El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

29 marzo 2010

Embustero




No hay mejor regalo para los sindicalistas que un presidente con rima. Lo agradece sobre todo el señor del megáfono que encabeza todas las manifestaciones y va coreando lemas que luego repiten los demás, mientras agitan las pancartas, hacen sonar los silbatos y colocan pegatinas en los escaparates de moda. En Zapatero, la rima es tan contundente, tan apabullante, que parece el estribillo de una canción pegadiza, como las del verano. El otro día, por ejemplo, cuando el Consejo de Ministros de Sevilla, el que se anunció con banderolas rojas en las farolas como una obra de teatro o un circo de feria, varios grupos de manifestantes se concentraron en los alrededores de los Reales Alcázares, carteros, jornaleros y estudiantes. Cada cual llevaba su protesta impresa en los pasquines, pero hubo un momento en el que todos pudieron corear un lema que les servía por igual. “Zapatero, embustero”. Es tan redondo el lema, que el señor del megáfono paladeaba cada sílaba y ralentizaba el canto con un tempo especial, lento al principio y más rápido al final. Algo así: “Za-pa-tero, em-bus-tero”.

Para alguien que llegó a la Presidencia gracias a que un solo eslogan, “merecemos un gobierno que no nos mienta”, fue capaz de tumbar al Gobierno del PP, escuchar ahora que su nombre se ha convertido en la rima perfecta del embuste tiene que resultar chocante. Claro que en el caso de Zapatero, por lo que vamos sabiendo, la mentira no es una novedad o una sorpresa; no es un tropiezo del camino, no es un accidente. No, más bien al contrario, la mentira está tan arraigada en Zapatero que forma parte de su forma de ser. Es natural como las cejas arqueadas o los ojos claros. Al respecto, en el libro de García Abad sobre el presidente se cuenta que no es que Zapatero se limite a engañar sino que, más allá, es un hombre que no le concede valor a su palabra. “Su mentira –dice García Abad- no siempre es trascendente, por razones de Estado o para evitar lo que pudiera mermar su poder absoluto; con frecuencia la mentira es de tono menor; a veces la utiliza simplemente porque le da corte decir la verdad, por comodidad o por quitarse de encima a un pesado que le abruma con su problema (…) La mentira es para él un pecado venial que se purga con un avemaría, con una palmadita en el hombro o con un guiño de ojos”. Según García Abad, es incontable el número de personas, dentro y fuera del PSOE, que ya admite abiertamente que en su día Zapatero los engañó como a un chino. El más contundente, Jordi Pujol, asegura que Zapatero “ha engañado primero a media humanidad, después a la otra media y finalmente a toda la humanidad”.

Quizá la última mentira de Zapatero se produjo justo hace dos semanas, el viernes aquel del Consejo de Ministros. Al finalizar la reunión, Zapatero se dirigió al presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, y le dio una palmadita en la espalda por la liquidación de la ‘deuda histórica’ con un puñado de solares sobrevalorados. Y dijo: “Se ha trabajado duro para llegar a este día, para decir que ya hay acuerdo. Ha sido un diálogo intenso pero, sin duda, ha ganado Griñán”. Ninguna crónica pudo precisar si, en el breve instante de silencio que se hizo tras pronunciar su frase, por las rendijas de las ventanas se coló la letanía que, a coro, sonaba en la calle: “Za-pa-tero, em-bus-tero”.

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Estado Ipanema



Felipe González, que suele bromear con metáforas políticas que ponen a prueba las tragaderas del radical feminismo, estableció hace unos meses en una conferencia en San Salvador un interesante paralelismo entre el modelo de Estado ideal y las caderas de las brasileñas. Tan sugestiva es la comparación que, según el ex presidente español, el Estado ideal sería «el Estado Ipanema». Si quieren, antes de seguir leyendo, pueden intentar recordar la bossa nova de Antonio Carlos Jobim y Vinícius de Moraes, ‘La chica de Ipanema’, que así, tarareándola, se comprende mucho mejor la metáfora de González sobre la organización del un Estado. «Dum, dum, dum… Olha que coisa mas linda/ mas cheia de graça/ é ela menina que vem e que passa…»

Alguna imagen parecida a la universal chica de Ipanema debió cruzársele por la cabeza a Felipe González porque cuando le preguntaron de lo único que se acordó fue de esa playa de Río de Janeiro, nada de citas de grandes pensadores, de ideólogos del marxismo o de célebres economistas. «Cuando paseo por esa playa –dijo Felipe– veo unos cuerpos sin un gramo de grasa, pero a ninguno logro verle los huesos; ese Estado me gusta, flexible, sin un átomo de grasa, pero no esquelético». Como entiendo que González a lo que se refiere es al peso de lo público en las economías de mercado, o mejor dicho, a los excesos de las administraciones públicas en la economía de mercado, habrá que deducir a continuación que en el cuerpo público la grasa la representa la abultada burocracia política y administrativa. Michelines del estilo del muñeco de las gasolineras, unos tan gordos que rodean todo el cuerpo, como las redes de empresas públicas, y otros pequeños, pero imposible de eliminar, como los gabinetes de asesores o los coches oficiales. Luego, están los organismos inútiles, los gobiernos inflados, las instituciones solapadas y los consejos inservibles.

Si fueran ciertas las intenciones de Griñán de promover cambios profundos en la Junta de Andalucía para hacerla más eficiente, más funcional, más efectiva, tendría que empezar por el recorte drástico de todo ese tejido adiposo, que en el caso de la administración andaluza es obesidad. La mera enumeración de empresas públicas de laJunta de Andalucía, esa red que abarca a más de 170 sociedades y emplea a más de 21.000 personas, ya ofrece una imagen cierta del despropósito en el que se ha convertido la Junta de Andalucía. Ese agujero negro consume cada año cuatro mil millones de euros de dinero público y, encima, genera un déficit de casi doscientos millones anuales. Sucede, además, que junto al despilfarro ingente de esa enorme administración paralela, lo más grave es el descontrol consciente que se fomenta. La corrupción encubierta, la discrecionalidad en las actuaciones públicas, el enchufismo... Cada vez que un Gobierno huye de la Función Pública y vuelca, progresivamente, toda su gestión en empresas públicas lo único que persigue es huir de los controles, alejarse del rigor y la imparcialidad y cambiar la profesionalidad por el chalaneo. Como acaba de repetir el Tribunal Supremo, ahora con respecto a Egmasa, lo que se esconde en el fondo es el «desapoderamiento de la administración» porque se pone en manos de personal contratado aquello que sólo corresponde a la Función Pública.

No, no es esto el «estado Ipanema». Ninguna imagen bucólica de cuerpos bronceados, esculturales, sugestivos que sugiere a Felipe metáforas políticas. Si de playa se trata, aquí, en fin, no salimos del chiringuito y la fritanga.

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Pasarán



Existe un llamativo desinterés de la clase política por el atronador resultado de la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas de que el tercer problema del país son ellos, la clase política. Más que el terrorismo de ETA, más que la inmigración, tan dada al populismo más corrosivo, la clase política se ha convertido en un problema de Estado y nada, ninguna actitud, ningún cambio, ninguna autocrítica se ha podido oír siquiera en los labios de los dirigentes políticos.

El personal ha bajado los brazos, se ha cansado de la confrontación permanente, de las posiciones cerradas; se ha saturado de la retahíla previsible de argumentos fabricados en serie que no atienden a razones sino a estrategias de partido. ‘Ahora toca confrontación, ahora toca sumisión’. Está tan manida la fórmula que la gente mira para otra parte, la política se despeña por una pendiente de descrédito, y en el bar o en el mercado se zanjan las conversaciones con un «todos son iguales». Luego, en las encuestas, los líderes aparecen con suspenso; ya nadie es capaz de levantar el vuelo con una corriente de aire nuevo, de esperanza.

‘Ahora toca confrontación, ahora toca sumisión’. Y aunque el resultado sea que, progresivamente, crece el desinterés y la desconfianza por la clase política, parece como si esa misma clase política hubiera llegado a la conclusión de que, en el fondo, la apatía no les perjudica del todo. Como si todos hubieran llegado al convencimiento de que, en el fondo, mientras que el desgaste propio se acompañe del desgaste del contrario, siempre será posible ganar unas elecciones. El mal menor de caer por un precipicio con el consuelo de tener agarrado al otro en la caída.

Caemos, pero juntos. Y así, cuando lleguen las elecciones, la lucha en las urnas la dirimirá quien tenga más fortaleza en su electorado, quien tenga más adeptos en la bandería, lucha de legiones sin interferencias. Que la abstención, por alta que sea, o los votos en blanco, nunca condicionan la composición de un gobierno. Que pasan las elecciones, la abstención queda en el olvido y ya sólo habrá grupos de diputados en representación de toda la soberanía popular. Sí, parece eso, que el PSOE hubiera llegado al convencimiento de que su desgaste sólo puede amortiguarlo el desgaste de su rival, del Partido Popular. Y en el Partido Popular también parecen convencidos de que sólo con mantener el desgaste del PSOE de aquí a las elecciones, tienen asegurada la victoria en las urnas. ¿Quién comenzó antes esa estrategia de desgaste? Con toda probabilidad, el PSOE, sobre todo en Andalucía. El cainismo, el odio al contrario... Es esa metáfora de ayer del nuevo portavoz socialista, al hablar de la lucha política con espolones. Así son los nuevos dirigentes del PSOE de Griñán, tan jóvenes, tan agresivos, gallos de pelea con los muslos pelados, endurecidos con alcohol, la cresta recortada y los espolones afilados a navaja. Sí, es así, pero, aunque el PSOE comenzara primero, ya todos lo imitan; toda la política actual sigue los manuales de campaña del PSOE. Y si, al final, esa estrategia de desgaste se ha acabado imponiendo poco importa quién fue primero.

La política, la clase política, está en caída libre. Hay quien piensa que son síntomas claros de un final de ciclo, que este deterioro abrupto señala una etapa nueva. El final de la Transición llegará cuando la política española abandone la herencia envenenada de la Segunda República, cuando todos esos pasen. ¿Pasarán? Sí, pasarán. Y ojalá la política entonces recupere la emoción, la esperanza.

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24 marzo 2010

Exprés



Vivimos un tiempo exprés. Acaba de aprobar el Gobierno andaluz el derribo exprés para las viviendas ilegales y, más allá de la norma urbanística, lo que nos queda muy claro es que vivimos en un tiempo sin tiempo. La globalización traía consigo la aceleración de los días, la extrema fugacidad de un tiempo sin memoria ni reposo, y por eso todo lo que surge ahora, todo lo nuevo tiene que ser exprés. El colacao de los niños y el divorcio de sus padres son exprés; las noticias y las leyes del Gobierno son exprés. La memoria es exprés. Hay juicios exprés en los juzgados y también las bandas criminales practican el secuestro exprés. Tomates exprés de invernaderos y viajes exprés en el ferrocarril de la alta velocidad.

Pero, aunque este sea el signo de los tiempos, sabemos que todo en la vida no puede ser exprés. Un amigo me recuerda que conoció un bar, el Bar Azul, que tenía un cartelón bien visible a la entrada: «El bar azul es diferente: O te desesperas en la barra o te sirven de repente». Supongo que sería cosa de la publicidad negativa, como aquella legendaria de las yemas El Ecijano en la carretera, «No se droguen con Yemas El Ecijano, casi tós palman». La cuestión es que mi amigo piensa que el problema del Gobierno con el urbanismo andaluz es que le ocurre lo mismo, que va de un extremo a otro, sin posibilidad alguna de recalar en un punto medio de eficacia, eficiencia, rigor y serenidad. Han crecido por miles las urbanizaciones ilegales en Andalucía, alentadas por los ayuntamientos e ignoradas por la Junta de Andalucía, que era la administración competente en hacer cumplir la ley con la vigilancia, el control y la sanción, y, ahora se promete un derribo exprés que, a lo peor, ni siquiera respeta los derechos de los afectados. Que ya veremos si los derribos exprés no terminan agolpados en las grandes montañas de expedientes del contencioso administrativo, donde lo único inmediato, lo único exprés, es la demora. «Cada cosa a su tiempo tiene su tiempo». Aquel tiempo que gustaba a Pessoa ya no es este tiempo.

Nos invade un torbellino de inmediatez, de rapidez, de aceleración, pero eso no es todo. En los palacios y en los burdeles, en las cloacas y en las moquetas, todo es exprés. El vértigo de todos los días es este tiempo acelerado que nos lleva por la vida sin aliento, sin un instante para detenerse. Cada mañana, cuando nos asomamos al espejo, se abre ante nosotros un abismo, como una grieta repentina que surge ante los pies al comprobar que la fugacidad del tiempo se ha entretenido jugando con nosotros y nos ha hecho atravesar los últimos días, las últimas semanas, los últimos meses sin apenas darnos cuenta. La aceleración forma parte de nuestra era, se ha instalado en el amor y en el trabajo, en tu casa y en la mía; en las noticias y en las academias, en tu mirada y en la mía; en las calles y en los bares, en tu ciudad y en la mía. Hasta ahora, sólo la muerte era exprés; ahora también la vida se ha vuelto exprés.

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22 marzo 2010

Fuera parte



Todo proceso judicial sobre corrupción política es una incisión profunda en una carne putrefacta. Y siempre surge una frase que acaba simbolizando todo el sumario, que recrea el ambiente sórdido en el que se produce, que retrata a los protagonistas. En el sumario de la ‘Operación Poniente’, la frase que lo simboliza la pronuncia el que hoy es alcalde accidental de El Ejido, un tipo que no ha entrado en la cárcel y al que, al menos de momento, no se le imputa ningún delito. Ese tipo, Berenguel se llama, conocía lo que ocurría, el estado de “corrupción total” del Ayuntamiento, pero se limitaba a mirar para otra parte. “Ni lo sé ni quiero saberlo”, decía. En la conversación grabada con uno de los empresarios de la trama, es cuando Berenguel pronuncia la frase que simboliza esta corrupción, el espejo de esa carne podrida:

- “Hay gente a la que Juanito le está endiñando dinero por fuera aparte”.

Conviene releerla porque esa frase es mucho más que una expresión: es un mapa, un retrato sociológico, un detallado perfil político. ‘Juanito’ es un empresario de la trama que encabeza otro Juan, Juan Enciso, el alcalde encarcelado de El Ejido, el político que dijo de sí mismo que no sabía si era “de izquierdas, de derechas o si soy lo que soy”; y, al final, ya ven, ha resultado que es verdad, que era lo que era. ‘Endiñar’ es mucho más que dar, endiñar tiene un componente agresivo, el dinero tirado de golpe, pero también sugiere suciedad, ocultación. Y ‘fuera parte’ o ‘afuera parte’ es la expresión que nos sitúa en la tierra, en Almería, el “dinero por fuera parte” es el fruto de la corrupción, son manos de egipcio, son billetes de circulación ilegal. Es dinero negro, es un maletín y es una comisión.

Ha sido así, endiñando dinero por fuera parte, como El Ejido se convirtió en un burgo podrido, un desfile de políticos y empresarios camino de la cárcel. Y dirán ahora como excusa que es el poder el que corrompe, que la política es un espejo de la sociedad y que en todas partes puede haber un aprovechado. Pero no es verdad. Lo que vemos en El Ejido es la consecuencia de un modelo político, el poder a cualquier precio. La política sin ética ni principios. Son los modos de hacer política de algunos dirigentes del PSOE de Andalucía, son los tratos por afuera parte, los pactos por afuera parte, las comidas y las conversaciones por afuera parte; las venganzas y el reparto de cargos por afuera parte. En Andalucía hay expertos en hacer política por afuera parte.

Y ahora dirán que no, que es el poder el que corrompe; que el viejo aforismo de Lord Acton sigue vigente porque es verdad que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero no es verdad. No son las sociedades las que corrompen las políticas, ni es el poder el que corrompe a las personas. Son esos que aparecen en los sumarios los que corrompen a la sociedad, los que corrompen el poder, los que lo pudren todo. Se abre un sumario y nos llega el hedor de lo que estaba escondido, tapado, pero no es la sociedad la que se refleja en esa miseria, son esos tipos que chuleaban, que vacilaban, que escupían soberbia, que pagaban favores y compraban voluntades. Son esos tipos, gente indecente, corruptores y corruptos al mismo tiempo. Gente que infecta la sociedad.

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17 marzo 2010

Treinta segundos



Treinta segundos es lo que tardó Eduardo Frei en felicitar a su adversario político, Sebastián Piñera, cuando le dijeron, tras el recuento de votos, que había perdido las elecciones en Chile. Esa fracción de tiempo, esos treinta segundos, son especialmente llamativos cuando se colocan al lado, como si fueran barras de un gráfico estadístico, de los veinte años que se mantuvo en el poder la coalición progresista que ha gobernado Chile desde la caída del dictador, el abominable Augusto Pinochet. Llegaba la derecha al Gobierno después de cincuenta y dos años de haber ganado las elecciones por última vez; volvía la derecha al Gobierno después de las dos décadas de hegemonía de la coalición progresista que se formó para conjurar el recuerdo del dictador, y, sin embargo, cuando se cerraron las urnas al candidato derrotado de la izquierda no le pesó ni el pasado, ni el rencor, ni el odio. Las crónicas de prensa de aquel día, lo reflejaban así: «Frei apenas tardó 30 segundos en su discurso en felicitar a Piñera». Treinta segundos. Hace unos días, Eduardo Piñera tomó posesión del cargo. He recordado esos treinta segundos porque, desde entonces, no siento más que admiración por la clase política chilena.

Resulta, además, que Eduardo Frei no se limitó a trasladar una fría felicitación de manual, una de esas felicitaciones que se hacen con los dientes apretados y los puños cerrados. No, el candidato de la izquierda se fue directo al hotel en el que su rival estaba celebrando la victoria, buscó un lugar concurrido de fotógrafos, y se estrechó en un abrazo. «Con Eduardo comparto un gran amor por Chile y soy un gran admirador de su padre –que también fue presidente– y quiero decirle que nuestro país necesita más que nunca unidad», le replicó, a su vez, Eduardo Piñera. Pero es que, hasta la mujer de Piñera cogió el micrófono para decirle a la presidenta saliente, Michelle Bachelet, que se sentía «orgullosa como mujer de que usted haya sido la presidenta de los chilenos».

No hace falta que nos pongamos a recontar las diferencias con la política española; ni siquiera es necesario imaginar cómo hubieran sido los discursos aquí, en Andalucía, la de cadáveres de la Guerra Civil que hubieran atravesado esa noche las tapias del cementerio, las tormentas de negros augurios que hubieran copado los informativos de la radio, de la televisión pública, la tensión en cada palabra, en cada gesto, en cada discurso. Y más allá de la clase política, no tenemos que pensar tampoco en cuál sería el comportamiento de quienes se han acostumbrado a vivir de la hegemonía socialista durante los últimos treinta años, esos que han hecho de la victoria socialista el negocio más rentable, esos que jalean el régimen porque lo han convertido en una forma de vida, en la mejor forma de vida que hubieran pensado jamás. A todos esos que ya se les ve, con las venas saltadas, agitando las campañas electorales en cada sobremesa, en cada debate, no hace falta imaginarlos.

No. Lo ocurrido en Chile sólo sirve para colocarnos en la realidad, no en la inventada, no en la propaganda, sino en la realidad de la calle, la normalidad. Sirve para tener claro que la alternancia es la que definitivamente entierra una dictadura en la historia. Nos sirve, en fin, para que la próxima vez que nos pregunten en qué consiste la democracia le podamos responder con el ejemplo de Chile: «La democracia son treinta segundos».

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El pulpo



En Granada, se han hecho una pregunta y nada más formularla, sólo al oírla en su idioma original, en el lenguaje en el que imaginamos a sus protagonistas, con el acento que recreamos sus fechorías y los paisajes de sus delitos, sólo con oír ese tono, se oye la pregunta y se ponen en guardia todos los sentidos. Che cosa è la mafia e come lo definiamo? El año pasado, se lo preguntó en voz alta un tipo excepcional del que lo primero que llamaba la atención era su aspecto. Tiene el pelo cano, su cara es corriente, como de funcionario de correos a punto de la jubilación. Un hombre bajito, de gafas redondas y traje gris, que guardaba dentro el valor enorme, discreto y tenaz, de los héroes modernos. Francesco Messineo, que así se llama, no sale a la calle en Palermo, donde vive, donde trabaja como fiscal jefe, si no es con una escolta de cinco carabinieri y dos coches blindados. A su pregunta en voz alta, Messineo respondió con el Código Penal italiano, que es una forma siempre oportuna de responder cierto tipo de dudas. Consideramos mafia la asociación de delincuentes que tiene como fin el control de actividades económicas, concesiones administrativas, servicios públicos… Es decir, que la diferencia de la mafia con respecto a otro tipo de asociaciones de delincuentes estriba en que la mafia va más allá del delito y persigue el control de la vida pública en las zonas en las que se asientan.

Hace unos días, esa misma pregunta se la ha hecho otro fiscal italiano, Pietro Grasso, fiscal antimafia, y para definirla ha elegido una metáfora inquietante: Imaginemos un pulpo gigante que va extendiendo sus tentáculos por todos lados y por varios países, como si jugueteara con una esfera del mundo entre sus brazos llenos de ventosas. Messineo tenía claro que la mafia trafica con droga a través de España y «también invierten en lugares turísticos de la costa española. En construcción, en supermercados, en negocios de alimentación...» Pietro Grasso ha vuelto a remarcar la idea: «El crimen organizado constituye un peligro por las democracias modernas por la extraordinaria disponibilidad para satisfacer una demanda creciente de bienes y servicios ilegales a escala internacional, por la capacidad de acumular riquezas enormes y de contaminar a las instituciones».

¿Cúántos de los tentáculos de ese pulpo están detrás de los casos de corrupción a los que hemos asistido sin que los consideremos como asuntos que provienen de organizaciones mafiosas? Ayer comenzó en Málaga el caso Ballena Blanca, la mayor operación policial contra el blanqueo de dinero. Si nos fijamos, aunque cada caso es distinto, éste de Ballena Blanca se asemeja a otros menores en que también reproduce el círculo que se establece entre el tráfico de droga, la inversión en negocios especulativos, como la construcción, y la implicación de instituciones políticas y judiciales. Ése es el círculo que describen los fiscales italianos y, sin embargo, nunca un juicio por corrupción se afronta aquí con la impresión de que debajo se mueven los tentáculos de la mafia en la sociedad andaluza.

La visita de estos dos fiscales italianos –que curiosamente no despierta interés alguno en la clase política– se ha producido en el aula de estudios que guarda la memoria de un gran fiscal andaluz, asesinado por otra mafia, la organización terrorista ETA. Hace bien la Fiscalía del TSJA al recordar la memoria de Luis Portero con estas conferencias. Lo importante es retener el aire de esa gente, de esas conferencias, discretas, sensatas, tenaces, rigurosas y honestas. Todos sabemos que ese aire es quinina para el pulpo.

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14 marzo 2010

¿Té o café?




La cuestión ya no consiste en debatir sobre si existe o no una crisis ideológica. No, ese debate, salvo los que se aferran a la división tradicional de izquierdas y derechas con el ímpetu de quien defiende su forma de vida y hasta su sustento, fuera de ese círculo, digo, hay muy pocas personas que, con la mano en el pecho, puedan enumerar siquiera cinco diferencias políticas sustanciales entre quien se define de izquierdas y quien se define de derechas. Mucho menos, en el ejercicio del Gobierno. Hablamos, eso sí, de gobiernos serios, porque no habrá nadie con dos dedos de frente que considere que la nueva izquierda, la nueva vía, está en la perspectiva de género, la sostenibilidad y la alianza de civilizaciones. Toda esa hojarasca se la llevará el viento en unos años, de la misma forma que ya nadie se acuerda de ‘las treinta y cinco horas’.

No, la cuestión no consiste ya en debatir si existe o no realmente una crisis de ideologías porque la duda ahora, la cuestión más interesante, es indagar cuál será la resultante. Si contemplamos la crisis, toda crisis, como un momento de cambio, la crisis de las ideologías conducirá necesariamente a un modelo distinto al actual. No tiene por qué ser un modelo radicalmente distinto, pero el nuevo sistema político sí tendrá diferencias con el actual. Y algo comienza ya a moverse; algunas cuestiones están comenzando a tambalearse. La confianza política, por ejemplo. La característica más significativa del momento político actual es la desconfianza generalizada hacia la clase política. La credibilidad del gobierno cae en picado, en España y en Andalucía, pero no surge un movimiento igual, pero en sentido contrario, desde la oposición, porque, según dicen todos los sondeos, el personal no tiene muy claro la alternativa sea convincente. O, por lo menos, no considera que haya una respuesta política clara a sus problemas.

¿De dónde viene esa apatía del personal? Siguiendo el razonamiento anterior, es muy probable que, una vez que entra en crisis la división clásica entre izquierda y derecha, se estrecha la semejanza de las ofertas políticas, tamizadas todas ellas por la corrección política, con lo que, al final, se instala en los ciudadanos la idea de que no hay diferencias. Si añadimos que, encima, la corrupción afecta a todos los partidos por igual, la sensación de simetría no puede estar más justificada.

En esas, lo más preocupante es que, como también se está viendo, lo que viene a continuación de la desmotivación y el descreimiento de la política es el radicalismo. Quizá sirva de ejemplo ese curioso movimiento que se está consolidando en Estados Unidos en las redes sociales que han surgido en los extremos, a la derecha de los republicanos y a la izquierda de los demócratas. Los primeros, los del Tea Party, han dado paso ahora a los del Coffee Party. «¿Coffee o Tea?», viene a ser la pregunta en vez de republicano o demócrata. Los primeros defienden sin caretas un discurso claramente reaccionario, «América para los americanos», mientras que los segundos quieren aglutinar a los estadounidenses que no se identifiquen con ese aldeanismo. Sólo coinciden en una cosa: «la frustración con los políticos tradicionales».

Verán que, al final, la proyección sobre el actual momento de crisis política acaba en el mismo lugar donde empezó; como si de un círculo vicioso se tratase, la crisis de las ideologías, la ruptura de la división tradicional entre izquierda y derechas, lo que acaba provocando es una nueva división pero de posiciones más radicales. Izquierda radical, derecha radical. Si ésta es la resultante, vaya desastre. Para colmo, como una ironía del destino, ¿saben cómo se llama uno de los líderes más conocidos del Tea Party? Tom Tancredo. El tipo no se sale de una sola frase: «Este país es nuestro».

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11 marzo 2010

Un dedo morado




Era la imagen de la dignidad humana, de orgullo, de nobleza. Era la estampa de la lucha por la libertad, un símbolo de la liberación de la mujer, una metáfora exacta de la pelea que el hombre siempre ha tenido para reivindicarse a sí mismo como persona, como ser humano, como un ciudadano libre con derechos, deberes y obligaciones. Era la fotografía de estos tiempos, una joven con un velo negro sonríe a la cámara después de haber votado, y muestra su dedo índice empapado en tinta morada. Juventud y democracia, sueños y esperanza. Un breve hilo de tinta corre desde el dedo hasta la muñeca, blanca, de piel suave. La muchacha sonríe al fotógrafo cuando muestra el dedo. No le importa que la vean, que sepan que ella sí ha acudido a votar. Aunque desde la noche anterior a la jornada electoral las calles se hayan cubierto de cadáveres y el horizonte repita a cada instante bel sobresalto rotundo del estallido de una bomba, de un mortero, de una ráfaga de metralleta.

Ha acudido a votar con toda su familia porque votar ese día en Irak era la única forma de demostrarle a los terroristas de Al Qaeda que la victoria está en la vida, no en la muerte. Que si un día, un solo día, el terror logra imponerse a la libertad, a partir de entonces ya no habrá otro reino que el de la tiranía de esos asesinos. “Hoy ha sido un día de victoria sobre los asesinos que no quieren la democracia”, ha dicho el primer ministro, después de recontar, uno a uno, los treinta y ocho muertos en atentados durante la jornada electoral, y los millones de iraquíes que, pese a las amenazas, acudioeron a votar. ¿En qué democracia asentada de occidente acudiría a votar más del sesenta por ciento de la población bajo una lluvia de proyectiles y coches bomba? Y más allá aún, ¿quién, por aquí, estaría dispuesto a defender sus principios frente a la amenaza de muerte de Al Qaeda?

Fíjense que el día que se publicó la foto de aquella joven iraquí con el dedo morado, era lunes, ocho de marzo, y en todo el mundo desarrollado se celebraba el día de la mujer trabajadora. Ese mismo día, mientras las mujeres de Irak se jugaban la vida por haber ido a votar, el Consejo de Europa decidió no prohibir el uso del burka “porque las mujeres deberían ser libres para elegir cómo viste, sin interferencias de sus comunidades ni de las autoridades” “La prohibición del burka es una invasión en su vida privada y no liberará a las mujeres oprimidas, sino que puede llevarlas a la alineación en las sociedades europeas”. Ese mismo día, en Andalucía, se premiaban presupuestos con perspectiva de género, se entregaban ayudas por represalias franquistas con perspectiva de género y se anunciaban teatros con perspectiva de género. Como un club de señoras adineradas que se reúnen para merendar bizcochos de chocolate con perspectiva de género.

Tiene cara de niña. Va toda vestida de negro, el velo y la chilaba. Muestra el índice de la mano derecha, empapado en tinta morada, y la gota que se desliza por su piel hasta perderse en el centro de la palma de su mano parece una gota de sangre democrática. Tiene cara de niña, sus facciones redondeadas se rompen en la foto con el contraste de los ojos verdosos, achinados, y la sonrisa de labios rojos que se le ha escapado cuando el fotógrafo ha disparado su cámara. Tiene cara de niña, quizá ésta ha sido la primera vez que ha ido a votar. Recordaré su foto para cuando de nuevo los imbéciles digan que la equivocación de occidente es querer exportar la democracia a los países árabes, que la cultura de esa gente es otra distinta a la de la libertad.

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09 marzo 2010

Hijos del desastre



Si nueve de cada diez viviendas que se han inundado en Andalucía eran ilegales, la tragedia no es el temporal, la tragedia es el desastre urbanístico consentido durante todos estos años. La lluvia de estos días no es ninguna novedad en la historia, que de un invierno similar se tiene constancia hace cincuenta años y, antes de que el cambio climático se ofreciera como explicación oficial de todas las adversidades de la naturaleza, ya se había establecido que Andalucía, a pesar de su realidad de canícula, a pesar de su estampa de tierra seca, tiene un porcentaje de riadas e inundaciones mayor que la media española y europea. Y tampoco esto último, la constancia estadística, es ninguna novedad. Con lo cual, la ecuación se resuelve con una simple suma de certezas, si la inmensa mayoría de las viviendas inundadas son ilegales, si desde hace años se sabe que esas zonas son inundables y si conocemos también que la frecuencia aquí de las inundaciones es mayor que en el resto de España, ¿no es una estupidez culpar de lo ocurrido al ímpetu desbordado de la naturaleza?

Cualquiera que haya seguido con atención en los últimos días las crónicas e informaciones que se han publicado sobre las inundaciones andaluzas se habrá percatado que nos ha ocurrido como en tantos otros momentos de desconcierto en los que, al final, nos miramos a la cara con el ceño fruncido por la perplejidad y el asombro. Existían prohibiciones, pero no se ejecutaban; había planes, pero no se aplicaban; contábamos con expertos, pero no se les prestaba atención. Existe toda clase de programas operativos, marcos de actuación, planes de desarrollo, documentos finalistas y orientaciones estratégicas sobre la elevada frecuencia de las inundaciones en Andalucía y sobre los puntos exactos que son inundables. Pero, por lo visto, sólo servían para engordar las estanterías de las muchas delegaciones, direcciones generales y empresas públicas de la Junta de Andalucía que tienen algo que ver con el urbanismo, con el agua y con la protección civil. Y para que muchos ayuntamientos burlaran todo ese planeamiento y optaran por la legalización encubierta de esas barriadas ilegales con la progresiva concesión de licencias de agua o de alcantarillado. ¿De verdad que la culpa de las inundaciones la tiene la naturaleza?

Sostiene una portavoz ecologista, Lola Yllescas, de Ecologistas en Acción, que en realidad la normativa andaluza sobre prevención de inundaciones es muy buena. Y añade: «La normativa es buena, el problema son los gestores». Es así, claro. Y como esto es lo que ocurre, lo que se impone ahora en la política andaluza no es una ronda de subvenciones, barra libre, por todas las barriadas inundadas, sino la aplicación de un plan general para demoler todas las edificaciones ilegales, ya sean casas o polígonos industriales, que se encuentren en zonas inundables. Luego, que se facilite al realojo de los afectados en otro lugar aunque, por lo que ya se está viendo, cualquier insinuación de demoler esas casas ilegales se acabará topando con las quejas de ‘desarraigo’ de las familias que allí viven en la ilegalidad. Se verá.
Entre tanto, tengamos claro lo ocurrido. Si nueve de cada diez viviendas inundadas eran ilegales, la tragedia no es el temporal sino la inutilidad de la administración que padecemos. El desastre urbanístico de la Junta de Andalucía tiene ya dos hijos reconocidos, la corrupción y las inundaciones.

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Epicentro Jaén



Un colega del juez Garzón, magistrado como él, andaluz como él, me aclaró hace un par de años el verdadero despropósito del ‘juez estrella’ cuando se supo lo suyo de las conferencias en Estados Unidos, generosamente retribuidas con doscientos mil euros. «Lo grave no es que haya cobrado tanto dinero; no es eso. La cuestión es que lo que ha cobrado en Estados Unidos es más del doble de lo que gana como magistrado de Audiencia, que está en torno a los 85.000 euros al año. Cuando eso sucede, lo que denota es que su profesión se ha convertido en un hobby y su lucro real lo tiene en actividades extras, que son ya su profesión. Es una forma de perderle respeto a la profesión, de la que se sirve como tarjeta de presentación. Eso no puede traer nada bueno...»

Lo que ocurrió luego, como se maliciaba aquel magistrado, es que, a la vuelta de Estados Unidos, Garzón no encontró reparo alguno de incompatibilidad para instruir un sumario que afectaba al presidente de la entidad bancaria que, precisamente, había financiado sus cursos neoyorquinos, y menos aún le importó darle carpetazo al asunto, con lo que el banquero se libró de un proceso por delito fiscal. Lo mismo ocurrió cuando la Ley de Memoria Histórica, que no hubo en Garzón la menor duda para seguir adelante con el procesamiento del franquismo a pesar de los requerimientos en sentido contrario. Qué más da, todo eso era ya como irse de caza un fin de semana con el ministro de Justicia, a gastos pagados. Qué más da, no podía actuar, pero actuó; tendría que haberse abstenido, pero siguió adelante porque su prestigio, su público y sus reglas estaban ya fuera de la Audiencia. La profesión,definitivamente, se convirtió en un hobby. Su obediencia ya no estaba en la Audiencia sino fuera, en las cátedras, en los seminarios, en los homenajes, en las conferencias internacionales…

Este pasado fin de semana su público se ha reunido en Jaén. Despojado el encuentro de toda la retórica pegatinera, «una marea social con epicentro en Jaén», que decían; desbrozado el encuentro de la parafernalia épica, «la democracia está en peligro»; desquitadas las raciones de ideología gastada, «un ataque de la extrema derecha»; apartado todo eso del debate, lo que queda es una reclamación desnuda: lo que piden es que el Tribunal Supremo archive las causas contra Garzón «porque los denunciantes no tienen razón». Con esta frase, lo dicen todo de su ideal de Justicia. Es lo mismo que exigen cuando prosperan denuncias contra algunas leyes consideradas intocables, ya sean el Estatuto de Cataluña o la Ley de Violencia de Género. No se reclama un juicio justo para Garzón. No, lo que se pide no es Justicia, sino que no actúe la Justicia. Y para redondear el disparate, lo piden quienes hablan en nombre de un juez. Se trata, en fin, de hacer de Garzón un hombre al margen de la Justicia, un ciudadano inmune. El Estado de Derecho no cuenta para Garzón porque ya existe una sentencia previa: los denunciantes no tienen razón. Punto.

No, no. No pueden llamarse demócratas, por mucho que lo hayan repetido, todos esos que se han concentrado en Jaén. Que el epicentro del terremoto judicial que necesita la Justicia española no estaba este fin de semana en Jaén sino en el ‘Manifiesto por la despolitización y la independencia judicial’ que han firmado 1.400 jueces de todas las asociaciones judiciales. Creen esos jueces que la opinión pública debe conocer «las graves consecuencias» que tiene y tendrá en la vida de todos nosotros, como demócratas, como ciudadanos, «el proceso de contaminación política y ocupación progresiva del espacio judicial». En ese acto, ni había pegatinas, ni estaba Garzón. Tampoco lo esperaban.

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07 marzo 2010

Oswaldo



Había que verlo mordiéndose los labios para entender bien la impotencia que siente un hombre cuando quieren atarle las manos y los pies con infamias. Había que verlo descargando su rabia en cada sílaba al presenciar que el cadáver del disidente que acaba de morir, que acaban de torturar, que acaban de asesinar, se quiere cubrir de mentiras y de saliva. Muerte de carne y muerte de memoria. Pero en el atardecer de La Habana, con olas rebeladas que se saltaban el malecón, había que ver a Oswaldo Payá, firme y sereno: “Lo han matado por ser pobre y por ser negro”.

Había que oírlo, sentir su angustia, compartir su impotencia, para, a continuación, volver la mirada y contemplar a los que aquí, a más de siete mil kilómetros de distancia, siempre tienen una palabra de disculpa para la dictadura de Fidel Castro. Ni siquiera hace falta mirar a los que repican miserablemente las consignas del castrismo porque esos, como ocurre el terrorismo vasco, ya sabemos que pertenecen a esa misma estructura de terror. No, no, mientras hablaba Oswaldo Payá a los pies del malecón sólo había que volver la mirada, atravesar el mar, pensar en Cádiz o en Sevilla, y recordar a los que aquí se mantienen en la equidistancia del silencio y la disculpa, del matiz y la consideración. Porque, al final, la angustia mayor de esos hombres llega cuando comprueban que ni siquiera aquí se les escucha.

Bastaría saber lo que esa gente espera de los españoles para que mañana mismo en ayuntamientos y diputaciones se presentaran mociones de repulsa del régimen castrista. Bastaría saber que esa gente ansía que España, con su autoridad moral y su fortaleza europea, les guíe y les conduzca hasta la democracia para que hoy mismo se registrara una moción en el Parlamento andaluz o en el Congreso de los Diputados. Pero se oyen los lamentos de Oswaldo Payá y parece claro que no hay posibilidad alguna de que España esté a la altura del reto que le exige la historia. Dicen que a España le ocurrirá como a La Iglesia cubana: Objetivos a largo plazo y, en el día a día, una estrategia de prudencia y discreción. Muere un preso en la cárcel y la respuesta es la esperada: “Hay que intensificar el diálogo porque siempre será mejor el diálogo que la ruptura”. ¿Cómo entender que para que España pueda dialogar con estados fundamentalistas o con tiranías perpetuas siempre sea España la vaya dando pasos atrás; tantos pasos atrás que quien acaba convirtiéndose en un tipo incómodo es la gente como Oswaldo Payá, que se juega la vida con la defensa de la democracia y la reconciliación de todos y no se arruga jamás?

En un bar de la Habana vieja, el responsable de un programa de ayuda de la provincia de Málaga parece bajar los brazos ante la imposibilidad de que el gobierno cubano contribuya para que la cooperación sea efectiva. Y pone un ejemplo: “Hemos venido a analizar el agua potable y, cuando hemos tenido los resultados, nos han dicho que ni se nos ocurra difundirlos”, afirma mientras retira de su vaso de ron unos cubitos de hielo. “Gastroenteritis segura…”, añade. ¿Tiene sentido todo esto? No, claro, no tiene ningún sentido. Decenas de instituciones andaluzas, desde la Junta de Andalucía hasta la más reciente plataforma municipal de ayuda al pueblo cubano, participan a diario en la vida cubana. Por una vez tendrían que pararse y mirar alrededor.

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Bollito de leche



El propietario del último escándalo municipal de Sevilla, un concejal llamado Alfonso Mir, se volvió chulesco un día, cuando le preguntaban por la caseta de Feria que se quiso apropiar, y se sacudió de un manotazo todas las dudas legales, como si fueran migajas sobre el mantel. ¿De quién era la caseta de Feria? ¿Era particular, municipal o de titularidad compartida? “Mire usted –acabó diciendo- yo no entiendo de eso; por mí como si en vez de ‘particular’ pusiera ‘bollito de leche’”. Debe entenderse a continuación que si un tipo así, que contempla la legalidad con ese desparpajo, sigue siendo concejal de una ciudad como Sevilla, lo que puede esperarse del conjunto no sea más que una sucesión de escándalos. Como ha ocurrido en Sevilla en los últimos años.

Ahora el Tribunal Supremo acaba de confirmar la sentencia de uno de los primeros escándalos, el de las facturas falsas del distrito Macarena. Los condenados, con penas de cárcel superiores a tres años, son el ex secretario del Distrito Macarena José Marín y un contratista José Pardo, a quienes se hace responsable de los delitos cometidos de malversación y falsedad documental con los que lograron beneficiarse del cobro de obras no ejecutadas en ese distrito. No ha debido tener demasiados problemas el Tribunal Supremo para ratificar la condenado porque nada más había que ver el documento aquel, dirigido a ‘Pepi’, en el que se daban las instrucciones precisas para engordar el importe de la factura, pagar la cuenta de los albañiles y guardar el resto “en la caja fuerte”.

A donde no llega el Supremo, ni ninguna de las instancias judiciales anteriores, la Audiencia de Sevilla y el TSJA, porque no era ésa su competencia ni su misión, es a concluir que la responsabilidad política de lo ocurrido no se limita a esos dos condenados. Una vez que la sentencia de las facturas falsas es firme, es el alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, la persona sobre la que recae la responsabilidad política de lo sucedido. El escándalo de las facturas falsas, como el posterior de las comisiones ilegales cobradas en Mercasevilla, lo que revelan es una estructura de poder en la que la administración y el dinero público se ponen a disposición de un partido político. Ya resaltamos aquí tras la primera sentencia un párrafo del magistrado Francisco Gutiérrez, visiblemente sorprendido al conocer cómo funcionan las cosas en el Ayuntamiento de Sevilla. En el distrito en el que se produjeron las irregularidades, el PSOE había confeccionado una administración bananera: Cuatro funcionarios arrinconados en un despacho mientras hacían y deshacían a su antojo veinticinco ‘colaboradores’, sin ninguna vinculación con la administración, contratados directamente por el partido. Y decía el magistrado: “No corresponde a este magistrado calificar jurídicamente la decisión del Ayuntamiento de instaurar ese procedimiento para contratar y ejecutar esas obras (…) pero sí constatar la directa relación que ha existido entre la instauración de ese proceder sin control ni intervención de los funcionarios del Ayuntamiento en ninguna de sus fases previas al pago con la aparición de los comportamientos ilícitos aquí enjuiciados”.

De ese sistema descontrolado, de ese modelo de gestión creado para fabricar facturas falsas sin control, es de lo que tiene que responder ahora el alcalde. Aunque por lo que llevamos visto hasta ahora, dirá como su concejal: “A mí, como si en las facturas pone bollito de leche”.

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02 marzo 2010

Circo romano



Joaquín Leguina, uno de los críticos más mordaces de Rodríguez Zapatero, se ha dejado caer en una entrevista con la siguiente afirmación: “En las próximas elecciones, por supuesto que votaré a Zapatero. Soy militante socialista y ésa es mi obligación, me guste o no me guste”. Es curiosa la respuesta porque, cuando se oye razonar a Leguina, cuando se le oye criticar el peligroso adanismo de Zapatero, la perversión de los valores socialistas o las consecuencias letales para España de su “gobierno de ocurrencias”, cuando se le oye un razonamiento así, lo único que no se espera uno es que, en el instante final del discurso, le pegue una patada al tiesto y deje hecho añicos todo lo anterior. ¿De qué sirve tener principios socialistas, aplicar el sentido común o anteponer el interés de estado a los intereses particulares si, al final del discurso, la conclusión es que, por encima de lo que se piense, existe una obligación: votar con los ojos cerrados y la nariz tapada? ¿De qué sirve preocuparse por el país en el que uno vive, por su región o su ciudad si, al final, por obediencia, se vota a alguien a sabiendas de que está perjudicando el futuro? Y sobre todo eso, ¿qué más le da a Zapatero lo que piense, diga o escriba gente como Leguina, qué más le pueden dar las críticas de miles de votantes y militantes, si cuando llegan las elecciones acuden a la urna a votar como autómatas, “porque esa es la obligación”?

Ignora Leguina que, por encima de las obediencias de la militancia, todo ciudadano debe anteponer su condición de demócrata, y es la democracia la que se deteriora con ese planteamiento. También la democracia se guía en esto por las leyes del mercado, y cuando un líder político llega a la conclusión de que haga lo que haga, siempre tendrá respaldo suficiente para seguir en el poder, entonces lo que aparece ya no se llama democracia. En eso, sea cual sea la sigla, el militante le hace un flaco favor a su partido y a la democracia cuando su único objetivo es defender la bandería.

Ocurre, además, que una cosa es la disciplina de partido, la que se impone a los cargos electos, y otra muy distinta es la disciplina de votante o la del militante, que siempre es contraproducente. Se puede entender la disciplina de partido, que se eviten los desacuerdos públicos, que se quiera ofrecer a la sociedad el mensaje de un partido coherente, con un solo discurso, pero también esa disciplina debe tener sus limitaciones. Si en un partido desaparece la discusión y el debate interno, entonces lo que impera es un régimen cesarista. Leguina lo sabe y lo escribió: “Los partidos se han pasado por el Arco del Triunfo el artículo 3 de la Constitución desde hace muchos años, que dice que los partidos, en su estructura y en su funcionamiento, deben ser democráticos Parece un circo romano este Comité Federal del PSOE, se levantan y aplauden, y si te quedas sentado quedas como el tonto de la película. Estamos para discutir, no para aplaudir. Una pena, pero por otro lado vamos a ver si esto de la crisis les da un baño de realidad. Creo que no es culpa del Gobierno, pero trae un golpe de realidad y se van a reducir las ocurrencias, lo cual es de agradecer”.

Ovaciones de circo romano… ¿Está seguro Leguina de que con el voto obediente no es él mismo un espectador más de los que aplauden en el circo romano?

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La plaza de toros



Si a Isidro Cuberos, que ahora anda por Marbella sacándole brillo a la televisión local que manosearon los giles, le diera por imitar a Miguel Ángel Rodríguez y escribir un libro sobre Javier Arenas, seguro que podría repetir, con los nombres cambiados, alguno de los capítulos en los que el problema principal de cada mañana era sobrevivir al desprecio. Antes que a la rivalidad del adversario político, antes que a las descalificaciones y a los escándalos, la primera asignatura que tuvo que aprobar Aznar cuando salió de Castilla León fue la de que alguien se lo tomara en serio. En 1989, cuando en España todavía se agitaban las olas del maremoto socialista de 1982, nadie apostaba un duro por los contrincantes electorales de Felipe González. En esas, llega Aznar a Madrid dispuesto a comerse el mundo. ¡Un tipo que viene de provincias, que encima es enjuto, feo y antipático! ¿Ése quiere derrotar a Felipe? Estaba tan lejos de la cabeza de cualquier esa posibilidad que si alguien hubiera pronosticado entonces que sería Aznar quien jubilaría a Felipe González, la carcajada se hubiera oído en Kuala Lumpur.

Javier Arenas también debe tener guardadas un buen puñado de esas historias de olvido, de ninguneo, de desprecio. Aún estando en las antípodas de Aznar en lo personal, a Javier Arenas le han dado fuerte y flojo. No creo que haya nadie en política en España que haya recibido más campañas en contra que ese tipo, Arenas, al que todos los días le pitan los oídos con el mismo soniquete de descalificaciones repetidos, incesantemente, por todos los rincones de Andalucía. Y eso cuando estaba en las ciudades, que en muchos pueblos Arenas habrá tenido la sensación de pasear por las calles como Gary Cooper en ‘Solo ante el peligro’. Cuando llegó al PP andaluz en 1994, con 26 escaños en el Parlamento andaluz, y luego, diez años después, cuando se bajó del coche oficial de la vicepresidencia del Gobierno y se montó en la furgoneta del PP andaluza recorrer los pueblos con la resaca del 11-M.

Lo del desprecio, de todas formas, no le ha ocurrido sólo a Javier Arenas. El denominador común de la política andaluza, de todos los políticos de la oposición en Andalucía, era el ostracismo de todo lo que no estuviera en la órbita del PSOE. A los candidatos de la oposición nadie los ha considerado nunca por sí solos, siempre en función del Partido Socialista. Y como la maquinaria de propaganda es implacable, demoledora, cualquiera que se vea en el ojo del huracán ya podía darse por jodido. Tanto es así que en Izquierda Unida, por ejemplo, algunos han acabado ya hasta creyéndose las mentiras que han contado de ellos en el PSOE.

Ahora, cuando las encuestas que se publican van ratificando, una tras otra, que el PP puede ganar las próximas elecciones andaluzas, no quiero ni pensar el espectáculo de palmaditas en la espalda al que debe estar asistiendo Javier Arenas. Aunque todo esto se mide fácil: dentro de nada, otra vez se va a volver a hablar de la plaza de toros de Arenas.

- ¿La plaza de toros de Arenas? Ya, la de Ronda, donde su suegro…
- No la plaza de toros de Arenas es más famosa todavía, es la de la gente que, según dicen, han quedado a tomar café con Arenas y llevan meses esperando. Esa plaza ya se estará llenando otra vez.

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Sindicalazo



Todos los días, decenas de medios de comunicación preguntan en internet sobre los principales debates políticos, sociales y económicos y decenas de miles de personas dejan allí su opinión. Las cifras son mayores en las redes sociales; la última moda, la creación de grupos de adhesión a las cuestiones más variadas puede movilizar en sólo unos días a cientos de miles de personas. ¿Qué significado tiene para una democracia una movilización como esa?

Alguna vez se ha referido aquí que, antes o después, el sistema democrático tendrá que incorporar a su funcionamiento la extraordinaria revolución que ha supuesto internet. Más allá de los experimentos que ya se hacen para votar a través de la red en las elecciones, lo que internet pone en duda es la vigencia misma de la democracia representativa. Quiere decirse que, si lo pensamos, la democracia representativa obedece a un modelo social del siglo XIX que ha desaparecido, ha evolucionado hacia el actual y, sin embargo, mantenemos el mecanismo electoral establecido para las necesidades de entonces. La misión teórica de los cargos electos es la de trasladar la voz del pueblo a las instituciones; ésa es la democracia representativa, la que delega en un grupo de personas la soberanía que sólo reside en el conjunto de los ciudadanos. Lo que internet puede hacer tambalear es justamente esa relación entre el pueblo soberano y sus representantes porque, ante muchas de las preguntas que se plantean a diario, ante muchas dudas, ante muchas decisiones, será posible consultar directamente a los ciudadanos, sin necesidad de que un grupo de personas interprete la voluntad de millones.

Ya sé que la incorporación de internet al concepto de democracia representativa se tropieza con la propia eficacia del sistema, con el abismo de caos que se abre ante una democracia asamblearia en la que nadie puede tomar decisiones. Esa limitación es evidente. Pero, por ejemplo, en una circunstancia como la de estos días, ¿qué tiene más legitimidad social la protesta de los sindicatos contra los planes de reforma de pensiones del Gobierno o los foros de internet que se han abierto al respecto? En sólo un par de semanas, una plataforma ha reunido en internet más de medio millón de firmas. Igual la conocen, se llama “Va a trabajar tu puta madre hasta los 67 años”. Con el lenguaje irreverente y descarado de internet, se plantan en medio del debate: “Ya está bien que este gobierno se ría de nosotros. No hacen nada por salir de esta puta crisis. Tienen bastante con prohibirnos fumar y demás fantochadas, de estas tonterías son de las que se preocupan. Y ahora por si fuera poco trabajamos hasta los 67 años para poder cotizar el 100%. Esto es de escándalo.”

Los sindicatos sacaron a la calle la semana pasada a miles de personas, manifestaciones perfectamente organizadas, con pancartas serigrafiadas, lemas institucionales, pegatinas y banderitas de colores. ¿Cuántos ciudadanos ajenos al movimiento sindical, a la legión se liberados sindicales, participaron en esas protestas? Desde luego, por muchos que sean, es probable que no superen el medio millón de la plataforma de internet. Si lo miramos desde ese punto de vista, la manifa de los sindicatos, antes que una protesta ciudadana por la reforma de las protestas, lo que representa es la necesidad de esos sindicatos de reivindicarse a sí mismos como piezas esenciales del sistema. Frente al pensionazo, el sindicalazo.

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Estallido



En el altar de ídolos políticos coloqué hace un par de años a un santo nuevo: Ferenc Gyurcsany, que fue primer ministro de Hungría. Hasta el santoral, no crean, es difícil escalar. Se llega siempre por méritos excepcionales, discursos que se salen de lo común, revelaciones que consiguen desbrozar la espesura de los días, el magma inmenso que surge de la saturación de noticias y el vértigo del tiempo. Curiosamente, esa lucidez sólo se alcanza con el esplendor intelectual de un momento histórico o con lo contrario, con el estallido inédito de lo más elemental, la sinceridad. Por eso Gyurcsany, un tipo con cara de prudente, gafitas redondas y el pelo liso, peinado a la raya. Hace unos años, en una reunión con parlamentarios, bajó los brazos y se desabrochó el cuello de la camisa. Lo imagino mesándose el flequillo, primero sin fijar la mirada en nadie y más tarde fijando sus ojos en cada uno de los allí presentes, compañeros de partido nuevos y viejos, cómplices de triunfos y derrotas. Con un tono de voz susurrante que se ahueca en el silencio progresivo que se va haciendo en la sala a medida que el impacto de sus revelaciones va congelando el corazón de los parlamentarios que lo miran, el primer ministro se entrega, se rompe, estalla: “El país vive por encima de sus posibilidades y no hemos hecho nada durante años. No se puede mencionar ninguna medida gubernamental de la que enorgullecerse, aparte de haber salido de la mierda para lograr el gobierno. Hemos mentido por la mañana, por la tarde y por la noche. Y no quiero seguir así”.

Yo sueño con un instante como ése en la política española. Sólo a un tipo que es capaz de alcanzar ese instante de esplendor se le pueden perdonar todos los pecados políticos que haya podido cometer hasta ese momento para, a partir de entonces, confiar ciegamente en él. Piensen, por ejemplo, que alguien se descuelga con un discurso para quitarle, de un gafañón, los velos de la propaganda y de la nadería a la Economía Sostenible. El absurdo hiriente de lo que se va a vivir en Andalucía en las próximas semanas, la presentación estelar de la doble iniciativa parlamentaria, la Ley de Economía Sostenible y el programa de Andalucía Sostenible. Sólo había que atender a la forma en la que se anunció hace unos días en Sevilla, el presidente Griñán y la vicepresidenta De la Vega, imponiendo un halo de misterio a la cita: “se presentará en algún lugar de Andalucía, en una fecha cercana a la celebración del treinta aniversario del 28 de Febrero”.

No sé si les ocurre igual, pero la saturación de la propaganda política provoca en el cuerpo humano un estado físico muy parecido a la indigestión. El último estudio que se ha publicado tiene como previsión que Andalucía pueda acabar el año con un índice de paro cercano al 29 por ciento de la población activa. Lo último que hemos conocido sobre el oleoducto que quieren construir cerca de Doñana es que el Gobierno andaluz piensa que, en este caso, es un proyecto sostenible. Como el que lo promueve es un empresario socialista, no importa que las tuberías de petróleo atraviesen varios parque naturales ni que se multiplique el riesgo de vertidos en la costa de Doñana. En resumen, ‘Andalucía Sostenible’ es una región con un 30 por ciento de paro en la que se puede construir un oleoducto junto a la mayor reserva natural de Europa.

“Hemos mentido por la mañana, por la tarde y por la noche. Y no quiero seguir así”… Es absurdo seguir pensando que eso puede suceder aquí.

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