No importa quién esté delante. No importa el lugar del
encuentro ni importa tampoco el momento del día o el motivo de la conversación.
Nada importa porque estés donde estés, estés con quien estés, en algún momento
alguien pronunciará la frase que redondeará la grima y el desconcierto; las
palabras que hacen homogéneo el desencanto y la incertidumbre por lo que pueda
venir. Pueden ser médicos o abogados, guardias civiles o profesores de
bachiller. Desempleados, científicos, periodistas, camareros, empresarios,
rentistas o jubilados. No importa quién porque la conversación siempre
comenzará con un esbozo general, acaso una pregunta indagatoria a la persona
que está enfrente. “¿Y usted cómo lo ve?”
No hará falta siquiera que nadie delimite el campo de la
conversación porque existe un sobreentendido generalizado, que se ha extendido
por todos los rincones: la crisis, qué va a ser si no. Y nada más formular la
pregunta, se iniciará una cadena de asentimientos para remarcar que todos
comparten la misma preocupación y el mismo diagnóstico, sea cual sea el punto
de observación, una escuela, un hospital, un restaurante, un juzgado o una
siderurgia. Y dirán, y diremos, que en este país hemos vivido tan por encima de
nuestras posibilidades que hasta vértigo nos produce ahora mirar para atrás,
tan sólo unos años más atrás, y observarnos en la complacencia boba en la que
nos habíamos instalado. Un sector profesional, cualquier sector profesional,
todos los sectores, sea cual fuera su peculiaridad, ha acabado engullido por
una crisis que no era suya, que no pertenecía a su realidad de entonces, que no
se correspondía con sus posibilidades de futuro, pero ya no parece haber
salida; no era la crisis de nadie en particular pero ahora es la crisis de
todos porque esta crisis nos ha arrastrado a todos, ha arrasado con todo.
Vendrá luego un elemento común denominador, la culpa. Y
sabemos de quién es la culpa, o eso diremos, o en ese punto exacto asentiremos
de nuevo en la conversación. Banqueros, políticos, auditores, especuladores
avarientos de los mercados financieros. Elites de privilegios y de poder,
castas endogámicas, ajenas a la realidad de la calle. En ese magma inalcanzable
encontraremos la conexión y el epicentro de estos males de ahora, el primer
soplo de este torbellino que quiere tragarse una civilización, un imperio, una
forma de vida, una época de esplendor. El origen de todo lo proyectamos ahí, se
proyecta ahí, en esas alturas tantas veces etéreas, en ese universo que no es
sino una proyección de otras limitaciones, de otros excesos compartidos, de la
ceguera de todos. La conspiración, el poder, los secretos escondidos, las
grandes fortunas amasadas.
Nada importa porque estés donde estés, estés con quien
estés, en algún momento alguien pronunciará la frase que hace homogénea la
multiplicidad del desencanto. Es la frase con la que se cierra toda
conversación: “Es muy triste, pero es así”. Es la frase que resume la penuria
de la Educación, el colapso de la Justicia, la ruina de la construcción, la parálisis de los
restaurantes, la tiesura de los periódicos, la hartura de los funcionarios, la
asfixia de la Sanidad, la raquítica realidad de la investigación, el horizonte
incierto de la juventud. “Es muy triste, pero es así”. Y con el amargor
resignado de ese final, buscaremos en otra cara el bucle eterno de esta
desazón.
Etiquetas: Crisis, Sociedad