Inútil

Es costumbre aquí, y tiene el ánimo de convertirse en tradición, que cada año por estas fechas se le dedique la declaración de la renta a un inútil público. Sobre todo si la declaración resulta positiva. Entonces, en ese momento, se hace la declaración y justo antes de firmar se dice: “ahí va, inútil”.
No es un acto de rebeldía, en absoluto. Oponerse a la declaración, verán ustedes, es un ejercicio de profundo egoísmo social, un arrebato de insolidaridad que sólo nos equipararía a gente detestable como esos dirigentes catalanes que hablan de ‘déficit fiscal’. ¿Cuántos españoles habrá estos días que puedan decir, usando el mismo razonamiento que Maragall, que también ellos tienen ‘déficit fiscal’, porque le pagan al Estado más de lo que reciben? En fin.
Justo al contrario, esta tradición de dedicarle la declaración de la renta a un inútil público tiene el un doble afán, el de remarcar algunas obviedades sobre el dinero público y sobre quienes lo gestionan; que la clase política, como dijo aquel, no nos la ha mandado el Señor, sino que son servidores públicos y se deben a los ciudadanos. Eso es lo que busca esto de mandarle el dinero a un inútil, que sirva de ejemplo de lo que no se debe hacer; para que su despilfarro, que es el despilfarro del dinero que sale de mi bolsillo, se convierta en vergüenza ajena por lo que no se va a invertir en hospitales, escuelas o carreteras. Cuando se establece esa relación directa entre usted, lo que ha pagado, y un inútil público, con nombre y apellidos, se asientan algunos de los valores democráticos más necesarios. Porque se está construyendo así una sociedad crítica y formada, exigente y responsable, que no danza al albur de las consignas políticas ni de las banderías.
El año pasado dediqué la declaración de Hacienda al presidente de la Diputación de Sevilla, aunque en él se encarnaba la inutilidad mayor de todas las diputaciones provinciales. Este año se la enviaremos a uno de los altos cargos mejor pagados de la autonomía andaluza, la presidenta del Parlamento, María del mar Moreno. El Parlamento, como segundo poder de un Estado de Derecho, se convierte en una ofensa pública cuando se arrodilla ante las mayorías absolutas y conduce sus debates por el sectarismo y la banalidad. Otro año se lo dedicaremos al sectarismo parlamentario; este año va dirigida la declaración a la insoportable inutilidad de lo políticamente correcto. Imaginen a los 109 diputados andaluces sentados en sus escaños votando lo siguiente.
Ocurrió en el primero pleno de abril: “Declaración Institucional del Parlamento de Andalucía en apoyo al Pacto Andaluz por la Bicicleta”. Sólo con el epígrafe, ya vale. Pero, añadamos el punto número uno: “El Parlamento acuerda declarar de utilidad pública la bicicleta como medio de transporte y ocio en Andalucía por sus múltiples ventajas para el medio ambiente y la salud pública”. Declaración de utilidad pública de la bicicleta “para todos y todas”. Ahí queda eso.