El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

25 noviembre 2009

Barbate


Todos los días llama a la puerta algún mendigo. Hacen sonar el interfono y piden «una ayuda, que estoy en el paro y tengo cinco bocas que alimentar». Llegan a diario, casi siempre al mediodía, quizá buscando la solidaridad de los peroles, la complicidad de esa hora en la que en las casas hierven los cocidos y, al oír el interfono, se imagina el estómago vacío de un tipo enclenque, mal afeitado, con las suelas gastadas de pedir trabajo en los polígonos, «peón de cualquier cosa», dice siempre, y que desde hace un año ya no tiene donde agarrarse. Llegan a diario, son los mendigos de la crisis.

Hace tres días, al descolgar el interfono del mediodía, la cantinela sonó distinta: «Una ayuda, por favor. Somos los familiares del pesquero Pepita Aurora, que se hundió en Barbate... Murieron todos... y no tenemos nada». ¿Familiares del Pepita Aurora pidiendo limosna en Sevilla, a 180 kilómetros de distancia y dos años después del hundimiento del barco? Tanto si era cierto como si era una estratagema para conmover, aquel hombre que iba de puerta en puerta, aquel tipo que llamó a mi casa, estaba trazando sin saberlo la línea que separa la normalidad del sobresalto. Si era verdad, porque aterra pensar que la mendicidad de los familiares de los pescadores del Pepita Aurora les lleva a pedir limosna por media Andalucía, como una compañía de fracasados que recorre los pueblos. Si era una burda mentira, porque querrá decir que la crisis nos ha llevado de nuevo, como arrastrados por la marea, a un estado social que conocemos de antiguo, casi una constante histórica: la picaresca cervantina del tullido, del tuerto; la limosna de alma en pena.

Fuera verdad o fuera mentira, lo que no ha de dudarse es que el tipo aquel que iba recorriendo las aceras es el espíritu mismo de Barbate y, desde allí, un símbolo de otros muchos rincones de Andalucía. «La pesca y la miseria han definido la historia de Barbate durante muchos siglos», cuenta algún cronista local. Es verdad. Se pueden cerrar los ojos frente al mar y pensar que aquí llegaron los fenicios y los romanos y llenaron las redes con el oro azul de estos mares, caballas, sardinas y boquerones, y, desde luego, atunes. Desde muchos siglos antes de que naciera Cristo, Barbate mantiene el olor concentrado del garum y de la sangre de los atunes cuando un aguijón los atraviesa en la almadraba. Y ese olor de pescado en salmuera y de sangre salada es el olor de pobreza de un pueblo marinero, el olor de la historia, de un sino.

La secuencia de estos días no debe ser casual. Primero el mendigo de las aceras, «una limosna para el Pepita Aurora». Luego el alcalde, implorando dinero público para este pueblo, el único de España que se ha quedado fuera del Plan E. Cuarenta por ciento de paro y un ayuntamiento en quiebra. Y al final de todo, ayer mismo, el informe oficial sobre el hundimiento del Nuevo Pepita Aurora: no fue la tormenta, no fue la fatalidad; que fue la chapuza, la miseria, la cutrez. Fue el sobrepeso en la carga, el cierre de las aberturas de desagüe cegadas por las redes, los botes salvavidas inservibles… No, no, ni el accidente ni la secuencia de estos días debe ser casual, que ésta es una Andalucía que amanece todos los días frente al mar, como un ánfora enterrada en la arena.

Pepita Aurora, Pepita Aurora… Repito el nombre e intento imaginar los ojos de una mujer que se llame así, Pepita Aurora, que se crió en Barbate, que se casó con un pescador y que acabó llorando en el puerto cuando les dijeron que nunca más regresarían.



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