que no recuerdan ustedes los apuros de Celia Villalobos cada vez que Aznar se iba por los cerros del Opus en leyes de moral carvernícola? ¿Por qué no protestaban entonces?
Atentamente,
Honorato.
Querido Honorato:
La respuesta a tu pregunta es porque en esa añorada época los del PP tenían el poder y creían, embriagados de soberbia, que no lo perderían nunca. Qué ilusos! Pero los votantes españoles, sean de la comunidad autónoma que sean, son listos y premian o castigan según las acciones de los gobiernos.
Saludos.
Se descalifica usted sólo, Woodstein. La masa no piensa es un pensamiento fascista. "Fumando espero", a la que tanto aprecio en este blog, tiene razón en lo que dice. La masa, como usted dice, se mueve por impulsos, por emociones y por ideas. Se mueve y vopta de acuerdo a lo que siente (si las cosas van bien o mal) y por su forma de pensar. ¿Es que existe algo más? Repito, tiene razón Fumando Espero. Y yo salgo encantado en su defensa. ¡Toma ya!
Atentamente,
Honorato.
Sólo dos cosas, para no cansarnos demasiado, que el domingo se está acabando ya. Primero: Yo no he dicho que sea usted, quien quiera que sea, un fascista. He dicho que hablar de afirmar que "la masa no piensa es un pensamniento fascista". O si usted quiere, un principio propio de dictadura. Quienes afirman cosas así, suelen defender ademas que el voto de todo el mundo no puede valer lo mismo. ¿Tambien usted lo cree así? En segundo lugar. Cuando hablamos de masa no nos estamos refiriendo a ningun ente amorfo. Creo que ambos, usted y yo, nos referíamos a la mayoría de electores que optan por una determinada opción politica. Masa igual a mayoría de votantes. Nada más, señor. Que estoy adelantando trabajo para el lunes y ya le digo que se va el domingo.
Atentamente,
Honorato.
Querido Honorato:
Gracias por tu apoyo. De sobra sabes que es mutuo.
Y no trabajes más que te sólo te queda 1 hora del único domingo 21 de mayo de 2006 de tu vida. Mejor disfrútala de otra manera, ¿no?
Saludos.
Querido Woodstein:
¿Qué la masa no piensa?...
¿Y tú me lo preguntas?...
La masa eres tú.
Saludos.
Los que no tenemos talento con frecuencia recurrimos al "cut and paste". Este artículo a mi me ha parecido "talentoso", o quizás, ¿es que el autor lo es?.
La diversidad. Por Arcadi Espada (EL MUNDO, 02/05/06):
Deprimentes conversaciones andaluzas. Mucho más deprimente aún la lectura de su proyecto de reforma del Estatuto. Las conversaciones, incluso las más acérrimas, mantienen esa punta de escepticismo sureño que permite una leve confianza en el futuro. Pero los textos hay que tragarlos a palo seco. Este párrafo monstruoso del Preámbulo estatutario, por ejemplo, que no sólo ha sido aprobado, sino escrito: «Andalucía ha compilado un rico acervo cultural por la confluencia de una multiplicidad de pueblos y de civilizaciones, dando sobrado ejemplo de mestizaje humano a través de los siglos.La interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida se ha expresado a lo largo del tiempo sobre una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del mundo». Hay que repetírselo. Otro trago. Parecía imposible, pero ya puede decirse que Andalucía es más nación que Cataluña. De momento: porque ahora se teme la vuelta de tuerca que pueda venir del nordeste.
Las conversaciones andaluzas giran en torno a la diversidad.De una manera manifiestamente cómica y surreal. «No nos podemos permitir ser menos diversos que nadie», vienen a concluir. La diversidad es, desde hace décadas, la piedra filosofal del nacionalismo.Más piedra que filosofal, desde luego, y muy usada como principal arma de combate. Las consecuencias están perfectamente a la vista: cada vez hay menos diversidad. Desde hace 30 años, los ciudadanos españoles sufren un paulatino achique de espacios, político, cultural y moral. En cada comunidad autónoma se vive hacia dentro, fiados de encontrar tesoros, con ruidosa y percutiente voluntad petrolífera. Aunque los hallazgos son ridículos. Gusanos y momias, es decir, lo que suele encontrarse en el centro de la tierra.Y muy parecidos unos a los otros: la putrefacción del mito nos iguala.
Paradójicamente, la razón principal del proyecto español es la diversidad. El acceso a la diversidad. Humilde, posibilista, desde luego, ya que no parece sencilla la anexión de Francia y Gran Bretaña. El máximo interés, por no decir el único, de ser andaluz, catalán o vasco es la posibilidad de ser español.Una habitación ventilada. Una vida diversa frente al muermo, la corrupción, el despotismo y la arbitrariedad, fenómenos todos ellos tan locales. Es extraordinariamente instructivo comprobar cómo en nombre de la diversidad se ha acabado con ella.
De las conversaciones y de los textos andaluces surge otra evidencia.Que la exponga Jean-François Revel, que ha muerto, y que lo vio y lo anunció muy temprano.
Coda: «En los últimos decenios se ha visto aparecer una separación, por no decir una ruptura, entre la complejidad del mundo y la simplicidad del poder político: iba a decir, el arcaísmo persistente de este poder». (¿Hay que ser ignorante para gobernar?, Le Point, 2 de julio de 1984, en El rechazo del Estado.
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