El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

10 noviembre 2005

Ascensor

Tres frases para entender que los disturbios de París debemos interpretarlos como antesala de idénticos problemas en España. Tres diagnósticos compartidos que allí, a dos mil kilómetros, han provocado una crisis que tambalea un Gobierno y que aquí se estampan aún en estrategias políticas para salir del paso. Tres sentencias de un mimetismo ignorado, tamizado por la inopia de lo políticamente correcto. Tres conclusiones vomitadas por el fuego. «Hoy Francia vive un despertar abrupto. Existe un problema más grave que el de la pobreza: el de la identidad» (Tahar Ben Jelloun, escritor). «Este es el fallo del modelo republicano de integración, de asimilación. Se ha estropeado el ascensor social» (Manuel Valls, diputado socialista de la Asamblea Nacional y alcalde de Evry). «Si los jóvenes no respetan el Estado de Derecho, al menos que respeten la religión» (Abdelali Mamouin, imán de una mezquita parisina). Identidad, integración y fundamentalismo. ¿De verdad hablamos sólo de Francia?
En España, la inmigración es un fenómeno reciente y, a pesar del rápido crecimiento de los últimos cinco años, el porcentaje de inmigración ronda aquí el ocho por ciento de la población, una cifra por debajo aún de la que se alcanza en otros países europeos como el Reino Unido, Holanda, Francia, Bélgica o Alemania. Pero es justo por eso, porque quizá estamos a tiempo de planificar con más sensatez, por lo que cualquier país responsable, estremecido por el escalofrío francés, se replantearía algunos principios que conducen al desastre. Que París es hoy un espejo de futuro.

Y no hace falta, siquiera, pararse en detalles como el destino de los muchos fondos públicos que, teóricamente, se destinan a la integración de inmigrantes y que se pierden por cualquier alcantarilla. Esas cosas que pasan en Alcalá de los Gazules pertenecen a otro género.
Se trata sólo de comprobar, y de admitir, que el retrato robot de los protagonistas de la descontrolada revuelta de Francia forman ya en España un nuevo estrato social. «Jóvenes entre catorce y veinte años, con graves problemas de fracaso escolar, sin trabajo ni horizonte, muchos de ellos procedentes de la inmigración». ¿De verdad que hablamos sólo de Francia?
Para no llegar a la ‘mano dura’ que ahora se exige en Francia, sólo existe como remedio la firmeza en los principios, en las convicciones. Ni demagogia ni banalidad, como ahora. Firmeza en el Estado de Derecho, no en la religión, como dice ese imán desnortado. Firmeza en la integración, no en el falso multiculturalismo que promueve guetos sociales y culturales en los que tiene vetada la entrada el Estado de Derecho. Firmeza en la identidad propia, en los valores de la civilización occidental. Esa es la grasa que hace funcionar el ascensor. En Francia, se ha parado. ¿Sabemos si aquí funciona todavía?

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, el 7 de noviembre de 2005