Cuento de una Navidad real
Cada mañana, Amalia Rodríguez se sentaba en el salón y descorría las persianas del enorme ventanal desde el que se divisaba la Alhambra. Antes de subir a los dormitorios a hacer las camas, Amalia tomaba una silla, colocaba en la mesa una foto de su hijo, y apretaba en sus manos una taza de café caliente. Después, sacaba de su cartera el impreso de la Lotería Primitiva, y esperaba al final del informativo de la radio, con los números del sorteo. Amalia siempre soñó con estudiar Biología en Colombia. Incluso después de que, embarazada de pocos meses por el ejecutivo de una multinacional británica que le prometió la luna y luego la dejó abandonada, tuvo que dejar sus estudios.
«No desesperes, todas las respuestas están en la ciencia», le decía a su mejor amiga. «En los ecosistemas, los átomos siguen sus ciclos y la energía siempre fluye hacia arriba en la cadena alimentaria». Amalia explicaba luego que, en el mundo de las personas, también existía una separación similar a la de los niveles tróficos, sólo que la división en la cadena humana se establecía por los distintos niveles de pobreza en un primer, segundo, tercer y hasta cuarto mundo. «Pero, al final, la energía fluye siempre hacia arriba».
Quizá por eso, porque los átomos siguen sus ciclos, no lo dudó cuando su amiga le presentó a Ricardo, un cubano rico afincado en Colombia. Les ofreció trabajar de azafatas en sus hoteles en España. Para hacerlo todo más rápido, Ricardo les dijo que lo mejor era que viajaran a España con un pasaporte de turista y, que una vez allí, con contrato de trabajo, legalizarían su situación. «Volverás en muy poco tiempo con dinero suficiente para que tu hijo no pase más penurias», le había dicho.
No fue necesario que pasara mucho tiempo para que ambas se encontrasen una noche llorando desconsoladas en el cuarto pestilente en el que las había recluido, en la trastienda de un club de alterne de la carretera de Andalucía. Después de tres meses, Amalia no pudo aguantar más. «Esta noche me escapo».«Estás loca», replicó su amiga. «Nos han quitado el pasaporte, ¿dónde vas a ir? O te pilla la Policía o te localiza Ricardo».Haciendo auto-stop, llegó hasta Granada. Puerta a puerta fue pidiendo trabajo de sirvienta, hasta que conoció a los señores García.
Tres años de clandestinidad, ahorrando cada peseta para volver. El horizonte era indefinido hasta la mañana en la que la radio citó uno a uno los números de su Lotería Primitiva.«Esta es la combinación ganadora, premiada con 834 millones de pesetas». Asustada, se puso su mejor vestido y corrió a un banco. Pidió hablar con el director y le contó toda su vida. «Señor, estoy en sus manos».
La gestión de aquel director de banco tardó meses en hacerse realidad. Un día la llamó al banco: «Espera en mi despacho un momento. El ministro del Interior quiere hablar contigo». Cuando salió del despacho, Amalia se abrazó al director: «Al final, señor, la energía siempre fluye hacia arriba».
(Relato basado en un hecho real ocurrido en la Navidad de 2002. Hoy Amalia vive en España con una identidad nueva, que le proporcionó entonces el Ministerio del Interior para evitar la mafia colombiana. Hasta que acabaron los trámites administrativos, Amalia siguió, día a día, trabajando como sirvienta sin decir nada. Al poco de restablecerse con una identidad nueva, parte de su familia llegó a España)
Ilustración: www.poscojonuo.com