Demonizar
Demonizar
Demonizar es un verbo de moda en política. Podría decirse, incluso, que es uno de los pilares esenciales de la corrección política. La muletilla más utilizada en este universo de palabras gastadas, la explicación más socorrida cuando, para evitar un problema, se decide ignorarlo. Se ha propagado por el discurso político con la misma celeridad que se ponen de moda las gracietas de una teleserie o la forma de hablar de un humorista. Ya saben, de pronto, sin que nadie sepa cómo ni por qué, todo dios se pone a pedir un «poquito de por favor». O ese latiguillo jartible de contestar siempre con «va a ser que sí» o «va a ser que no». Puag.
En política, pasa lo mismo. A veces, incluso, hacen un ridículo considerable. ¿Pues no ha dicho una consejera que no hay que «demonizar la violencia juvenil»? La pobre. Habrá que divinizar la violencia, entonces. Esta «fistra de la Pradera», que diría Chiquito, pionero en acuñaciones, ha oído que demonizar se conjuga como exculpación, y se ha lanzado a la piscina creyendo que quedaba bien.
El mismo recurso dialéctico han utilizado los constructores tras la tragedia de la Autovía del Mediterráneo, y ya se han apresurado a decir que no hay que «demonizar» a las subcontratas. Lo dicen a pares, calcado: «No se debe demonizar una forma de trabajo». Pero, vamos a ver, ya puestos en la terminología, qué diablos tiene que ver que se critique la forma de trabajar de esas grandes empresas con demonizar a nadie.
Por mucho que se insista, lo que no tiene ninguna lógica es que tres grandes empresas constructoras se asocien para acometer una gran obra pública y que, al final acabe ejecutándola la subcontrata portuguesa de una subcontrata gallega.
¿Que se busca la especialización? Pues muy bien, pero como resulta que la autovía se licita por tramos, lo normal sería que el Ministerio de Fomento encargase cada tramo a una empresa especializada. Sin intermediarios. Las subcontratas, incluso, pueden entenderse como un recurso excepcional, pero bien saben los constructores, sobre todo los pequeños constructores, que en España ya se ha convertido en una dinámica habitual. Y no es eso, claro. En un concurso público, la administración está obligada a optar por la oferta que reúna mayores garantías y un mejor precio, pero está igualmente obligada a desechar las bajas temerarias. ¿Actúan las subcontratas en condiciones de baja temeraria, a espaldas de los concursos públicos?
Esa es la duda. Lo demás, eso, palabras gastadas y excusas huecas. Demonios familiares que ya están muy vistos. En el diccionario de la Real Academia, por cierto, no existe la palabra demonizar. Existe el demonismo, que es la «creencia en el demonio u otros seres maléficos». Para cuando se inscriba, sería conveniente que le agregaran una acepción novedosa. «Verbo utilizado en política por quien rehuye culpas y recurre a la maldición demoníaca».
Publicado en EL MUNDO de Andalucía el 10-11-2005
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