Tontos oficiales
Cuando mi compañero Paco Robles revolucionó el mundo de las cofradías de la Semana Santa de Sevilla con su libro ‘Tontos de Capirote’, para muchos de nosotros, ajenos a ese mundo, lo más inexplicable de todo fue que ese universo, tan celoso de sí mismo, tan meticuloso con las costumbres, tan reacio a las críticas, tan sensible a la menor irreverencia, hubiera aceptado de mil amores aquel retrato mordaz de la sociedad capillita. Pecado de ignorancia, claro, porque si hay algo que puede entenderse de un pueblo como el andaluz, con tres milenios de historia a sus espaldas, es la capacidad de reírse de sí mismo, de trivializarlo todo y de desnudar de pompa la mayor oficialidad con una sonora carcajada. En periodismo, ese estilo ácido, el retrato descarado del poder y de la propia sociedad, supone, antes que un atrevimiento, una línea de crítica que deberíamos fomentar más. Que para lisonjas y adulaciones, ya están los del ejército oficial.
-- Cuando la verdad no es amarga, es una adulación manifiesta; corríjase usted ese defecto, y nada de alabar, aunque sea una cosa buena, que ese no es el camino del bolsillo del público. El público de las Batuecas no está ahora para versos. Prosa, prosa mordaz y nada más.
Los tiempos que corren son como aquellos que retrataba Larra en sus artículos de costumbres: tampoco ahora está el personal para muchos versos; con tanta crisis y tantas malas noticias repetidas, con esta angustia de cada día, nos hace falta el respiro de una prosa mordaz, que cruja. A parte de las razones anteriores, el desparpajo como válvula de escape de la tensión social, la prosa mordaz se justifica porque en un paisaje como el actual de tiesura algunos personajes públicos, que ya parecían ridículos antes, adquieren ahora una notoriedad especial. Es como si la estrechez proyectara sobre ellos un foco de atención y se les viera, en su boato, más ridículos de lo que ya parecen normalmente. Ahí es donde entraría una nueva catalogación de tontos oficiales. El tonto del coche oficial, el tonto de la pegatina, el tonto de los abojofirmantes, el tonto del nudo de corbata, el tonto facha, el tonto de los mítines, el tonto de género… Y sobre todos los tontos, el último tonto de la temporada, el tonto del imperativo legal. Aquí debe imponerse un punto y aparte.
El tonto del imperativo legal es una modalidad que se ha extendido en Andalucía con el gobierno de coalición del PSOE e Izquierda Unida. El tonto del imperativo legal se ha refugiado en esa fórmula de promesa cuando ocupa un cargo público y enjugar así sus contradicciones. Que sea la fórmula utilizada desde antiguo por los batasunos del País Vasco no es más que un precedente cafre, ya que en realidad la cosa no llega a mayores que la mera pose. El tonto del imperativo legal lo único que persigue es la notoriedad ante los suyos y promete el cargo con esa coletilla como si estuvieran aceptando un sacrificio. La dura tarea de una corte de asesores, un cargo público bien remunerado, un despacho con sus moquetas y sus banderas, un coche oficial y un relumbrón de flashes de fotógrafos. Todo eso, que los hace partícipes de aquello que condenan en los discursos, lo aceptan por imperativo legal. Podrían renunciar a muchos privilegios, pero no lo hacen. Lo dicen, se guardan una sonrisa burlona, y se marchan tan panchos a su nueva vida. El tonto del imperativo legal, una verdad amarga.
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