Llevadme

Por una carretera de playa, una mujer conduce su coche camino de la muerte. Es un día soleado de invierno. Unos jubilados caminan calladamente, como si contaran la arena que rastrean con sus pies desnudos. La vida transcurre apacible, nadie repara en esta mujer de cabellos rubios y rizados que el viento agita. Lleva unas gafas de sol negras, tan amplias y opacas que sólo las lágrimas que recorren su mejilla permiten imaginar unos ojos tristes.
Por una carretera de playa, una mujer va camino de su muerte. Por un amor que se ha vuelto angustia y dolor. Y ella sólo quiere ponerle fin. Por eso ha accedido a ver a su ex marido una última vez a solas, en la casa de la playa. En secreto. Que todo acabe ya. Como Bécquer. «Olas gigantes que os rompéis bramando/ en las playas desiertas y remotas,/ envuelto entre la sábana de espumas,/ ¡llevadme con vosotras!»
Podría ser ella. Y el instante decisivo, éste de ahora que nadie percibe. Esta es la duda mayor que sobrecoge tras cada paliza brutal, tras cada asesinato, tras cada humillación de una mujer por un marido borracho, por un indeseable que presume de machista, por un perturbado con el entendimiento roído por los celos. Podría ser esta mujer la síntesis de todas aquellas que han muerto sin responder la pregunta que tantos se hicieron, llorando desesperados, ante su cadáver. ¿Por qué volviste con él? ¿Por qué retiraste la denuncia? ¿Por qué le soportaste tantos años? ¿Por qué la última oportunidad? ¿Por qué?
Por la carretera de la playa, que hoy es un camino de muerte, conduce su coche una mujer. Va llorando porque ya no aguanta más. Porque un inexplicable sentimiento de ternura, o de miedo, le ha hecho volver. Como tantas otras mujeres que este año han muerto después de haber perdonado a sus parejas, de haber retirado la denuncia del juzgado para intentarlo una vez más. Ya sin ilusión, como hojas caídas que arrastra el viento. «Ráfagas de huracán, que arrebatáis/ del alto bosque las marchitas hojas/ arrastrado en el ciego torbellino/ ¡llevadme con vosotras!»
Nadie responderá la duda que rompe y destroza cualquier legislación, cualquier campaña de concienciación. Nadie sabe por qué el amor se conduce por intrincados senderos de auto destrucción. Nadie responderá porque la violencia contra la mujer no depende del desarrollo ni de la formación ni de la religión ni de la hombría. Es todo y es nada.
Europa, la vieja y rica Europa, gasta 33.000 millones de euros cada año para combatir esta terrible lacra. La última mujer que ha muerto en España la asesinaron hace unos días en Sevilla. Y lo peor es saber y no poder remediar que habrá otras que en este instante conduzcan su coche hacia la muerte. Con los brazos caídos, con el deseo de que todo acabe ya. «Nubes de tempestad, que rompe el rayo/ y en fuego ornáis las desprendidas orlas/ arrebatado entre la niebla oscura/ ¡llevadme con vosotras!»