El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

20 marzo 2012

Anacronismo



En los fastos de Cádiz del bicentenario de la Constitución, muchos son los paralelismos que se han buscado. El espíritu de reforma, la valentía popular, las ansias de libertad, de progreso. Muchos son los paralelismos que se entonan en los discursos oficiales para escapar del anacronismo, como si la historia se pudiera plegar y reconstruir, como si aquel aire se pudiera volver a respirar. Se recrea el ambiente con vestidos de época y documentos encapsulados y hasta podemos sentirnos por un momento partícipes de nuestra historia. Pero pasarán los fastos y lo que ha sido inevitable es pensar que desde las Cortes de Cádiz hasta ahora el principal anacronismo es, quizá, la propia idea de España. Quién duda ahora de que en los dos siglos transcurridos, desde aquella Constitución hermana de la de los Estados Unidos, es la idea de España la que se ha debilitado. ¿O acaso la celebración de ayer de Cádiz, aún con las primeras autoridades del Estado presentes en el acto, fue una celebración de toda España, un acontecimiento que haga sentirse orgullosos a todos los españoles? No, claro que no. Este es un país que vive de espaldas a su historia, y la Constitución de 1812 no ha sido una excepción.

De 1812 hasta 2012 el principal anacronismo es España, y lo que ha perdurado es buena parte de todo lo que rodeó la vida efímera de la Constitución de Cádiz. Bastará pensar, sólo con un repaso a la historia reciente de España, en la frase que ayer colocó el Rey Juan Carlos en el frontal de su discurso: La España de principios del siglo XIX fue “una nación que estuvo muy por encima de sus máximas autoridades”. Lo dice don Juan Carlos, sin citarlo, en referencia a su predecesor, el indeseable Fernando VII, pero cualquiera de nosotros podría citar desde entonces otros momentos en los que la historia de España se trunca inexplicablemente, como si estuviera presa de una maldición del destino que la hace retroceder, estancarse, víctima del envilecimiento, del cainismo, del delirio, de la ambición de unos pocos. Y víctima también de la propia sociedad. Sí, de nosotros, porque alguna vez tendremos que pensar, y asumir, que también los pueblos se merecen los dirigentes que los hacen descarrilar como país.

Como ahora: otra vez nos encontramos en uno de esos momentos claves de la historia. La crisis nos ha colocado al borde del abismo, al borde de la quiebra, y el miedo social que ha recorrido la sociedad, como un escalofrío, ha culpado de todo lo ocurrido al partido político que ha gobernado en España en los últimos ocho años, el mismo partido político que ha gobernado en Andalucía en los últimos treinta años, por el apoyo mayoritario de la sociedad. Una democracia es alternancia, es verdad, y estos cambios de ciclo político forman parte de la libertad de un pueblo para elegir a sus representantes. Es cierto, sí, pero por una vez, ahora que estamos de celebración, detengámonos un momento a pensarnos. Y concluir, quizá, que desde 1812 hasta ahora lo único que no se ha fosilizado como anacronismo es la debilidad de la sociedad española. Tú y yo, nosotros. ¿Cuántas veces nos hemos equivocado como sociedad? Una sociedad amante del “¡Viva la Pepa!”, en su peor acepción.

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