Víctimas
Termina mal. Por eso Gil de Biedma creía que la historia de España era la más triste de todas, «porque termina mal. Como si el hombre/, harto ya de luchar con sus demonios/ decidiese encargarles el gobierno/ y la administración de su pobreza». La mayor tragedia de los muertos en un atentado terrorista es que su historia termine mal. Ya están muertos, ya fueron asesinados, masacrados. Ya se han enjugado las lágrimas y se han guardado los lutos. Ahora, qué les queda a los muertos de ETA en esta vida si no es la memoria.
Qué pueden temer ya si no es que se orille su recuerdo. Que se desvanezca en una refriega espesa de reproches políticos. Que ganen los demonios. Que no se oiga la voz de sus viudas, de sus huérfanos, de sus amigos, que claman porque se les atienda el orgullo y la honra de no haber olvidado jamás a sus muertos. Y poderlos mirar a la cara en el retrato grande del salón. Y guiñarles el ojo en la fotografía que acarician tras el cristal de la mesita de noche. Que la Justicia se imponga y borre la burla de sus asesinos.
No quieren que esa historia termine mal y por eso, este domingo, como tantos domingos antes, se van a montar en un autobús con las pancartas. Han convertido el dolor en orgullo, han transformado la rabia en reivindicación y la angustia, en el derecho a exigir pacíficamente que no se negocie con sus verdugos.
¿Quién puede negarles el derecho a pedir que los asesinos se pudran en la cárcel? ¿Quién puede limitarles el derecho a manifestarse? ¿Quién y en nombre de qué se cree autorizado para humillarlos con el nivel de los decibelios en sus protestas? ¿No se da cuenta ese tipo de la paradoja de un fin de semana como en el que se avecina, en el que los terroristas no tendrán ningún reparo para manifestarse y quemar contenedores o autobuses, mientras que a sus víctimas se les exige que vayan callados y en fila india para no interrumpir el tráfico?
Con la Asociación de Víctimas del Terrorismo se comete casi a diario la enorme injusticia de no reparar en que ninguno de ellos, ninguna de esas mil familias segadas por ETA, ha elegido la pertenencia a ese movimiento. Y se habla de ellos como si fueran afiliados voluntarios de un partido político, militantes de un sindicato nacido en las ubres de una ideología y de unos intereses. Se habla de ellos como si las víctimas hubieran buscado su protagonismo.
Los miran con desconfianza porque el silencio de los muertos es un clamor incontestable. Pero la equivocación es verlos como rivales en vez de como aliados que jamás han pedido otra venganza que la prevalencia del Estado de Derecho. Ninguna negociación con ETA se puede hacer pensando sólo en las víctimas, es verdad, pero ningún acuerdo con la banda terrorista puede hacerse en contra de las víctimas. Piden que nadie negocie en su nombre la paz si el precio es la victoria de sus verdugos. No buscan ni presente ni futuro, exigen que no se olvide el pasado.
¿Quién puede asistir inmóvil a la manifestación del domingo y no compartirla? Para poder mirar a la cara a esos muertos, que son muertos de todos. Para que no se olvide la única cosa que les queda en este mundo, la memoria. Para que, por una vez, esta parte de la historia de España no termine mal.