El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 junio 2011

Alucinación



Será porque descubrimos pronto que la primera derrota del hombre es la imperfección de la realidad o será porque el inconformismo nos instala temprano en un estado de sueños y de ansiedad, será por cualquiera de las dos razones, que son a su vez complementarias, por lo que los filósofos tienen establecido que los seres humanos no podrían resistir sin las mentiras de la vida. Steiner añade: «Inventamos modos alternativos de ser, otros mundos, utópicos o infernales. Reinventamos el pasado y soñamos hacia delante». Si la política es, de alguna forma, la quintaesencia de la sociedad en la que vivimos, esta máxima que nos lleva a refugiarnos en las mentiras de la vida se ha convertido aquí en un modo de ser, de pensar, de existir. La cuestión es que uno asiste a un debate parlamentario como el de ayer, a un discurso como el pronunciado por el presidente de la Junta de Andalucía, sólo cabe la explicación de que este buen hombre piensa de verdad que la realidad de la calle es la que él está dibujando en su perorata; que nadie puede llegar a un grado así de alucinación. No, tiene que ser algo inconsciente, no meditado. Al menos, que nos quede este consuelo.

Ayer, el presidente Griñán se propuso solucionar dos de los grandes problemas de la actualidad, la creciente desafección de la política, la idea generalizada de que los políticos son un problema más, y el desastre educativo, que escala hasta casi el cuarenta por ciento del fracaso escolar en Andalucía. Para combatir lo primero, el Gobierno andaluz ha decidido crear un escaño más en el Parlamento, «el escaño 110», lo han llamado, para que allí, junto a los diputados, se pueda sentar un ciudadano. Y para atenuar el fracaso escolar, el mismo Gobierno ha decidido crear otra paga más, cuatrocientos euros para aquellos alumnos que hace varios años que abandonaron el colegio y que ahora decidan volver por el reclamo de los billetes de cien. ¿Un escaño para el ciudadano? ¿Qué otra cosa es un diputado sino el representante de los ciudadanos? Con ese escaño nuevo la clase política certifica su distancia con la ciudadanía, asume la diferencia, reniega de la representación.

¿Y otra paga más en la educación? ¿Qué le impide a esos jóvenes volver al colegio a terminar los estudios, como hicieron sus padres, sus abuelos, que alternaban un día de trabajo en el campo con la noche de estudios en el instituto o en la universidad? Con esa paga nueva, el gobierno socialista persiste en un error que está destrozando el futuro de Andalucía. Ayer mismo, un director de instituto comunicó a sus profesores que el Gobierno andaluz ha dado orden de paralizar todas las obras de mejora que estuvieran en marcha, ni pintura ni desconchones ni aulas nuevas. Ningún presupuesto para la realidad, nuevas partidas para la alucinación presidencial.

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29 junio 2011

Infusiones



Es esa memez que se difunde para justificar el quiebro ideológico de Zapatero, su viraje de freno y marcha atrás. Dicen: «Sí, el PSOE está privatizando, y ha congelado las pensiones, y ha recortado el sueldo de los funcionarios, y ha suprimido la ayuda a los parados de larga duración, todo eso es verdad, pero Zapatero y Griñán lo hacen a regañadientes, a disgusto; si gobernara el Partido Popular, Rajoy y Arenas sí que aplicarían con gusto esas políticas neoliberales…» Se suelta ese discurso –que es literal– y, zas, contradicción resuelta. Es curioso porque, después de admitir que las elecciones municipales han dejado claro que el susto de ‘que viene la derecha’ ya no funciona, se echa a rodar este otro discurso que, por la insistencia con la que se repite, será uno de los mensajes centrales de la campaña. El PSOE debe haber llegado a la conclusión de que ese razonamiento es efectivo entre su electorado.

Muchas veces, en política, los argumentos más difíciles de rebatir son los más elementales, aquellos que, por encima de cualquier otra lógica, se agarran a las impresiones o a los sentimientos, a los prejuicios y a los fetiches. Bueno y malo, blanco y negro, nosotros y ellos. Por eso, como el asunto es tan elemental, lo recomendable sería contrarrestar ese discurso con otro de naturaleza similar, pero de signo opuesto. Vayamos hacia una política tan rudimentaria que parezca diseñada por Leopoldo Abadía, el que nos explicó el origen del desastre financiero de EEUU con un pueblo inventado. ¿La crisis? Muy fácil: Pensemos en un señor que pilla un resfriado. Lo normal sería que, con los primeros síntomas, se fuese directo a una farmacia para comprarse un paracetamol o unas aspirinas. Eso sería lo normal, pero en este caso no es así: el señor que ha pillado el resfriado piensa que la industria farmacéutica está dirigida por ricos opulentos, capitalistas insensibles que sólo piensan en ganar dinero. Con lo cual, en vez de productos farmacéuticos, decide combatir el resfriado con infusiones de hierbas. Lo que ocurre al cabo de una semana es que el resfriado ha degenerado en anginas y el tipo, que ya le ve las orejas al lobo de la fiebre, se pone en manos de la diabólica industria farmacéutica para curarse. ¿Conclusión? Un resfriado más caro y más largo que el de cualquier otro vecino que, en una situación igual, aplica el remedio adecuado desde el principio.

Para la campaña que ahora llega, los del PP tendrían que fichar a Abadía y pasearlo por todos los pueblos. La crisis económica era el catarro que acabó en pulmonía; el enfermo somos todos, y el que nos atiborró de infusiones fue Zapatero. Infusiones de ‘plan e’ o de Economía Sostenible. ¿Quién se acuerda ya de la Ley de Economía Sostenible, aquella nadería que se aprobó en un Consejo de Ministros extraordinario celebrado en Sevilla hace dos años? Infusiones, sí, y ahora pinchazos dolorosos de la farmacia alemana.

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24 junio 2011

Eclipse



Fue aquella noche del eclipse. Mirábamos la luna, poco a poco abatida por la oscuridad, engullida por el vacío negro del infinito, y cuando ya sólo se divisaba un resquicio de blancura, cerraste los ojos ante aquel destello mínimo y te preguntaste si, ante un eclipse de luna, hay que pedir un deseo. Igual que cuando vemos que un cometa atraviesa la noche, igual que una noche de verano cuajada de estrellas nos trae el recuerdo de los que se fueron, igual que se suspira cuando el sol se posa anaranjado en el horizonte. ¿Se pide un deseo en un eclipse de luna? Como la luna siempre le ha inquietado al hombre, como siempre hemos tenido con ella una complicidad de amantes, quizá nunca se le han pedido deseos porque la hemos incorporado a nuestro propio mundo de sentimientos. Es verdad que en la antigüedad se pedían deseos ante un eclipse, pero más que deseos eran oraciones desesperadas para evitar la venganza del cielo, rezos para intentar consolar a una luna que, como la otra noche, enrojece y luego se oculta, como si hubiera estallado de sangre y de ira por los desastres del hombre. ¿Se pide un deseo en un eclipse? «Quizá el deseo no haya que pedirlo –contesté–, porque el deseo es este mismo: la luna se turba, desaparece, y al poco vuelve a brillar en todo su esplendor, sigue reinando en la noche con la redondez completa de la luna llena. Más que un deseo, un eclipse es la esperanza de que aquello que nos atormenta puede pasar, va a pasar».

Después de aquella noche he pensado varias veces en esa imagen: un eclipse de luna como metáfora eterna de que no hay mal que cien años dure, porque es muy posible que si a la sociedad española se le pusiera una sola boca para que pidiera un deseo, no habría otra petición que ésta, que la crudeza de estos días pase, que pasen estos tiempos, que llegue otra vez la normalidad, que no vivamos con este vértigo de estar caminando en un alambre sin red de seguridad. Que pase el eclipse, que vuelva la luna llena.

Ese sentimiento que está latente en la sociedad, porque se renueva cada mañana cuando el obrero acude a trabajar con la incertidumbre de si será el último día, cuando en la casa hacen cuentas para llegar a fin de mes; permanece así, flotando en la fábrica y en el comedor, y se desborda cuando llegan unas elecciones. Que no habrá otra explicación más fiable a lo ocurrido en las últimas municipales que este runrún de la calle, que ni grita ni se extingue, ni se concentra en las plazas ni acude a los debates parlamentarios, ni se indigna ni se exalta, pero cuando se coloca delante de una urna se hace implacable.

¿No ocurre acaso igual en Andalucía? Cuando se contempla esta sucesión de escándalos relacionados con la Junta, un día tras otro, manando miserias y mentiras; se les ve desfilando por las páginas del periódicos cínicos, aprovechados y mangantes, y la gente, va acumulando ese hartazgo, lentamente. Se van depositando las decepciones en el ánimo colectivo, se va ennegreciendo el panorama, la visión de las cosas. Menos mal que la democracia es como aquel eclipse. Y sabemos que pasará, que todo volverá a ser normal. Y que tampoco hace falta formular el deseo.

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23 junio 2011

Corpus



«Será religioso o no será». Ha salido a la calle temprano, casi de madrugada, para recorrer las calles verdes de hierba esparcida, recién cortada, con el olor de la savia impregnando las paredes de cal. Se ha echado a la calle decidido, atraído por una fuerza que no es racional, ni meditada, es un impulso de años, la fuerza de la costumbre. Ha comenzado a andar despacio en busca de la procesión del Corpus y, desde que cerró la puerta de su casa, no deja repetirse la misma frase: «el siglo XXI será espiritual o no será». Sin saber por qué, se ha instalado en su mente, viene y va, viene y va, como si su cabeza, con esa letanía, se quisiera acompasar al ritmo de los pasos que va dando. Antes de doblar la esquina, ya ha comprendido que lo que le atormenta de la frase es la certeza de que nadie ha resuelto aún esa duda. Que ya estamos plenamente integrados en este nuevo siglo, y la duda persiste. Alguien la dejó grabada en el epitafio del siglo anterior, una lápida de mármol con esa inquietud que, ahora, nos hace dudar hasta de la propia existencia. ¿A qué riesgo se refiere? ¿Qué va a ser del hombre sin religión?

En el portal entreabierto de una casa del barrio antiguo, ha podido ver al fondo, cruzando un patio de baldosas antiguas, rojas y blancas, un niño vestido de comunión que participará en la procesión del Corpus por las principales calles del pueblo. Al verlo, como un destello blanco, ha reparado que la memoria más fiable del hombre es aquella que traen los olores; el olor del traje blanco almidonado y las manos de su madre, acariciándole el cuello de la camisa mientras lo vestía, el olor de la colonia infantil en el pelo recién peinado y el olor de la calle, verde hierba, cuando se encontraba con sus amigos camino de la iglesia. «Será religioso o no será». ¿No es acaso esta procesión del Corpus una demostración fiable de que el peligro se ha conjurado? ¿No lo corrobora así él mismo o ese niño vestido de comunión? ¿No es acaso ese cruce de miradas a través del patio un lazo firme que hilvana pasado, presente y futuro?

La puerta grande de la Iglesia ya se ha abierto y se adivina el revuelo del interior, los últimos preparativos, las filas ordenadas, la custodia bajo palio, las autoridades. «El siglo XXI será religioso o no será». Tan compleja es la duda que, para colmo, ni siquiera se le pueden exigir explicaciones al autor; que siempre se le ha adjudicado a André Malraux, pero él mismo dijo que nunca había salido de su boca. El siglo XXI ya ha consumido su primera década y, en estos albores, sólo nos llega el contraste de dos sociedades que caminan de espaldas, la una avanza hacia el laicismo y la otra se adentra en el fundamentalismo. Es esa, quizá, la mayor perversión, la explicación de porqué aquella pregunta lapidaria se ha quedado sin respuesta; el siglo XXI no va tener que decidir entre ser o no ser religioso, sino que la tensión es mayor porque se va partiendo en dos mitades. Ser y no ser, al mismo tiempo. Los primeros tramos de la procesión han comenzado a salir y una nube de incienso antiguo ha acudido a disipar sus dudas: Un hombre necesita la tradición, esa reiteración de siglos, para sentirse seguro. ¿Será o no será? Quién sabe, pero hoy es Corpus, y la hierba cortada le ha dejado como consuelo la esperanza de lo inmutable.

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22 junio 2011

Mentira colectiva



Reconozcámoslo, llevamos años mintiendo. Sin decirnos la verdad, sin mirarnos a los ojos, sin querer reconocer quiénes somos de verdad. Reconozcámoslo, esta crisis que nos atosiga antes que financiera, antes que inmobiliaria, antes que europea, esta crisis nuestra que nos hace navegar sin rumbo, es la crisis de la mentira en la que hemos vivido instalados durante demasiado tiempo. Y, esta vez sí, vamos a admitir la generalización, vamos a mirarnos como sociedad, por encima de cada uno de nosotros, vamos a contemplarnos como andaluces, como españoles. Que ya sé que no todos tenemos culpa, que cómo se va repartir la responsabilidad a partes iguales entre un diletante presidente de caja y el operario de una fábrica de ferralla que se ha quedado en paro después de treinta años de plantilla. Es verdad, la responsabilidad en este desastre económico nunca puede ser homogénea, pero tampoco es exclusiva de la clase política o de los banqueros. Si fuera eso, si sólo fuera eso, la solución no sería tan compleja.

El problema mayor es la falta de ambición en la que parece haber caído la sociedad española. La indolencia que se ceba en los colegios forma parte de la misma inercia con la que muchos empresarios decidieron que su mejor negocio era tramitar las subvenciones que le llegaban de la Unión Europea. O la rutina de tantos trabajadores que durante años abandonaron los estudios, el trabajo del campo o la pequeña tienda que heredaron de sus padres y se acomodaron con sueldos irreales, inflados, en un puesto de trabajo en la construcción. Y se hipotecaron en casas y chalés que nunca habían soñado porque los créditos de los bancos y de las cajas de ahorro asumían, a su vez, la mentira de esa pompa de jabón. La dejadez de tantas familias acostumbradas a mirar para otra parte, a evitar los problemas con huidas hacia adelante, es la dejadez en la que se ha instalado la clase política que no ha sabido planificar, ni dirigir, ni aconsejar, ni frenar esta montaña de despropósitos acumulados que va desde la escuela al tajo. La comodidad, la fullería, el doble sueldo, la comisión ilegal, el subsidio de paro falseado, el pelotazo, la subvención amañada, las bajas inventadas, la contabilidad trucada, las facturas escondidas, el despilfarro. Hasta que todo eso explotó.

Me ha dicho un hombre de campo, un pequeño empresario de la construcción que se hizo a sí mismo cultivando la finca que heredó de sus padres, que «España no tiene ganas de vivir». Que ha perdido la iniciativa, la ambición, la fuerza, el empuje, las ganas de trabajar, el deseo de salir para adelante. Quizá nos falta perspectiva para saber si este momento de la historia que estamos viviendo se verá en el futuro como una depresión social profunda, similar a otras en las que el poeta sólo sentía el dolor de España. No lo sé. Es más importante ahora mirarnos en el espejo. Y admitir que lo que ha estallado aquí es una burbuja mayor que la inmobiliaria; ha estallado la burbuja de una sociedad sin sustento real. Veámoslo así y admitamos entonces que nada de lo que nos está ocurriendo es casual, que todo lo que nos pasa es lo que nos merecemos; o mejor, lo que no hemos sabido evitar. Que el merecimiento tiene más que ver con la moral que con la ciudadanía, y con la que tenemos encima, no hacen falta sermones políticos ni discursos apocalípticos, hace falta afrontarlo con la normalidad de quien se equivoca con insistencia y, al fin, decide rectificar. No era ése el camino, me equivoqué. Y otra vez echar a andar. Recuperar la ilusión.

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21 junio 2011

Kiki Berbel



Ay, Kiki, morirte ha sido lo único discreto que has hecho en la vida. Habrá llegado la muerte hasta la puerta de tu dormitorio en un roll royce negro y, sin mediar palabra, te has dirigido al asiento de atrás con paso firme, sin volver la mirada, sin dudar ni un instante, sin temer nada. En silencio, despacito, con suavidad. O sea, como si tu muerte, Kiki, fuera en realidad la muerte de otro, porque tú nunca fuiste así. De hecho, fíjate, estoy seguro de que la muerte habrá ido a recogerte al pie de la cama porque se quedaría impresionada de aquel primer día tuyo en el Ayuntamiento de Granada, cuando te presentante al pleno con un roll royce y lo aparcaste en la puerta. Como si tal cosa; que igual te hubiera dado salir al balcón para gritar: ‘Sí, soy rico, y ese roll royce de ahí es mío; no he venido a la política para comprármelo’. El qué dirán se lo pasaba Kiki Díaz Berbel por el mismo arco del triunfo por el que se precipitaban a borbotones sus discursos, como disparos de arcabuceros. ¿Alguien ha visto algo igual? No debemos olvidar, además, que quien actuaba así era un concejal de la derecha, con lo que habrá que concluir que los complejos de sus correligionarios, la famosa derecha acomplejada, también se la pasaba Kiki por la bóveda de tergal de la entrepierna. Y el pueblo granadino debió entenderlo perfectamente porque de las cuatro veces que se presentó a la Alcaldía, ganó en tres ocasiones, aunque en una sola pudo ser alcalde porque los pactos le arrebataron el sillón tras cada victoria.

Kiki era así, representante de una derecha que salió del franquismo y que se le podrá reprochar el discurso rancio, seco o trasnochado, pero todo eso se queda en meros juicios de opinión, debates de segundo grado, al lado de la contribución que, también ellos, hicieron para la consolidación de la democracia. Sí, sí, también esa gente que se afilió a la Alianza Popular de Fraga tras la muerte del dictador merecen el reconocimiento de todos porque para construir la Transición hacían falta todas las manos, todas las cabezas, y la derecha que venía del franquismo supo arrancar las hojas del calendario y mirar hacia delante. Kiki Díaz Berbel, que nació después de la Guerra, formaba parte de esa derecha abrupta y no entró en política hasta que llegó la democracia. Aunque aparcara el roll royce en la puerta del Ayuntamiento, nadie puede negarle hoy su condición de demócrata. Porque qué otra cosa es la democracia sino aceptar la diversidad, comprenderla y respetarla; muy lejos de los odios redivivos de la revancha histórica, del discurso de la caverna y del miedo.

La última vez que lo vi estaba en el Parlamento, invitado en la celebración de algún aniversario. Me contó que unos enviados del PSOE le habían propuesto la creación de un partido político en Granada, con financiación incluida. El único objetivo era quitarle la mayoría absoluta al alcalde Torres Hurtado. Kiki rechazó la ‘oferta’ y siguió en el PP hasta que, hace unos meses, se despidió para acompañar a Alvarez Cascos, su mentor de tantos años. Quizá a los enviados del PSOE les contestó igual que cuando se subió a la tribuna de un congreso del PP en Granada, la primera vez que me dejó boquiabierto. Dijo así: «Y ahora nos acusan de haber generado una deuda de diez mil millones de pesetas. Fíjense qué tontería, cuando los concejales del PP cubrimos esa cantidad con nuestra tarjeta de crédito». Kiki, qué tipo. Siempre te recordaré.

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20 junio 2011

Hagamos un trato



Compañero, hagamos un trato. Te lo diré con la ternura de aquel poema de Benedetti, hagamos un trato, sí, compañero, para que usted sepa que debe contar conmigo, con nosotros, pero no para contar hasta dos o hasta diez, sino para contar conmigo, con nosotros. Porque nosotros, compañero, somos los ciudadanos, y queremos que usted, que lleva sobre las espaldas ese título ampuloso de representante del pueblo, pues usted, entonces, tiene que aprender a contar con los demás. Tiene que hacer el esfuerzo de acercarse a la gente, de mirarla a la cara, de oír cómo sacan para adelante una casa, una familia, una empresa, una tienda de ultramarinos o una panadería. Tiene que bajar hasta ahí, compañero, y contar con ellos, porque sin ellos usted no es nadie, no será nada, un título vacío, una querencia imposible, una impostura, el oropel de los carnavales. Una cometa sin hilo.

Hagamos un trato, sí, y no para contar hasta dos o hasta diez, sino para que usted cuente, compañero, con las necesidades de la gente, con las ansias de la gente, con las urgencias del personal y con las miserias de la calle. Que es necesario que usted se tome en serio el peligro de lo que nos está ocurriendo. Hagamos un trato para que usted reconozca la realidad y dé un paso atrás en sus ambiciones. Porque, mire usted, compañero, todo eso que le está pasando a Grecia, todo lo que le ha pasado a Portugal, nos puede pasar a nosotros también. Y entonces ya no habrá forma de salir para adelante, porque cuando quiebra un estado, cuando quiebra un país como España, la historia hace trompos en la carretera, se disloca, y puede acabar en el terraplén. Déjese, compañero, de discursos egoístas y cegatos que no es la hora. Y empiece a contar.

Vivimos en un país, compañero, que camina en el alambre de su incertidumbre mayor, que es la de su futuro y la de su propia identidad. Atravesamos la mayor crisis que se recuerda porque, además del presente, esta crisis tiembla cuando se detiene a pensar en las expectativas de futuro, que son escasas, que no se adivinan. Y en esas circunstancias, compañero, usted no puede seguir pensando que contar es contar consigo mismo, contar hacia dentro. No, no, usted no puede imaginarse la frustración que produce cuando se les oye hablar de las reformas que son necesarias y lo que se plantean es aumentar el número de diputados en el Parlamento andaluz. Más Parlamento, más diputados, más asesores, más sueldos públicos. No es posible, compañero, que usted piense de esa forma, que crea que la gente lo que le pide son más colocados en las empresas públicas, más liberados sindicales, más contratos a dedo. Mire, compañero, atienda a las cifras de este año que llevamos porque se ha desplomado el impuesto de sociedades, han caído los impuestos especiales y se ha venido abajo la recaudación del IRPF. Sigue bajando el crédito a las familias y a las empresas y, sin embargo, el crédito de las administraciones públicas sigue subiendo. Haga esas cuentas, compañero, que son datos reales, oficiales, y verá que no es posible seguir por este camino. Que el abismo está ahí, y no hace falta que usted encima nos empuje.

Hagamos un trato, compañero, deténgase un momento, mire a su alrededor, y si no sabe contar, contar de verdad, que es contar con la gente, dése media vuelta y déjelo. Que la política es saber contar, no hasta dos o hasta diez, sino saber contar con los demás.

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18 junio 2011

La ceja rota



Los altavoces del muecín rociero desparraman decibelios sin compasión, una insoportable retahíla de hermandades que llegan, pasan y se van. Cerca de la ermita, en una de las casas de la aldea las guitarras y las manzanillas buscan la sombra diminuta de un árbol recién podado. Se cantan sevillanas a la Virgen, al camino, a las carretas, a los bueyes, al romero y a la jara, a los vivos y a los muertos, al río, a la arena, a las candelas, a los zahones, a los sombreros… Desde hace años, la Romería del Rocío se ha parcelado con sevillanas como una fuente de retroalimentación de los peregrinos permanente, persistente, intensiva. Se vive Rocío, se habla Rocío, se canta Rocío, se respira Rocío. Nada sale de ese círculo porque nadie quiere oír nada más, no sentir nada más, ni pensar en nada más. O casi nada. Porque bajo el árbol, en aquella sombra diminuta, el cantante se aleja del repertorio establecido y le dedica unas sevillanas a la política. «Zapatero, vete al carajo, que lo que necesita España es que tú te vayas», dice, más o menos, el estribillo de las sevillanas que levantan una carcajada generalizada y múltiples gestos de aprobación.

No hará falta esperar a que lleguen más encuestas ni nuevas prospecciones sociológicas para saber que el deterioro del PSOE no se ha frenado con el anuncio del presidente Zapatero de no presentarse a las próximas elecciones y que la elección de Rubalcaba no ha supuesto ningún cambio de tendencia en este vertiginoso descalabro. La impopularidad de Zapatero, esta irrupción suya en una fiesta tan endogámica como el Rocío, es sólo una anécdota, sí, pero también constituye un detalle expresivo de la caída en picado de este hombre y de la forma en que su imagen burlona se ha convertido en un fenómeno sociológico en España. Y cuando algo así sucede en política, ya no valen las estrategias ni los cálculos electorales que, a menudo, se quedan en la micropolítica de las reuniones de ejecutivas y conferencias políticas sin contacto alguno con la realidad de la calle. No, Zapatero se ha caído y con él parece que va a arrastrar a todo el PSOE, como ya ocurrió hace unas semanas en las elecciones municipales y autonómicas. Zapatero, centro de chistes y sevillanas, es la imagen del PSOE. Esa fue su mayor virtud y ese es ahora el principal problema del PSOE. Una ceja circunfleja como símbolo de todo lo que había y de lo que hay; una apelación meramente personal que durante unos años transmitía simpatía y que ahora exhala rechazo. Cuando la política se convierte en imágenes y personalismos, estados de ánimo, el ascenso y el descenso son curvas vertiginosas; subidas inesperadas y batacazos abisales.

Zapatero. La ceja rota, la ceja gastada, la ceja ridícula, la ceja irritante. El símbolo dejó de ser un puño y una rosa, una ceja lo ocultó, lo sustituyó, y el PSOE, ese partido centenario, lo ha consentido durante los últimos años. Y ahora, zafarse de esa imagen, costará mucho más esfuerzo que una estrategia de campaña. Por esta sensación generalizada de fin de etapa, de final de trayecto. Hasta noviembre se hace largo cuando el hastío y el descrédito se bambolea de la irritación a la burla. Hasta noviembre queda lejos. Noviembre, el mes de los difuntos.

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17 junio 2011

Progreso



“¿Hay o no hay progreso en la historia?” Cesare Pavese se planteó esta pregunta y, nada más comenzar a responderse, ya tenía claro que se trata de una duda irresoluble. Entre otras cuestiones, porque nunca habrá un acuerdo entre las personas sobre qué debemos entender como progreso. Lo que falla es el concepto, sí, ahí nacen las diferencias. Qué es realmente el progreso. Para Pavese, el progreso era lo absoluto, tenía que ver con la entrada del ser humano en los valores morales. Todo lo demás, es otra cosa; progreso técnico, lo llamaba él, como algo inevitable, una evolución inexorable que siempre se ha dado y que siempre se dará. Pero el hombre no es técnica, sino principios y valores, y por eso su inclinación hacia lo absoluto.

Quizá, si nos alejamos de esa disyuntiva imposible de tener que elegir como definición de progreso entre lo moral o lo técnico, podamos resolver con más facilidad la pregunta. Pensemos que el progreso es una cosa y la otra. Todo aquello que tiene que ver con la mejora de las condiciones de vida, con los avances tecnológicos, con los medios y recursos que logran ampliar el estado de bienestar del hombre, su disfrute de la vida, pero también es un abanico de valores morales, un modo de comportamiento, una actitud ante la vida y ante los demás. Y no hay progreso para una sociedad que no avanza en la calidad de vida de sus ciudadanos, que es la mejora de la investigación, de las tecnologías, de las condiciones del trabajo, sin que, paralelamente, esa sociedad se instale cada vez más en los mejores valores que ha encontrado el ser humano en su paso por la tierra, la libertad, la tolerancia, la justicia, la igualdad. No se trata de elegir, como planteaba Pavese, sino de encontrar un equilibrio entre el progreso moral y el progreso técnico para que, de verdad, podamos considerar que una sociedad evoluciona.

Si miramos alrededor, notaremos esa tara en los tiempos que corren. Lo que nos desconcierta de estos tiempos en los que disponemos de los avances tecnológicos que ni siquiera hubiéramos soñado hace un par de decenios, es, precisamente, la constatación de que, al mismo tiempo, se involuciona en muchas de las exigencias morales que hacen la vida transitable. Grandes valores, como la primacía de la excelencia y el reconocimiento del mérito o la defensa implacable de la igualdad, hasta valores cotidianos, como la urbanidad, los buenos modos, el respeto, la consideración. Una sociedad educada en un país desarrollado que se rige por un sistema democrático. ¿Hay mayor ideal de progreso?

En cuanto dejemos de hablar de la crisis, habremos de recordar que el progreso no consiste sólo en la mejora de la economía. En cuanto dejemos de hablar de la crisis, tendremos que recordar que de nada nos servirán los avances tecnológicos si los hombres y las mujeres no se comprometen igualmente con los valores y los principios que nos hacen libres e iguales. En cuanto salgamos… Aunque quizá no logremos salir nunca de la crisis si antes no se busca el equilibrio entre los dos factores que definen el progreso de una sociedad.

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08 junio 2011

Adversarios



Podemos engañarnos ante los amigos, pero no ante los enemigos. Podemos equivocarnos con quien pensábamos que lo era todo y que una sola conversación nos vuelva extraños, que una sola mirada descubra que todo era nada. Pensamos, porque es un clásico de la antigua Roma y porque es verdad, que no hay cosa más grande que tener a alguien con el que te atrevas a hablar como contigo mismo. Pero cuando se ha tenido un amigo así y se pierde, no hay rabia, sino tristeza. Se va ese hombre, se aleja esa mujer, y con sus pasos vas viendo cómo se marcha una etapa de tu vida. Lo que no te reprochas nunca es no haber sabido prever el final, no haber localizado el abismo por el que se precipitan los momentos, todos los momentos. Te reprochas, en todo caso, el dolor, pero nunca la amistad vivida. Es decir, lo contrario de cuando alguien descubre la ceguera de no haber sabido distinguir a su enemigo. No haberlo visto. Porque la enemistad es un sentimiento activo, destructivo, y por tanto visible desde el primer momento.

Si todo esto nos puede parecer una de las constantes de la vida, ya sea del amor, ya sea de la amistad, cuando las amistades y las enemistades se trasladan al campo de la política la evidencia se hace más palpable aún. Porque la política es una quintaesencia de la vida, y allí todo se distorsiona con un grado más, el poder; todo se degrada o se engrandece con el peldaño definitivo del poder sobre los demás. Por eso las amistades derivan en lealtades ciegas, incondicionales; por eso las rivalidades se envilecen con el sectarismo y la envidia. Tantas veces no hay espacio para dos en la política, que se vive siempre en el alambre, y ese vértigo convierte todas las ambiciones en batallas permanentes. En política, sí, las amistades suelen ser coyunturales, y por tanto se prestan a la ruptura. Pero las enemistades son persistentes y, por eso, es difícil que alguien en política no reconozca desde el primer momento a sus enemigos.

Bien, pues esta lógica tan asentada en ese mundo es para Izquierda Unida, desde hace años, una materia inescrutable. Piensan, y se equivocan, que su adversario es el Partido Popular, y no entienden que, por el mero hecho de que los conservadores están en el extremo opuesto, nunca serán sus adversarios, sino sus rivales. El único adversario que tiene Izquierda Unida es aquel que le disputa los votos en todas las elecciones, y no es el Partido Popular el que se los arrebata, sino el PSOE. Osuna en una cara de la moneda, y Bollullos par del Condado, en la contraria. No es la ‘pinza’, es el ‘abrazo del oso’ lo que borra a Izquierda Unida del mapa.

El PSOE e Izquierda Unida son vecinos de ideología y adversarios en la política. Y en política, lo segundo prevalece sobre lo primero. Un día lo descubrirán en Izquierda Unida y lo convertirán en dogma de acción política, como ocurre en el Partido Socialista desde hace tiempo. Quizá entonces, alguien comience su intervención con los versos de Juan Ramón: «Es verdad ya. Más fue/ tan mentira, que sigue/ siendo imposible siempre».

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07 junio 2011

Te engañaría



Fue en aquel primer encuentro de Sevilla. Rubalcaba se sentaría en una banqueta giratoria, rodeado de militantes y cargos medios del PSOE de Andalucía. También habría dirigentes mayores, barandas de la regional o del federal, pero el encuentro no era para ellos sino para los demás, para quienes no tienen acceso al líder; para que pudieran palparlo, sentir su cercanía, tantos años viéndolo en los telediarios, en las portadas de los periódicos, y ahora está allí, se le puede mirar a los ojos, se le puede tutear, porque somos compañeros, y el candidato a la Presidencia del Gobierno es uno más, sentado entre nosotros. Entonces sale un alcalde, se pone de pie, mira a su alrededor, oye, Alfredo, que yo te doy la enhorabuena, que te felicito, y tal, y te apoyaré en mi modestia, pero ya que nos has dicho que preguntemos, en fin, Alfredo, que yo no sé si tú sabes cómo están las cosas, pero esto está muy jodido, y en los ayuntamientos estamos sin un céntimo. Y lo que quiero saber es si va a llegar más dinero, porque si no hay ni un duro, a ver qué hacemos para, por lo menos, pagar las nóminas. El candidato lo ha estado oyendo con gestos continuos de asentimiento, y entonces, cuando el alcalde ya ha terminado, y ha vuelto a mirar a su alrededor, buscando algún gesto de aprobación de sus compañeros, en ese instante de silencio y duda en el que no sabe bien si ha metido la pata, el candidato coge el micrófono. «¿Llegará más dinero el año que viene? Llegará más dinero. Cuánto más no te lo puedo decir, llegará más dinero, pero en todo caso vais a tener que aguantar un par de añitos malos con seguridad. ¿Qué os pido? Que aguantéis. Te podría decir lo contrario, pero te engañaría y aquí no lo voy a hacer».

Fíjense en esto último que dijo Rubalcaba: «Te engañaría, pero aquí no lo voy a hacer». Existe un doble plano de sinceridad en la expresión, porque por un lado confiesa que sí, que él puede engañar al personal, que podría hacerlo sin problemas, engañarlo mirándolo a los ojos, como si nada. Y luego está la segunda parte, cuando establece una división espacial: los lugares en los que se puede engañar al personal y los sitios en los que no se puede engañar. «Y aquí no lo voy a hacer». ‘Aquí’ es dentro, en el PSOE. Y ‘aquí’ es, sobre todo, sin cámaras ni micrófonos. Entonces es cuando le llega el momento de la sinceridad. Tantas veces le habrán hecho la pregunta en la radio o en la televisión, y habrá mentido tantas veces sobre el final de la crisis, que tiene preparada una respuesta de manual. Pero la desecha para este acto: «te podría engañar, pero aquí no lo voy a hacer». Pudo haber empleado otras expresiones para decir lo mismo, para envolver la respuesta con un tono de profunda sinceridad. «Habrá quien te engañe, que te diga otra cosa, pero yo no lo voy a hacer, yo no voy a mentirte». Pero no lo dijo. Sólo estableció un paréntesis de sinceridad, una isla de verdad que se queda en el «aquí». Una frase que, a su vez, marca el campo abierto de la otra realidad, la que se queda fuera, la del discurso oficial, la retahíla pública.

Ya conocemos el cerco de fuego que divide la verdad y la mentira en el candidato Rubalcaba, la diferencia entre esas cuatro paredes, el aquí, y el resto de la sociedad, los de allí. Aquí , el partido, y allí, donde estamos todos los demás. La próxima vez, cuando lo oiga, ya será inevitable que recuerde su frase. «Podría creerte, pero aquí no lo voy a hacer».

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03 junio 2011

Otro curso más



Comenzó el curso escolar y no habían transcurrido dos semanas cuando empezó a circular entre los profesores de colegios e institutos de Andalucía un manifiesto de protesta. Ya se puede uno imaginar el ambiente del profesorado cuando, nada más arrancar el curso, se deja sobre la mesa de todos los claustros un escrito de protesta y decepción del sistema educativo. Comenzaba el curso y muchos de ellos ya sabían que no llegarían a enero, que antes se darían de baja; otros muchos tenían claro que acabarían tirando la toalla con casi la mitad de los alumnos de su clase.

Aquel primer manifiesto de nueve puntos llamaba la atención porque ni una sola de las peticiones que se realizaban tenía la más mínima relación con mejoras salariales, profesionales o, incluso, con peticiones de medios y recursos. No, los profesores protestaban pero no hablaban de ellos, sino de la educación. Pedían cosas como «la cancelación de la compra de ordenadores para los alumnos de primaria (los del año pasado están aún guardados, sin saber qué uso darles)» y también «rogaban» –utilizaban ese verbo– que se eliminaran «las interminables Pruebas de Diagnóstico porque la enfermedad la conocemos a la perfección a través de las evaluaciones (¡aterrador fracaso escolar!), lo que hace falta es poner el remedio».

«Sugerimos la supresión de becas, ayudas y programas para alumnos de nulo trabajo e inaceptable rendimiento porque supone sembrar en asfalto y desmotivar en el esfuerzo», acababan diciendo esos tipos que, desde el principio, han rechazado el chantaje económico del llamado ‘plan de calidad’ de la Junta de Andalucía, becas de seis mil euros a los alumnos para que no abandonen el instituto y una paga de siete mil euros a los profesores que suspendan a menos alumnos.

Esta semana, ha terminado el curso en Bachillerato y, en unos días, se cerrarán las puertas de todos los colegios. Desde aquel manifiesto, que ni siquiera se hizo público, no sólo no ha cambiado nada, sino que la propia protesta de los profesores se ha ido agotando en la impotencia de quien se sabe ignorado. Ni siquiera el informe Pisa, que en enero volvió a colocar a Andalucía a la cola de todas las estadísticas, tuvo el eco de otras ocasiones, quizá por eso, porque se ha convertido en un eco conocido, repetido. El discurso oficial sigue siendo el mismo ante el pavoroso fracaso escolar: el problema de Andalucía es que los niños pobres tienen más dificultades para seguir en el sistema educativo y hay que incentivarlos con dinero. Y no es el disparate en sí, es la materia a la que se aplica: La gravedad de una política educativa que se sustente en esa demagogia antigua es que va carcomiendo, como termitas, el futuro de una sociedad; generaciones de jóvenes sin formación, sin expectativas y, lo que es peor, sin espíritu de esfuerzo y superación. El curso escolar se está acabando. Y asusta pensar para cuántos jóvenes habrá sido éste otro año perdido.

He imaginado la estampa de un profesor ante su clase vacía, una hilera de pupitres verdes, masticando la frustración al final del curso. Por ellos, para que sepan que no están solos, rescato aquí las palabras de Muñoz Molina, que hago mías: «Mi indignación es civil y política, pero también personal. Por primera vez, en España, está llegando a la edad adulta una generación menos cualificada académicamente que la de sus padres».

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02 junio 2011

Everybody knows




No, que no, que no puede ser casualidad esta coincidencia del primer acto de campaña de Rubalcaba con el nombramiento de Leornard Cohen como premio Príncipe de Asturias. Ya que pensamos que Rubalcaba arrastra siempre una cola de cometa de conspiraciones y cartas ocultas, mejor será concluir que todo estaba pensado, un mensaje subliminal del candidato Rubalcaba para acudir a su primer acto de partido envuelto en la voz grave de Leonard Cohen; Everybody knows, con esa cadencia que si no fuera música, sería el susurro al oído de un capo, de un padrino; Everybody knows, esa voz lenta, aplomada, de maestro, de un viejo lobo; Everybody knows, y al final una sonrisa pícara para demostrar que todo es espectáculo, que todo está montado cuidadosamente para que todo parezca mérito de los demás, el deseo de los demás, la aspiración de los demás. «Me señalan mil dedazos», se dice Rubalcaba aclamándose, empapándose de la proclamación que no ha existido nunca, bañándose en la multitud que ahora le rodea al pie del abismo. Por eso no quería primarias, porque Rubalcaba buscaba una campaña de aclamación. Ni dudas ni preguntas, sólo aplausos.

Everybody knows, y no hace fata decir nada más, ni debatir nada más, porque, como en la canción, «todo el mundo sabe que el barco hace agua/ todo el mundo sabe que el capitán mintió/ todo el mundo tiene ese sentimiento roto», y ha tenido que llegar Rubalcaba, han tenido que traer a Rubalcaba para que los tranquilice con su voz y con su zurrón de secretos bien guardados. Es el enviado de la vieja guardia, el prefecto de la Guardia pretoriana, el soldado fiel, al que el emperador envió desde su retiro en el palacio de las colinas para que apuñalara al presidente y a todos sus herederos, una tarde al pie de las escalinatas del congreso. Y así cayó abatido Zapatero, y así se fue llorando Carme Chacón. Porque en el PSOE se ha aprendido la lección, porque Rubalcaba sabía bien que más vale una puñalada a tiempo que una batalla entre generales, a campo descubierto. Con la aventura de Borrell ya hubo suficiente, y no iban a consentir ahora aquellos que guardan la memoria del Partido Socialista que el aparato volviera a tropezar otra vez en la misma piedra. Para ahorrarse el trámite de que Chacón pudiera ganar las primarias y tener que apartala después, como con Borrell, para eso mejor el atajo de la semana pasada. Así, de un zarpazo. Se acabó el problema. En las primarias del primus inter pares no cabe nadie más.

Everybody knows, sí, porque todo el mundo sabe cómo se hacen las cosas, qué hay que hacer, qué hay que decir para ganar; todo el mundo lo sabe y no hacen falta más experimentos de cejas circunflejas, se trata de volver sobre el camino, movilizar los instintos, azuzar las ganas de triunfar, agitar los remordimientos, pasar la bandeja de los favores prestados, de las alianzas rotas, que se acabe el fuego cruzado y se alineen todas las flechas en una sola dirección.

Rubalcaba y Leonard Cohen irrumpen el mismo día; se suben a un pedestal y se les puede imaginar caminando despacio hacia el escenario. Y ya no se sabe distinguir al monje del político, ni al músico del actor. Que Rubalcaba tiene más pinta de monje benedictino de la que ha tenido nunca Leonard Cohen. El señor de los secretos, el nombre de la rosa se llama ahora Rubalcaba. Y todo el mundo lo sabe.

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01 junio 2011

Aprehensión




Vivimos pendientes de una plaga. Parece que la esperamos, más que temerla, la intuimos; se presiente, está ahí, ya viene, se acerca. Vive el hombre moderno a la espera de un mal antiguo, primitivo, un azote que lo borre de la faz de la tierra, una enfermedad que desborde los hospitales, que desconcierte a los laboratorios, que reviente los tubos de ensayos y empape de bacterias las batas blancas de los científicos. Un virus desconocido, con nombre de satélite espacial E-42, que llene las aceras de mascarillas y de ojos esquivos, bocas cerradas y miradas desconfiadas, un muro invisible que nos convierta en sospechosos ante los demás, en víctimas frente al vecino. Estamos esperando la pandemia, la enfermedad global, y por eso, en cada temporada, la humanidad entera se alerta con la llegada de un mal nuevo.

Ahora son los pepinos, la fiebre verde, como antes fue la peste porcina, la Gripe A, y antes la Gripe aviar, y antes de antes, el mal de las vacas locas. Pero es la certeza del hombre de que un gran mal puede asolar la tierra, es la inseguridad de este cambio de milenio, la que hace creíble las alertas. Es el temor subconsciente el que rompe todos los rigores, el que cierra las fronteras de golpe, el que hace añicos la fidelidad alemana, el que derrite en un instante la frialdad científica y la sensatez europea. Por esa acumulación de espera y desconocimiento; por esta aprehensión se multiplican las alarmas, se extiende el miedo, se propaga el pánico. La fiebre de ahora nace de una bacteria que vive en el intestino del hombre, de los animales; una bacteria inofensiva que se convierte en plaga, trasmuta como las anteriores, la del pollo, la de la vaca, se vuelve feroz. Y todo surge en los establos que el urbanita imagina con montañas de estiércol a su alrededor, y los animales enfangados en un barro de orines y de heces. No es real, pero así se imagina porque así se espera.

Vivimos presos de nuestros remordimientos, de aquello que no hacemos bien, de las injusticias que toleramos, de las hambrunas que consentimos, del egoísmo que engendramos, de las deidades que olvidamos, de la velocidad con la que transitamos por la vida, de la incertidumbre que acumulamos. Como el sermón de Paneloux, como el último sermón del sacerdote de Orán, la ciudad cercada por la peste. Paneloux se había agotado en sí mismo; su sermón apocalíptico se desvaneció cuando la muerte de niños inocentes, de hombres y mujeres piadosos, arrastrados por la plaga, hacía imposible sostener por más tiempo que era Dios quien, cansado de soportar el mal del hombre, había apartado de ellos su mirada. Entonces, poco antes de morir también él, en su último sermón, Paneloux alzó los brazos: «Hermanos míos, ha llegado el momento en que es preciso creerlo todo o negarlo todo. Y ¿quién de vosotros se atrevería a negarlo todo?». Estamos pendientes de una plaga quizá porque estamos pendientes de esa pregunta definitiva, la que nos sitúe frente al abismo de lo que somos.

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