Zona Cero
Cuando presentaba su última película, Martin Scorsese dijo en algunas entrevistas que lo que más le atrajo de la historia de ‘Infiltrados’ era el juego psicológico, bastante perverso, de unos personajes envueltos en un ciclo interminable en el que se suceden la confianza y la traición, la confianza y la traición. Cree Scorsese que, de hecho, ésta es una de las constantes más notables del mundo actual, la ambigüedad moral que borra cualquier frontera entre el bien y el mal. «La confianza continuamente defraudada crea un mundo de absoluta ambigüedad moral, una especie de ‘zona cero’ de la ética en la que estamos», concluía el director neoyorquino.
Zona cero de la ética. Magnífica expresión. Porque parece como si la esperanza colectiva se hubiera quedado hecha añicos, convertida en cenizas, en el paisaje gris y polvoriento que deja tras de sí cada atentado terrorista. Scorsese no se refería a la sociedad española ni al atentado de Barajas, sino a las características de la nueva era que se ha abierto en el mundo tras el ataque de las Torres Gemelas. No se refería a nosotros, sí, pero nos engloba el diagnóstico más que a otros muchos países porque el terrorismo aquí es una serpiente de dos cabezas.
No se refería a nosotros, es verdad, pero es posible que no exista una expresión mejor para definir lo ocurrido en el mes que ha transcurrido desde el último coche bomba de ETA. Bronca política y una sociedad anestesiada, como dijo Anasagasti. Como si allí, entre los escombros, en los hierros retorcidos y en los cristales rotos de Barajas, allí, en aquel cementerio de coches aplastados, estuviera localizado el epicentro de la nueva ética, de nuestra ‘zona cero’ contra el terrorismo etarra.
«Hace nueve años Sevilla entera lloró», dijo ayer Teresa Jiménez Becerril. Cualquiera que, en Sevilla y en muchas ciudades españolas, estuviera llorando aquella mañana de enero, de lluvia congelada y cielo gris, de despertar sobresaltado, está en la obligación moral de no olvidar jamás los cuerpos de Alberto Jiménez Becerril y de Ascen García Ortiz, tirados sobre el asfalto mojado, con dos tiros en la cabeza.
La punzada de dolor, la angustia de aquella mañana, la repugnancia de aquel crimen, no puede dar paso nunca a una ‘zona cero’ de la ética y de los principios. Ninguna ambigüedad moral ante ningún fanático, ante ningún terrorista, ante ningún asesino. Que los muertos de ETA no nos sean indiferentes jamás, que no pasen de largo, como los dos últimos del atentado de Barajas.
Ayer fue el aniversario del asesinato de Alberto y Ascen. De todas las voces, una: la del cardenal de Sevilla: «Hace años, en esta Catedral, pedí a Dios que el pan de cada día no tuviéramos que amasarlo con las lágrimas del perdón y del dolor, y hoy digo las mismas palabras. (...) La paz no quiere treguas, la paz solamente quiere paz».
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