Estampa
No habían dado aún las doce, cuando el aullido de un perro retumbó entre los pinares con el estampido de un eco herido. Aullaba un perro en la noche oscura y aquel grito animal se helaba en el aire como una escarcha temprana. No habían dado aún las doce, no, ni en los pinares ni en las casas blancas de Moguer, donde el bullicio esperaba con un puñado de uvas en las manos la llegada de un nuevo año. Se oyen voces. Explota la música. Llegan las doce. Y ya no se oye al perro que ladra dolorido.
Noche de fin de año en Moguer y, bajo una inmensidad de plástico, los campos de fresas aguardan a que llegue el alba para cubrirse de flores blancas. Escondidos. Como los inmigrantes marroquíes que comienzan a llegar y se refugian en chabolas de madera y plástico. Escondidos, que ya pasa por los caminos un land rover de la Guardia Civil pidiendo papeles a los indocumentados. Hacen una fogata con ramas secas de eucalipto y pino, y se sientan alrededor esperando que pase la noche. Y que se abran muchas flores blancas y un empresario los contrate después para recoger las fresas. Para ser como los otros, los que llegaron antes y ya tienen papeles. Y esta noche entran en los bares para sumarse al fin de año. «A ver, señor árabe, y usted qué va a tomar», le dice el camarero.
Que la marginación es el mejor aliado del racismo. Que es la marginación el mayor enemigo de la integración. Y la marginación es el principal resultado de la demagogia. Y la excusa en la que anida el fanatismo. La única alianza de civilizaciones que buscan estos hombres, que vagan esta noche por los campos como presos fugados de la cárcel de su propia historia, es la alianza de un trabajo. Y llegarán por cientos en las primeras semanas del nuevo año, como el año pasado y el anterior. Y nadie lo podrá controlar.
Qué diría Juan Ramón si viviera. Cómo dibujaría esta noche de fin de año. Vería, sí, que Moguer, a lo lejos, sigue pareciendo, como lo dibujó entonces, una hogaza de pan blanco. Y que en el centro emerge solemne la Iglesia, de piedra dorada por los focos que la rescatan de la noche. «La torre de Moguer de cerca, parece una Giralda vista de lejos», dijo Juan Ramón. ¿Qué diría de los campos vestidos de plástico? ¿Qué de los inmigrantes?
Se acerca la mañana. Los inmigrantes avivarán el fuego y se irán a buscar algún trabajo en el tajo, para cuando llegue la recogida de la fresa. Y unos niños saldrán a jugar por un camino sembrado de serpentinas y confetis. Sobre la pared de un cortijo, un agricultor descubrirá un perro muerto durante la noche. «Lo han envenenado, estaba rabioso», dice. Allí está el perro, con la boca abierta, congelada en el último aullido de su agonía. Si viviera Juan Ramón, quizá vería en ese perro la estampa de un año que murió envenenado de su propia rabia.
(Este artículo se publicó en El Mundo de Andalucía el uno de enero de 2005. Hoy, doce meses después, la misma escena se repite. Dos reflexiones al respecto. La primera es que la estampa de entonces, su pervivencia, se ofrece de nuevo en este fin de año como la foto de un tiempo detenido, de una vida que se repite. Problemas que sólo se superan con el olvido; no porque hayan encontrado una solución. La segunda reflexión es que yo mismo, quizá todos, también buscamos la reiteración en estas fechas. Quizá para encontrarnos, para que la tradición y la rutina nos acomode durante el tránsito, breve e inquietante, que nos lleva de un año a otro.
A todos, Feliz 2006)
Información de la foto.